13

144 12 0
                                    


Desde el nacimiento de Kaizu, Katsuki había tomado la decisión de trabajar mayormente desde casa. Ser el CEO de la empresa tecnológica más poderosa del país le otorgaba el lujo de gestionar sus horarios, y así podía estar más presente para Izuku y su hijo. Aunque a veces debía asistir a la oficina en persona, la mayoría de las reuniones importantes las realizaba en su despacho privado, con la seguridad de que en casa, tenía todo bajo control.

O eso pensaba.

Aquella mañana, Izuku estaba en el estudio, inmerso en su última obra, mientras Katsuki se preparaba para una videoconferencia clave con un grupo de inversores internacionales. Kaizu, que ya tenía siete meses, se había vuelto especialmente curioso y, aunque normalmente jugaba tranquilamente con sus juguetes en la habitación contigua, su energía había aumentado considerablemente en los últimos días.

Katsuki se sentó frente a la computadora, ajustándose el auricular mientras los primeros inversores empezaban a conectarse. Su rostro serio y su postura erguida no dejaban lugar a dudas: seguía siendo el CEO intimidante, incluso cuando estaba en casa. Comenzó a hablar con seguridad, exponiendo los próximos planes de expansión de la empresa, mientras todo parecía ir a la perfección.

Sin embargo, en la otra habitación, Kaizu había empezado a inquietarse. Izuku, notando el cambio en su bebé, dejó los pinceles a un lado y lo tomó en brazos, tratando de calmarlo. Pero el pequeño, decidido a explorar el mundo a su manera, comenzó a gatear hacia el pasillo mientras Izuku intentaba seguirle el ritmo.

—Kaizu, cariño, no puedes ir allí —dijo Izuku en voz baja, intentando retenerlo con suavidad, pero su hijo tenía otras ideas.

Katsuki, en su despacho, estaba en medio de una explicación técnica cuando escuchó un suave sonido detrás de la puerta. Frunció el ceño pero decidió ignorarlo, centrándose en sus interlocutores que lo miraban con atención. Sin embargo, cuando escuchó el leve crujido de la puerta abriéndose lentamente, supo que algo no iba bien.

Y ahí estaba Kaizu.

El pequeño, con su cabello rubio ligeramente ondulado y esas grandes y curiosas pupilas verdes que había heredado de Izuku, había conseguido abrir la puerta del despacho. Gateaba con determinación, avanzando rápidamente hacia su padre.

Katsuki tragó saliva, tratando de no perder la compostura mientras uno de los inversores le hacía una pregunta importante. Se inclinó hacia adelante, respondiendo con voz firme, pero manteniendo un ojo en su hijo que ya había cruzado la mitad de la habitación.

Izuku, sin poder evitar una pequeña risa nerviosa, llegó justo detrás de Kaizu.

—¡Lo siento, lo siento! —susurró desesperadamente, inclinándose para agarrar al bebé.

Pero Kaizu ya estaba demasiado cerca de su objetivo: su padre. Y antes de que Izuku pudiera detenerlo, el bebé alcanzó la silla de Katsuki y comenzó a tirar del pantalón de su padre con sus pequeñas manos.

Katsuki cerró los ojos un segundo, tratando de mantener la calma. Los inversores, al otro lado de la pantalla, se quedaron en silencio, sin saber muy bien qué estaba pasando, pero pronto lo entendieron.

—Katsuki... —susurró Izuku, tratando de tomar a Kaizu.

Pero Katsuki, sin poder contenerse más, dejó escapar un suspiro largo y apartó por un segundo la mirada de la cámara.

—Izuku, ¡cógelo ya! —dijo en un tono bajo pero urgente, tratando de no levantar la voz para no parecer alterado.

Justo cuando Izuku logró levantar a Kaizu, el bebé soltó una risita traviesa y extendió sus manitos hacia su padre, claramente queriendo llamar su atención. Katsuki, ahora atrapado en la situación, no tuvo más opción que mirar a la pantalla con una pequeña sonrisa torcida.

Padres primerizos - katsudeku Donde viven las historias. Descúbrelo ahora