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Con el paso de los meses, la casa de Katsuki e Izuku había empezado a transformarse en un lugar donde las risas y el amor eran constantes, pero también lo eran los celos y la atención que se repartía entre los dos pequeños. Ahora, con Izuku en su séptimo mes de embarazo, la pancita se notaba aún más y su energía empezaba a disminuir un poco. Por otro lado, Kaizu, que ya tenía un año y nueve meses, era un pequeño tornado de curiosidad y energía, pero últimamente había comenzado a mostrar ciertos signos de celos hacia su hermano que aún no había nacido.

Esa tarde, mientras Izuku se acomodaba en el sofá con un libro y una bebida, Katsuki entró a la sala tras un largo día de trabajo. La luz del sol se filtraba suavemente por la ventana, creando un ambiente cálido y acogedor. Sin embargo, lo que Katsuki encontró no era la paz que esperaba. Kaizu estaba parado frente a Izuku, con los brazos extendidos y una expresión de descontento en su rostro.

—¡Alza, mamá! —exclamó Kaizu, insistiendo con una energía que, en ese momento, parecía infinita.

Izuku, que estaba tratando de mantener su equilibrio con su barriga prominente, sonrió con esfuerzo, sintiendo la presión de la situación.

—Kaizu, cariño, mamá no puede levantarte ahora mismo —respondió, con una voz suave pero firmemente negada. Sabía que cargarlo no era una opción, especialmente no con su avanzado estado de embarazo.

—¡Alza! —repitió Kaizu, esta vez comenzando a hacer un puchero, claramente frustrado.

Katsuki observó la escena desde la puerta. En lugar de sentirse aliviado de que Izuku intentara calmar a Kaizu, algo en su interior comenzó a hervir. Se acercó y se agachó a la altura de Kaizu.

—Oye, pequeño —dijo Katsuki, con una mirada seria—. Tu madre no puede alzarte ahora, ¿por qué no te sientas aquí al lado de él y le cuentas sobre tu día?

Kaizu miró a su padre con sus grandes ojos verdes, la frustración aún clara en su rostro.

—No quiedo sentame, ¡quiedo que me alze! —protestó, cruzando los brazos en un claro desafío.

Katsuki sintió un ardor en su pecho, la frustración aumentando. No era que Kaizu no tuviera derecho a sentirse celoso, pero no podía soportar que el pequeño insistiera de esa manera.

—Kaizu, ¡no insistas! —dijo Katsuki, elevando un poco la voz, lo que sorprendió a ambos, madre e hijo.

Izuku lo miró, sintiendo un ligero nerviosismo por la tensión que había surgido.

—Katsuki, no es necesario regañarlo —intentó calmarlo, levantándose un poco de su lugar para intentar mediar la situación—. Él solo quiere cariño.

—Lo sé, pero no puede ser egoísta —respondió Katsuki, su voz más firme de lo habitual. Miró a Kaizu, que comenzaba a hinchar los labios en un intento de no llorar.

—No toy egoíta, ¡quiedo a mamá! —exclamó Kaizu, ahora con lágrimas asomando en sus ojos.

Izuku, sintiéndose atrapado entre su hijo y su pareja, se inclinó hacia adelante, sosteniendo a Kaizu por los hombros con suavidad.

—Kaizu, cariño, yo también te quiero. Pero ahora, con el hermanito en camino, hay momentos en que no puedo hacer ciertas cosas. Lo entenderás cuando crezca un poco más, ¿verdad? —intentó explicarle con dulzura, aunque su propia voz sonaba un poco entrecortada por el esfuerzo de la situación.

Pero Kaizu no parecía calmarse, y fue en ese momento que Katsuki se dio cuenta de lo mal que estaba manejando la situación. Se agachó más, con una expresión de preocupación que reemplazó la frustración.

Padres primerizos - katsudeku Donde viven las historias. Descúbrelo ahora