Cpítulo 12

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Suguru y Satoru, en su segundo año en la escuela, habían decidido mudarse a cuartos cercanos, lo suficiente como para poder molestarse mutuamente, pero con la distancia justa para conservar su privacidad. Para Suguru, nunca habían sido raras las escapadas nocturnas de Satoru (que el albino pensaba que nadie notaba), ni las muchas veces que lo vio salir del dormitorio de Yuki, incluso desde la primera noche que ambos llegaron a la escuela.

Tampoco le parecieron extraños los anillos que ambos llevaban, aquellos que Suguru había visto innumerables veces colgando del cuello de Satoru, y que descubrió un día que descansaban en la mesita de noche de Yuki cuando entró a su cuarto. Ahora, se daba cuenta de que había sido un tonto. Ese anillo no era una cursilería cualquiera, como pensó en aquel momento, y tampoco eran solo novios a escondidas, con miedo a ser juzgados. Eran esposos; sus mejores amigos estaban casados. Y, según la extraña discusión que escuchó entre Yuki y su madre, ese matrimonio había sido hace bastante tiempo, probablemente antes de ingresar a la escuela. Sin embargo, eso no era lo único que le habían ocultado.

...

Al oír los pasos característicos de Satoru en la distancia, Suguru decidió salir al pasillo. No quería invadir su privacidad, pero necesitaba respuestas: ¿por qué no habían confiado en él? Se suponía que eran sus mejores amigos; él les había confiado todo.

Suguru vio a Satoru observar a Yuki antes de cerrar la puerta, y también vio su mirada de sorpresa al encontrarse con él en el pasillo. Esa reacción sorprendió a Suguru; nunca, en el último año, había visto a Satoru desactivar su técnica de los seis ojos. El hecho de que no lo hubiera detectado antes de salir indicaba que estaba con todas sus defensas bajas.

Al procesar esto, Suguru comprendió que no debía estar allí exigiendo respuestas, sino para apoyar a sus amigos. Aunque Satoru intentara mostrarle que no ocurría nada, sus ojos hinchados eran imposibles de ignorar.

—Suguru... —murmuró el albino.

—Espero una confesión de todo lo que está pasando, Satoru. Quizá no ahora; puedo esperar. Pero espero que mis mejores amigos me expliquen qué sucedió allá afuera —dijo Suguru mientras Satoru se acercaba y se dejaba caer al suelo, apoyándose en la pared.

—Esto es una mierda, ¿sabes? —dijo Satoru, exhalando un suspiro—. Yuki al fin pudo dormir; supongo que el cansancio emocional y físico la venció.

Suguru se sentó a su lado, observándolo hablar.

—¿Está mejor? —preguntó con voz preocupada, rompiendo el silencio en el pasillo.

—Al menos ya puede respirar por su cuenta —respondió Satoru, intentando sin éxito una broma—. Le preocupas. A ella le habría gustado contarte todo, pero yo no la dejé. Quería que al menos aquí pudiera olvidarse del infierno que es nuestra vida.

—No necesitas contarme nada ahora, Satoru. Creo que tú también deberías descansar; te ves terrible —comentó Suguru, logrando arrancarle una pequeña sonrisa a su amigo.

—La mujer que viste era la venenosa madre de Yuki... Un encanto, ¿verdad? Te lo voy a contar ahora, es mejor así. Antes de que la culpa consuma a Yuki y te lo cuente todo, reviviendo sus malos recuerdos. —Suguru asintió, en silencio—. Cuando en Yuki se detectó la energía maldita del Lazo Celestial, su libertad fue condenada por completo. Es una técnica heredada en su linaje, al igual que los seis ojos. Cada vez que nace una niña del clan Momo con esta técnica, lo hace poco tiempo después del portador de los seis ojos, para amplificar su poder, y ambos son obligados a casarse para concebir una estirpe aún más poderosa. Se supone que la combinación de nuestras energías malditas traerá niños más fuertes que los hechiceros anteriores, aun si no heredan ninguna técnica especial. Por eso, cada vez que estas energías malditas vuelven al mundo, se ven obligados a comprometer y casar a la mujer tan pronto ella comienza su ciclo.

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⏰ Última actualización: Nov 13 ⏰

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