Semana del aniversario 60 de la universidad.
Tres días antes del plan.
La semana del aniversario 60 de la universidad estaba en marcha. Las actividades no eran algo que me emocionara, pero los profesores pasaban lista, así que no tenía opción. Me levanté más temprano de lo habitual, en medio del silencio tranquilo de la casa. Me metí a la ducha y dejé que el agua caliente recorriera mi piel. Hice de esa ducha un refugio, y dejé que el agua borrara cualquier rastro de sueño, que mis pensamientos se hundieran en la calidez hasta que el mundo fuera solo ese instante. A mitad del baño, la voz de mi padre retumbó desde el otro lado de la puerta.
—¡Emi, me voy a trabajar! ¡Que te vaya muy bien hoy y sácate fotos para que pueda verte!
—¡Bueno, papá! —grité sobre el ruido del agua—. Que te vaya muy bien también.
Finalmente, me envolví en una toalla y regresé a mi habitación. Pero al entrar, me detuve en seco.
Allí, sentada con una sonrisa traviesa, estaba mi madre. Frente a ella, cinco vestidos colgaban de mi cama, cada uno exudando una invitación silenciosa.
—Mira lo que te envío Máximo ayer, Emilia. ¡Cada uno hecho exclusivamente para ti! —dijo, y sus dedos acariciaron las telas como si fueran secretos revelados—. No sabes la ilusión que me hace verte con algo tan especial.
Un calor subió a mis mejillas, algo entre sorpresa y un estremecimiento. Máximo había mandado a hacer estos vestidos... ¿para mí? Aún no lo asimilo, aún así, acerqué mis dedos temblorosos al primero, como si al tocarlo confirmara la realidad de ese detalle tan íntimo. Era de un rojo vino profundo; el satén se sentía como una caricia al deslizarlo sobre mi piel. En el espejo, el rojo vibrante me devolvió una mirada distinta, como si una confianza desconocida habitara mis ojos.
Mi madre suspiró, sus palabras apenas un murmullo.
—Ese color, Emi... Simplemente perfecto.
Observé mi reflejo. Al principio dudé, pero pronto sentí que el rojo absorbía mis inseguridades. ¿Pensó Máximo en cómo resaltaría en mi piel, en cómo me haría sentir visible? Algo poderoso latía en ese vestido, una promesa de valentía que apenas reconocía.
Me deslicé el azul medianoche, un fragmento de cielo oscuro que se movía conmigo. Al girar, los destellos en el espejo me devolvían una figura etérea.
—Ese parece hecho para una noche de gala —dijo mi madre, su sonrisa iluminada—. Con este, podrías hechizar a cualquiera.
Reí suavemente, y el vestido se movió a mi ritmo, como si guardara un misterio en cada pliegue. ¿Habrá una noche a la altura de este vestido?
El tercer vestido, verde esmeralda, hizo brillar mis ojos en el espejo. Me lo puse, y la intensidad en mi reflejo me sorprendió: una versión de mí más audaz, segura, distinta.
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Placeres en las sombras
RomanceEmilia Navarro, una estudiante brillante y perfeccionista, nunca imaginó que su encuentro con Máximo Lombardi, un poderoso miembro de la directiva de Psicología, cambiaría su vida. Lo que comienza como una atracción irresistible se transforma en una...