Capítulo II. Carrera de Baréin

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El sonido de los motores llenaba el aire mientras el paddock vibraba con la energía de la primera carrera de la temporada. Checo Pérez se preparaba para Baréin con el corazón en la garganta; la carrera no solo era una prueba de su habilidad, sino también de su autodominio. Había pasado la noche anterior en tensión después del extraño encuentro con Max, y aunque intentaba mantener la cabeza fría, su cuerpo parecía reaccionar a su compañero de equipo de maneras inesperadas.

Al otro lado del garaje, Max lo observaba desde lejos. Esa cercanía, el roce de sus manos... cada vez que pensaba en ese momento, sentía un deseo primitivo despertándose en su interior. Su condición de alfa, siempre bien controlada, parecía tambalearse alrededor de Checo. Esa conexión que sentía era algo que lo confundía y, al mismo tiempo, le resultaba imposible de ignorar.

Mientras se colocaba el casco, Max escuchó esa voz interna que pocas veces dejaba salir. Su alfa interior se manifestaba de una forma inusual, susurrando de manera posesiva.

—Es nuestro, Max. Él debería estar con nosotros... —una sensación de furia irracional asomó en sus pensamientos—, no al lado de Charles ni de nadie más.

Max intentaba acallar esos pensamientos, recordándose que lo importante era la carrera. Pero la idea de que alguien más pudiera acercarse a Checo de esa manera le crispaba cada músculo. Él mismo no terminaba de entender esa atracción, esa necesidad de protegerlo... y de tenerlo cerca.

—¡En posición, Verstappen! —la voz de su ingeniero resonó por el auricular, sacándolo de su ensoñación.

—Sí, ya voy —contestó secamente, ajustando su enfoque a la pista y alejando cualquier distracción de su mente.

Pero cuando Checo pasó a su lado para entrar al monoplaza, Max no pudo evitar mirarlo. Aunque ambos llevaban sus cascos, el intercambio fue palpable. Checo le dio una ligera inclinación de cabeza, una señal de respeto entre compañeros de equipo. Pero Max, con su mirada fija, sintió que había algo más profundo en ese gesto. Era una promesa no dicha, un lazo silencioso que los unía en el estruendo de la competencia.

La carrera comenzó. Checo y Max avanzaban, intercambiando posiciones y maniobrando con destreza en cada curva. A mitad de la pista, el inconfundible rojo del coche de Charles Leclerc aparecía a su lado. El piloto monegasco se acercaba peligrosamente en las rectas, y su estilo de conducción agresivo encendió una chispa de rivalidad en Checo.

A la vuelta diecisiete, Charles estaba justo detrás de Checo. En un momento de tensión en una de las curvas cerradas, Charles se acercó lo suficiente como para que sus coches casi se tocaran. A pesar de la intensidad, Charles le lanzó una rápida mirada a través de sus visores, un gesto rápido pero significativo.

—¿Todo bien ahí, Checo? —la voz de Charles sonó por la radio, su tono casual, casi juguetón.

Checo sonrió para sí mismo. Esa era la naturaleza de Leclerc: un rival feroz en la pista, pero siempre con un toque de coquetería, como si cada adelantamiento fuera una invitación a un juego privado.

—Estoy mejor que nunca, Charles —contestó Checo, acelerando y tomando la delantera en la curva siguiente, sintiendo la adrenalina y el calor de la competencia arder en sus venas.

Sin embargo, mientras avanzaba, no podía evitar sentir una extraña incomodidad. Era la presencia de Max en sus pensamientos, constante, como si una parte de su mente estuviera siempre atenta a sus movimientos. Sentía que algo en su dinámica estaba cambiando, y ese vínculo inexplorado entre ellos lo descolocaba.

Detrás de ellos, Max observaba la interacción entre Checo y Charles. Algo se revolvía en su interior, una inquietud que no podía controlar. Su alfa interior gruñía en respuesta a cada acercamiento de Leclerc hacia Checo, y una rabia fría empezaba a emerger de lo profundo.

BAJO PRESIÓN [CHESTAPPEN]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora