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Los días pasaban rápidamente, y Kaizu, con sus recién cumplidos once meses, no dejaba de sorprender a sus papás con lo rápido que crecía. Era increíble cómo aquel bebé que solía quedarse quieto en sus brazos, ahora no paraba de gatear por toda la casa, con una energía inagotable. Izuku y Katsuki, siempre atentos a cada uno de sus logros, sabían que algo grande estaba por suceder: Kaizu estaba a punto de dar sus primeros pasos.

Aquella mañana de sábado, la casa estaba en calma. El sonido de la cafetera burbujeando en la cocina y las risas suaves de Izuku llenaban el espacio mientras Kaizu intentaba levantarse de su manta de juegos.

Katsuki, que observaba desde la cocina con una taza de café en mano, entrecerró los ojos al ver a su hijo balancearse sobre sus pequeñas rodillas, como si estuviera decidido a levantarse por su cuenta.

—Creo que está cerca —comentó, sin apartar la mirada de Kaizu.

Izuku, que estaba en el suelo junto a él, también lo notó. Kaizu, con sus rizos rubios y esas enormes pecas verdes que tanto recordaban a Izuku, se sujetaba de la mesa de centro, tambaleándose un poco, pero con la determinación de alguien que estaba listo para una nueva aventura.

—¡Vamos, Kaizu, tú puedes! —le animó Izuku, con la emoción palpable en su voz.

Katsuki dejó la taza en la encimera y caminó hacia ellos, su expresión algo más suave de lo habitual. Se arrodilló a un lado de Izuku, observando con atención cada movimiento de Kaizu.

—¿Qué dices, Deku? ¿Le enseñamos de una vez a caminar? —preguntó Katsuki, con una leve sonrisa que solo reservaba para esos momentos especiales en familia.

Izuku asintió, emocionado. Estaba claro que, como padres, ambos querían estar presentes para cada pequeño avance de su hijo, y los primeros pasos eran algo que jamás querrían perderse.


Katsuki tomó a Kaizu de las manos suavemente y lo levantó hasta ponerlo de pie. El pequeño, con sus piernas regordetas y esos grandes ojos curiosos, miraba a su alrededor como si tratara de entender qué estaba sucediendo. Izuku, que había retrocedido un par de pasos, le llamaba con dulzura desde el otro lado de la sala.

—Ven, Kaizu. ¡Ven con papi! —dijo Izuku, estirando los brazos con una gran sonrisa.

Kaizu observó a su omega, sonriendo también, y comenzó a moverse un poco sobre sus piecitos inestables. Katsuki lo sujetaba con cuidado, guiando sus primeros pasos, mientras Kaizu balbuceaba con emoción.

—Eso es, mocoso. Un pie, luego el otro —le decía Katsuki, que trataba de no sonar demasiado emocionado, aunque en sus ojos se notaba el orgullo.

Kaizu dio un pequeño paso, luego otro, y justo cuando parecía que iba a avanzar por su cuenta, perdió el equilibrio y cayó de rodillas sobre la manta.

—¡Oh no! —exclamó Izuku, cubriéndose la boca, pero inmediatamente se acercó para recoger a Kaizu antes de que empezara a llorar.

Para su sorpresa, Kaizu no lloró. Al contrario, soltó una risita, como si la pequeña caída hubiera sido parte del juego. Izuku y Katsuki intercambiaron una mirada, ambos sintiéndose inmensamente orgullosos de la valentía de su hijo.

—Es fuerte, como tú —comentó Katsuki, acariciándole la cabeza a Kaizu, mientras este seguía riendo.

—Y terco, igual que tú —agregó Izuku, dándole un ligero codazo en las costillas a Katsuki, quien solo sonrió de lado.

Después de una pequeña pausa para que Kaizu descansara y comiera un poco de fruta, Izuku decidió intentarlo de nuevo. Esta vez, Katsuki se colocó a un lado, listo para sostener a Kaizu en caso de que perdiera el equilibrio, mientras Izuku se sentaba justo enfrente de ellos, con los brazos abiertos.

Padres primerizos - katsudeku Donde viven las historias. Descúbrelo ahora