Capítulo 14: El juego del diablo.

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8 de abril, 2024

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8 de abril, 2024.

 El silencio en la capilla me asfixiaba. Todo se sentía irreal, como si fuera una obra de teatro mal montada en la que nadie sabía qué hacer ni cómo comportarse. El ataúd de Wilson estaba frente a mí, rodeado de flores blancas que no hacían más que irritarme. Parecía una despedida demasiado limpia, demasiado serena para lo que él había hecho.

No había lágrimas en mis ojos, y no iba a fingir que las había. Lo que sentía era algo mucho más complicado. Tal vez debería sentirme culpable, pero no lo hacía. Apretaba las manos en mi regazo, tratando de mantenerme inmóvil, de no dejar que el temblor en mis dedos fuera más evidente de lo que ya era. Las miradas que lanzaban a mi alrededor no hacían más que recordarme el peso de lo que nadie decía en voz alta.

Wilson está muerto. Lo sé. Pero todo lo que hizo, todo lo que intentó hacer... eso pesa más que cualquier sentimiento de pérdida. No puedo llorar por él, no después de lo que pasó, pero tampoco puedo escapar de esta sensación amarga en mi pecho.

El sacerdote alzó la voz con un tono solemne, rompiendo el pesado silencio que nos envolvía a todos.

—Por favor, hermanos —pidió mientras sus ojos recorrían lentamente a los presentes—, pongámonos de pie para poder dar inicio a la despedida del docente Wilson Salazar.

El sonido de los bancos rechinando al moverse llenó la capilla. Todos obedecimos al unísono, como si fuéramos parte de una coreografía lúgubre. Mi mirada, sin embargo, estaba fija en Máximo. Se levantó con esa calma imperturbable que parecía rodearlo en cualquier situación. Su terno negro le quedaba impecable, realzando su cuerpo con una elegancia inquietante. Era como si cada fibra de la tela estuviera diseñada para que no pudieras apartar los ojos de él. Mi atención quedó atrapada en sus hombros anchos y cómo se movía con esa seguridad que parecía innata.

No entendía cómo lo hacía, cómo un simple pedazo de tela podía hacer que se viera tan perfecto. Y lo que más me sorprendía era su capacidad de fingir, de actuar. Cada vez que alguien nuevo entraba a la capilla, se acercaba para darle el pésame, y él los recibía con un rostro afligido, conmocionado por la "pérdida". Su expresión era una obra maestra de duelo. Incluso logró derramar un par de lágrimas... falsas, claro. Más falsas que el cabello rubio mal teñido de la mujer que estaba a su lado.

El sacerdote retomó la palabra, su tono grave resonando en las paredes de la capilla.

—Antes de continuar con la misa, quisiera invitar a uno de los grandes amigos y colegas de Wilson a decir unas palabras en su honor. Máximo, por favor.

Mi corazón dio un vuelco. Sabía que él sería quien se levantara, pero verlo caminar hacia el frente, con esa serenidad impecable, me dejó completamente sorprendida. No por lo que hacía, sino por lo bien que lo hacía. Era como si cada paso estuviera ensayado, como si supiera exactamente cómo lograr que todos los ojos se clavaran en él.

Placeres en las sombrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora