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Era un soleado sábado por la tarde, perfecto para un paseo en familia, y el centro comercial estaba lleno de vida. Izuku empujaba el carrito de bebé donde Kaizu iba cómodamente sentado, mientras Katsuki caminaba a su lado con las manos en los bolsillos, disfrutando de la aparente calma. Kaizu, con sus grandes ojos verdes, observaba todo con curiosidad, girando la cabeza para seguir cada movimiento. Su cabello rubio, que últimamente había comenzado a ondularse en las puntas, brillaba bajo las luces del centro comercial. Las pequeñas pecas que adornaban sus mejillas lo hacían ver aún más adorable.

—¡Mira qué bonito está hoy! —comentó Izuku con una sonrisa, acariciando la cabeza de Kaizu.

—Siempre está bonito —respondió Katsuki, sin mirarlo directamente, pero con un tono que, aunque gruñón, dejaba entrever el cariño que sentía por su hijo.

A medida que avanzaban, las miradas de las personas que pasaban a su lado se dirigían invariablemente hacia Kaizu. Era imposible no notarlo. En cuestión de minutos, una pareja joven se detuvo frente a ellos.

—¡Oh, qué bebé tan lindo! —dijo la mujer, inclinándose un poco para verlo mejor.

Kaizu, inocente y divertido, respondió con una sonrisa amplia, mostrando sus pequeños dientes que apenas empezaban a asomar. Los ojos de Izuku se iluminaron al ver a su hijo interactuar tan naturalmente con los demás.

—Gracias, él es muy amigable —respondió Izuku, algo tímido, pero con el orgullo de un padre que no podía ocultar.

Katsuki, por su parte, frunció el ceño, no porque no apreciara los cumplidos, sino porque empezaba a sentirse incómodo con la atención constante. Solo quería disfrutar de un rato tranquilo con Izuku y Kaizu, pero cada pocos pasos alguien más se detenía.

—¡Es tan adorable! ¡Mira esos ojos tan grandes! —exclamó una señora mayor, mientras otra persona le tocaba suavemente la manito a Kaizu, lo que provocó un suave balbuceo del pequeño.

Izuku no podía evitar sonreír, pero notaba la creciente tensión en Katsuki. Los hombros del alfa estaban más rígidos y sus manos ya no estaban relajadas en los bolsillos, sino apretadas en puños. Los ojos rojos de Katsuki se movían con impaciencia, como si buscaran una forma de escapar de tantas interrupciones.

—Oye, ya basta... —murmuró Katsuki después de que otra persona más se acercara para admirar a Kaizu.

—Kacchan, no pasa nada —intentó calmarlo Izuku, viendo la frustración en su rostro—. A la gente solo le gusta Kaizu, es normal. Es su primer paseo largo.

—¡Sí, pero esto no es un maldito desfile! —bufó Katsuki, mirando a su alrededor. Ya habían sido detenidos al menos cinco veces en los últimos minutos, y su paciencia, ya de por sí corta, se agotaba rápidamente.

Kaizu, ajeno a la frustración de su padre, seguía sonriendo, feliz con toda la atención. Incluso agitaba sus manitas hacia la gente, disfrutando de las caras asombradas que lo rodeaban.

—¡Vaya, va a ser todo un rompe corazones cuando crezca! —dijo una mujer que acababa de unirse al pequeño grupo de admiradores, ignorando por completo la expresión de fastidio de Katsuki.

—¿Rompe corazones? —repitió Katsuki entre dientes—. Será lo que quiera ser, pero ahora, déjenlo en paz.

Izuku lo miró con una mezcla de preocupación y ternura. Sabía que Katsuki solo quería proteger su momento en familia, pero también sabía lo difícil que era para él manejar la atención excesiva de los demás.

—Kacchan, relájate. Podemos ir a un lugar más tranquilo si te molesta tanto. —Izuku tomó suavemente la mano de Katsuki para tranquilizarlo.

Katsuki suspiró, pero no se soltó. En su lugar, entrelazó los dedos con los de Izuku, algo que rara vez hacía en público. La cercanía de Izuku y la pequeña sonrisa de Kaizu al ver a sus padres juntos finalmente lograron calmarlo un poco.

Padres primerizos - katsudeku Donde viven las historias. Descúbrelo ahora