8.

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Estado: Quería huir del pecado y me convertí en uno.








Las luces del cuarto estaban apagadas, como si eso fuera suficiente para ocultar la culpa que ya me consumía por dentro. La vida es muy corta, había dicho Jimin, y por un momento pensé que tenía razón. Por un instante, quise deslizarme por la ventana, como tantas otras veces, y unirme a ellos. Pero esa sensación duraba solo hasta que el peso de mi conciencia me arrastraba de vuelta a la realidad.

—Vamos, Taehyung —la voz de Jungkook, al otro lado de la ventana, sonaba entre risueña e impaciente. Pude verlo, encaramado en la rama del árbol junto a mi ventana, con una sonrisa que reflejaba seguridad, como si no tuviera dudas ni remordimientos.

Yo, en cambio, sentía una presión enorme. Jungkook siempre había sido así, el que nunca titubeaba, el que siempre se lanzaba sin pensar. Y, tal vez, parte de mí envidiaba esa libertad. Pero yo no podía. Mi pecho estaba atrapado en una red de culpas tejida con cada sermón de mis padres, con cada mirada de decepción. Sentía que si me unía a ellos, esa red se apretaría aún más, hasta que no pudiera respirar.

—No puedo, Jungkook —murmuré, apartándome de la ventana, pero aún sin dejar de observarlo.

—¿En serio? —respondió, con un deje de resignación que me hizo sentir peor. Sabía que, cuando yo decía "no", realmente lo decía en serio. Jungkook también lo sabía. Vi cómo su sonrisa se desvanecía lentamente, una señal de que lo había entendido, aunque no le gustara.

—De verdad, no puedo... —repetí, y me alejé otro paso.

La rama bajo sus pies crujió. No le di importancia al principio, hasta que lo vi perder el equilibrio. Mi corazón se detuvo un segundo antes de que intentara sostenerse, sus manos estirándose para agarrarse de la ventana.

Dios, espero mis padres no vean que estos tres chiflados estan aqui.

Pensé que iba a meterse en mi habitación, a forzar su entrada como solía hacer a veces para molestarme, pero mi reacción fue más rápida que mi mente. Me impulsé hacia él, con la única intención de evitar que cruzara la ventana. Lo empujé, y en un parpadeo, Jungkook se tambaleó hacia atrás.

—¡Jungkook! —grité, viendo cómo perdía el control, sus manos fallando en agarrarse de cualquier cosa. Cayó al suelo, entre las hojas del árbol, con un ruido sordo que resonó en mi cabeza como un trueno.

Todo se detuvo. No podía moverme, ni pensar. Solo podía mirar hacia abajo, donde él yacía inmóvil, y en mi pecho comenzó a crecer una presión insoportable. Mis manos temblaban.

¿Qué he hecho?

Jimin y Jin, que esperaban al pie del árbol, corrieron hacia Jungkook. Los escuché gritar, aunque sus palabras no llegaban claras a mis oídos. La escena parecía un eco distorsionado, lejano. Vi cómo lo rodeaban, cómo lo sacudían suavemente, intentando despertarlo.

—¡Taehyung! —gritó Jimin, mirando hacia mi ventana. Sus ojos, llenos de terror, parecían perforar mi alma.

¿Creen que lo empujé a propósito?

No podía procesar lo que estaba pasando. El peso en mi pecho se hacía más denso con cada segundo, mis pulmones se negaban a funcionar. Un frío recorrió mi cuerpo, y mis piernas flaquearon.

De repente, escuché otra voz. El vecino pálido de al lado, el que siempre estudiaba hasta tarde, había salido. Su mirada iba del cuerpo de Jungkook a mí, y en un instante, todo lo que había ocurrido se volvía real.

—¡Llamen a una puta ambulancia! —gritó, sacando su teléfono mientras yo seguía congelado en el marco de la ventana, incapaz de moverme.

Sentí que el mundo comenzaba a cerrarse a mi alrededor. Las imágenes se volvían borrosas, los sonidos, más fuertes y distantes al mismo tiempo. La presión en mi pecho se convirtió en un nudo que no me dejaba respirar. Las palabras de Jimin, los gritos del vecino, el silencio de Jungkook... todo se mezclaba en una cacofonía que mi mente no podía procesar.

Best of meDonde viven las historias. Descúbrelo ahora