Capítulo 15: Entre el dolor y la alegría.

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Apenas salgo de la universidad, me encuentro atrapada en un mar de autos, cada uno luchando por avanzar en un tráfico que parece interminable

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Apenas salgo de la universidad, me encuentro atrapada en un mar de autos, cada uno luchando por avanzar en un tráfico que parece interminable. Las bocinas suenan como un eco desesperado de impaciencia, y yo no puedo evitar sentir que el caos exterior refleja mi propia confusión interna. Subo el volumen de la radio cuando comienza a sonar shameless de Camila Cabello, dejando que la música me envuelva mientras bajo un poco las ventanas para dejar entrar la brisa fresca de la noche. Es un alivio momentáneo, pero sé que estaré aquí mucho más tiempo del que quisiera.

Los recuerdos del velorio de Wilson vuelven a invadirme. Su rostro inmóvil sigue grabado en mi memoria, pero no siento ni un rastro de culpa. En cambio, un extraño alivio se apodera de mí, como si el mundo respirara mejor ahora que él ya no está. Recuerdo el discurso falso de Máximo, su voz impregnada de una admiración que sabía era mentira, elogiando la "gran vida" de Wilson. Todo mientras sabía que había saboreado cada momento en que le arrebataba esa vida y como si la locura no hubiera sido suficiente, el deseo nos arrastró al abismo, llevándonos a follar sobre el ataúd de Wilson. Ahora, ese recuerdo bizarro me provoca una risa frenética, incontenible, que retumba en mi mente. «¡Dios mío! —me digo mientras me observo por el retrovisor—. Debo estar completamente loca».

De repente, veo por el espejo lateral izquierdo que una moto negra deportiva se aproxima a toda velocidad. El conductor reduce la marcha justo al llegar a mi lado y golpea suavemente la ventana, indicándome que la baje por completo. Mi corazón se acelera. «¿Qué diablos?», pienso, mientras un miedo frío me recorre la espalda. Ignoro al motociclista, aferrando el volante con fuerza mientras trato de avanzar, pero el tráfico no me lo permite. Entonces, vuelve a golpear la ventana, más insistente esta vez.

Estoy a punto de entrar en pánico cuando el tipo levanta la visera de su casco. Y lo reconozco. Es Máximo. El alivio me golpea de repente, y dejo caer la cabeza contra el asiento. «¡Claro, tenía que ser él!».

—¡¿Eres imbécil o te haces?! —le grito mientras bajo la ventana, pasándome las manos por el cabello, tratando de calmar el susto que todavía me tiene con el corazón a mil.

Máximo me mira con esa sonrisa suya, mitad culpable, mitad divertida, mientras se quita el casco. El ruido de las bocinas parece desvanecerse a su alrededor.

—Lo siento, no quería asustarte —dice con su tono despreocupado, avanzando a mi lado en medio del tráfico denso—. ¿Vas a tu casa? —pregunta, acomodándose el cabello, usando mi espejo lateral como si fuera el suyo.

—¿A dónde más voy a ir? —respondo, sin ocultar mi molestia, apoyando la cabeza en el respaldo del asiento. Me siento atrapada en esta noche, en el tráfico y no sé cómo escapar.

Él sigue observándome, esa mirada penetrante que parece que siempre sabe más de lo que debería, y acerca su moto aún más a mi auto. Su proximidad me altera de una manera que no quiero admitir. Siento el calor de su cuerpo cerca, invadiendo mi espacio, y mis pensamientos se enredan. La atracción es innegable, pero me niego a dejar que se note.

Placeres en las sombrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora