Capitulo 5

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La misión había sido un completo fracaso. Los tres hechiceros terminaron con heridas graves, especialmente Suguru. Además, no pudieron proteger la vida de Riko Amanai, todo por culpa de una emboscada de Fushiguro Toji.

El agua fría caía sobre su piel, pero Yuki apenas lo notaba. Estaba atrapada en el recuerdo que la atormentaba desde que la misión terminó. La imagen de Satoru siendo atravesado por esa arma maldita, se repetía sin cesar en su cabeza.

Yuki aún podía sentir cómo el miedo se había apoderado de cada fibra de su ser, cómo su cuerpo temblaba, pero no podía moverse. En ese momento, ni siquiera pudo pensar en activar el lazo que los unía para poder sanarlo; el miedo a perderlo nubló todo su juicio.

Esta misma distracción conllevó a que Yuki no pudiera evitar ser atravesada por otra arma. 

Sentía el ardor en su estómago y cómo poco a poco el sabor metálico de la sangre empezaba a llenar su boca. Logró vislumbrar la preocupación en el rostro del albino justo antes de perder la fuerza en sus piernas. Satoru la sostuvo antes de que cayera, para luego entregarla a Suguru, pidiéndole que siguieran sin él; se encargaría de derrotar al invasor y alcanzarlos después.

Yuki, al escuchar esto, se negó. Ella podía curarse y apoyar a Satoru, pero él se lo impidió. No le gustaba verla herida, y solo saber que ella había sido lastimada por su culpa, por haberse preocupado más por él que por el enemigo, lo perturbaba.

Suguru cargó a Yuki hasta el interior del edificio. En ese momento, ella ya se había curado lo suficiente como para poder seguir corriendo por su cuenta.

Suguru quería convencer a la menor de vivir, de no entregarse a los fines de los altos mandos. Para Yuki, ese era el acto más noble y tristemente ingenuo de su amigo.

 Ella sabía mejor que nadie que para los altos mandos, todos los hechiceros eran seres reemplazables; todos eran peones en su juego. No les importaba sacrificar vidas, ya fueran adultos, adolescentes o niños hechiceros.

Esa era la maldición de haber nacido hechicero, y era algo que ella comprendió a una edad muy temprana. Aun así, no se atrevió a cortar el sueño de su amigo, porque sabía que si Riko Amanai decidía vivir, él, junto a Satoru y ella misma, estarían dispuestos a hacer todo lo posible para protegerla.

Después de todo, a Yuki le hubiera gustado tener a personas que la protegieran de su destino, y si ella podía hacer eso por la joven frente a ella, lo haría.

Pero esos nobles ideales se vieron derrumbados en un instante al ver cómo Riko caía al suelo después de que una bala le atravesara el cráneo. Ella y Suguru quedaron paralizados al verlo ahí parado con el arma aún apuntando. Fushiguro Toji se imponía con su presencia. Que él estuviera ahí solo podía indicar una cosa, y Yuki se negaba a aceptarlo. Sin embargo, el golpe de realidad llegó cuando Suguru preguntó por él y Toji solo rió, soltando que había matado a Gojo Satoru.

La pelea se desató. Suguru fue el primero en atacar, mientras ella formaba un lazo para aumentar el poder de combate de su amigo. Ambos estaban seguros de que no permitirían que ese infeliz siguiera con vida.

La batalla no era tan pareja como les hubiera gustado. La fuerza física de su rival era impresionante. Yuki hacía lo posible por curar cada herida de Suguru, permitiendo que este avanzara en la pelea sin miedo a las heridas. Pero aun así, no fueron capaces de detenerlo.

Toji no tardo en darse cuenta que ella estaba ayudando a Suguru a distancia, por lo que, de un momento a otro, apareció frente a ella para atacarla. 

Ese ataque fue suficiente para cortar el lazo con el hechicero y hacerla caer al suelo. Su cuerpo estaba agotado por haber mantenido tanto tiempo su energía activada, tanto para ayudar a Suguru como para curarse. Yuki sentía que las heridas eran lo suficientemente graves como para que alguien sin energía maldita inversa hubiera perecido en ese momento. 

Lo último que vieron sus ojos antes de caer en la inconsciencia fue a Suguru siendo herido.

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Cuando Yuki despertó, el agua ya no caía sobre ella. Se encontraba envuelta en una toalla junto a un calido abrazo. Ese olor que conocía tan bien la devolvió a la realidad. Satoru la estaba envolviendo en sus brazos de manera protectora. 

Al sentirlo tan cerca, Yuki no pudo contener las lágrimas. El miedo de ese día la acosaba, atormentándola. No podía perderlo, no a él, y el solo hecho de recordar que había creído que estaba muerto en ese instante le dejaba un amargo sabor de boca y un terror que no la dejaba tranquila.

—Hay que secarte el pelo y vestirte, o vas a enfermar — murmuró Satoru, su voz suave apenas audible para ella, con una calma que solo ella había tenido el privilegio de escuchar.

Se dejó guiar. Satoru, con sumo cuidado, empezó a vestirla con un pijama que olía a él mismo, para luego comenzar a peinar y secar el cabello de Yuki con bastante ternura. No era la primera vez que lo hacia. Recordaba los meses en los que Yuki no era más que una sombra de sí misma, una muñeca sin vida que se dejaba llevar. Para Satoru, su mayor miedo era verla regresar a ese estado.

—Yuki, mírame. Estoy aquí, no ha pasado nada, estoy aquí —ambos se habían acostado en la cama de ella. Yuki se había escondido en su pecho mientras lo abrazaba, temerosa de despertar y que todo hubiera sido un sueño, que al abrir los ojos le dijeran que en verdad Satoru había muerto. Pero ahí estaba ella, escuchando su corazón latir tan tranquilo como siempre, mientras el susurro de su voz llenaba sus oídos, confirmando su presencia junto a ella.

—Satoru, no mueras, por favor, no me dejes —su voz fue apenas escuchada por el albino.

—Lo prometo, me volveré el más fuerte de todos, Yuki, así que puedes estar tranquila. No voy a morir — le respondió, acariciando su cabello con una delicadeza infinita, como si estuviera acariciando una delicada pieza de porcelana que en cualquier momento se podía romper.

Con el tiempo, Satoru al fin podía sentir la respiración acompasada de la menor.

Odiaba preocupar a Yukiko; para Satoru, ella era lo más preciado en su vida, su querida amiga y compañera. Si para mantenerla tranquila era necesario volverse el más fuerte de todos y derrotar a todas las maldiciones existentes, lo haría. Haría todo para que ella estuviera tranquila, y por supuesto, para evitar que saliera herida.

Satoru deseaba que ella quisiera dedicarse solo al área de curación, al igual que Shoko, pero Yuki estaba obstinada en ayudarlo en todo lo posible. Sin embargo, no le gustaba verla en el campo de batalla; solo pensar en verla herida lo volvía loco.

Aun así, debía admitir que su presencia en esta misión le ayudó bastante. Después de todo, de no ser porque ella constantemente le estaba entregando su energía maldita, no habría sido capaz de mantener los seis ojos activos durante tanto tiempo. Él mismo le dijo que al llegar a la escuela ella podría descansar, ya que allí desactivaría su técnica. Se suponía que ese era un lugar seguro para todos, pero el ataque los sorprendió cuando ambos se relajaron.

Desde ahora, Satoru tenía claro que debía seguir entrenando, perfeccionando sus técnicas y fortalecerse aún más para que momentos como estos no volvieran a repetirse.







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JUNTOS; Gojo SatoruDonde viven las historias. Descúbrelo ahora