Capitulo 9

287 24 1
                                    

Goethe decía: Si yo pinto a mi perro exactamente como es, naturalmente tendré dos perros, pero no una obra de arte. 

—No me gusta —exclamo soltando la brocha— muy amarillo, tu cabello me roba perspectiva.  

Al no obtener una respuesta mis ojos buscan a la profesora de la Reina. Está observando algo en su propio cuadro, sin notar que el mundo continúa girando; hoy no ha pintado, ni ha salido a clases, pero tampoco habla conmigo. Se dedica a observar su obra como si estuviera manteniendo una conversación muy interesante con ella. 

Lo mejor es respetar su momento, aunque ahora no puedo dejar de observarla. De la Reina es una mujer mayor, sin duda genéticamente favorecida. Pero el caos de su mirada es su mayor atractivo, tiene una energía oscura que te atrae como la gravedad en un abismo. Y nadie sale vivo de una caída como esa.  

Quizá debería dar un paso atrás y salvarme, antes de que sea demasiado tarde.  

—¿Quieres que me quite la ropa? —veo el movimiento de sus suaves labios justo cuando los tuerce hacia un lado, dibujando una sonrisa de diosa arrogante.  

¿Dije dar un paso atrás?  

—¿En qué tanto piensas?  

—Podría preguntar lo mismo —inquiere acercándose— ¿Qué problema tienes con mi cabello?  

—Entonces si me estabas escuchando. 

—¿Ya no recuerdas las reglas?  

—Sigo desnuda, ¿había otras?  

—No estás desnuda —dice recorriendo mi cuerpo, pocas veces se da permiso de observarme fuera de su papel de profesora. 

—Hoy hace mucho frío.  

Me he quitado la ropa para comprobar unos detalles de mi apariencia con la postura en la que estoy trabajando. Pero cuando pinto prefiero ponerme la bata.  

De la Reina se coloca detrás de mí y finalmente dirige sus ojos azulados al lienzo. 

—Tu piel es amarilla —dice señalando el retrato.  

—Por culpa de tu cabello. Te lo acabo de decir. 

—Entonces deja de verme tanto.  

Es una engreída, sin reflexionarlo mucho giro, de la Reina no consigue apartarse a tiempo y nuestros cuerpos chocan.  

Demasiado tarde; tropiezo y empiezo a caer dentro de su caótica oscuridad.  

Miro sus ojos, luego su boca. Puedo adivinar el sabor del alcohol en la humedad de su labio inferior.  

Pensé que ya no había distancia entre nosotras, hasta que el aire empieza a faltar y siento que solo podré respirar fundiéndome en su piel. Estar cerca no es suficiente, quiero entrar en ella. Su cuerpo y el mío se buscan, se gritan, se arañan y eso que ni nos movemos.  

Solo un milímetro más, tiene los labios separados y el calor que sale de ellos huele a cerveza, de repente tengo sed, estoy muriendo y veo el mismo sufrimiento aparecer en su expresión. 

—Valero —dice mi apellido suplicante.  

Me siento mareada, estoy ardiendo… necesito que me dibuje, que sus dedos tracen cada línea de mi piel o voy a desaparecer. 

Más cerca. Nuestras narices se rozan y cierro los ojos, dejándome vencer por la necesidad… 

—Tienes 17 años —lo dice para ella misma, debe recordárselo. 

—¿Eso es un problema? —pregunto buscando sus ojos, mala idea. Esos ojos seguro los heredó del diablo. 

—De echo sí —sonríe y da un paso atrás.  

PROFESORA DE LA REINA (MAFIN)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora