𝐂𝐇𝐀𝐏𝐓𝐄𝐑 𝐗𝐈𝐕

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El mes de junio se hizo presente en Hogwarts

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El mes de junio se hizo presente en Hogwarts. Los días se volvían más largos y cálidos, aunque para algunos estudiantes, como Theodore Nott, el tiempo era una sombra de incertidumbre. Con los T.I.M.O. acercándose, los alumnos de quinto año apenas tenían un momento de paz, inmersos en pergaminos y libros de hechizos. Sin embargo, Theodore no solo tenía exámenes en mente; su vida estaba plagada de secretos y dilemas que ni el mejor de los hechizos podría resolver.

Celeste había intentado distraerlo de su nerviosismo. Solían caminar por el lago o pasar horas en la biblioteca, en silencio compartido o discutiendo algún detalle de Pociones. Para ella, Theodore era mucho más que un joven heredero a una familia de magos oscuros; era alguien que intentaba sobrellevar el peso de su apellido con dignidad. Pero ni Celeste podía comprender el completo alcance de la presión a la que Theodore estaba sometido.

Una noche, Theodore fue convocado. A pesar de la frialdad que siempre había intentado mantener, esa llamada le heló la sangre. Sin pensarlo dos veces, apareció en la mansión Riddle, en las afueras de un bosque sombrío. Aquel lugar exudaba un aire de decadencia y maldad que penetraba hasta los huesos. Los Mortífagos ya se encontraban en sus posiciones, esperando pacientemente la llegada de su maestro.

Cuando Voldemort finalmente apareció, el ambiente se tornó aún más pesado. Sus ojos rojos se fijaron en Theodore, quien sintió el peso de una serpiente acechando, a punto de devorarlo. El Señor Tenebroso empezó a hablar, y cada palabra era una advertencia envuelta en seducción y amenaza.

—Theodore Nott —pronunció Voldemort con voz siseante—. Hijo de un leal servidor... Y sin embargo, me dicen que aún no has encontrado tu verdadero propósito.

Theodore mantuvo la calma, aunque sus pensamientos iban a mil. Sabía a qué se refería. Su padre, un Mortífago fiel, siempre le había dejado claro que el destino de los Nott estaba atado al de Voldemort. Pero Theodore era distinto; no deseaba esa vida, no al menos de la forma en que los otros parecían ansiar el poder y la destrucción.

—Siempre he sido leal a los principios de mi familia —murmuró.

Theodore no era alguien sumiso ni mucho menos sentía que le debía respeto a alguien. Sin embargo, lo hacía por su padre.

—¿Principios? —Voldemort soltó una risa baja y fría, que hizo estremecer a todos a su alrededor—. La lealtad de sangre va más allá de los principios, Theodore. No quiero tu respeto. Quiero tu devoción.

Theodore apretó los puños en un intento de mantenerse sereno, aunque cada fibra de su ser se rebelaba ante la idea de someterse a esa fuerza oscura. Sentía la mirada de los otros Mortífagos sobre él, esperando su respuesta, como si fuera una prueba que debía pasar.

Voldemort dio unos pasos hacia él, y el aire pareció tornarse denso, casi irrespirable. El Señor Tenebroso, con un tono aún más bajo y amenazante, continuó:

—No tienes otra opción, Theodore. Tarde o temprano, todos los herederos de sangre pura deben elegir de qué lado están, y la neutralidad no es una opción. Ya deberías saberlo.

Theodore tragó saliva, consciente de lo que estaba en juego. Tenía miedo, pero no por sí mismo, sino por Celeste, por lo que podría ocurrirle si él tomaba un camino equivocado. El dilema se volvía más sofocante a medida que Voldemort seguía hablándole en un tono que dejaba claro que la elección ya estaba hecha.

—Piénsalo, Theodore. Aún tienes unos días... —El Señor Tenebroso le lanzó una última mirada glacial—, pero que no se te ocurra tomarme a la ligera.

Cuando finalmente fue liberado, Theodore regresó a Hogwarts con un peso invisible que lo sofocaba. La mansión Riddle quedó atrás, pero la amenaza de Voldemort seguía presente en su mente.

Durante los días siguientes, Theodore apenas pudo concentrarse. Los susurros de Voldemort resonaban en su mente, haciéndole difícil incluso respirar con normalidad. Los días en Hogwarts, que normalmente le parecían lugares de refugio y normalidad, se sentían ahora como jaulas.

Celeste notó de inmediato que algo andaba mal. Durante las pausas para estudiar o cuando se cruzaban en los pasillos, sus ojos buscaban el rostro de Theodore, que parecía más apagado, más sombrío. Una tarde, mientras ambos estaban sentados en una esquina de la biblioteca, ella no pudo contenerse más.

—Theodore, ¿qué sucede? —preguntó en voz baja, su mano tocando suavemente la de él—. No has sido el mismo desde hace días.

Él intentó esbozar una sonrisa para tranquilizarla, pero las palabras de Voldemort volvieron a invadir sus pensamientos, sofocando cualquier intento de consuelo. Miró a Celeste a los ojos, y por un segundo pensó en contarle todo. Decirle que había sido llamado, que Voldemort no le había dejado opción, que estaba atrapado en una red de la que no podía escapar. Pero si lo hacía, la pondría en peligro. Sabía que el Señor Tenebroso no toleraba la traición ni la debilidad, y mencionar sus secretos a alguien como Celeste podría ser fatal para ambos.

—Solo... es el estrés de los exámenes —mintió, apartando la mirada para que no viera el conflicto en sus ojos—. Este año ha sido especialmente difícil.

Celeste no pareció convencida, pero decidió no presionarlo. Le apretó la mano con ternura, como si ese simple gesto pudiera calmar las tormentas que él guardaba dentro. Y en cierto modo, lo hizo; la calidez de su toque le recordaba que aún existían cosas buenas, algo que valía la pena proteger.

Los días continuaron pasando, y con ellos se acercaba la fecha límite que Voldemort le había impuesto. Una noche, mientras Theodore caminaba solo por los terrenos de Hogwarts, decidió alejarse un poco del castillo y sentarse junto al lago negro. Observó su propio reflejo en el agua; sus ojos parecían cansados, llenos de preguntas y miedos que jamás había sentido antes. Pensó en su padre, un hombre que había seguido a Voldemort sin cuestionamientos, y se preguntó si él mismo sería capaz de hacer lo mismo.

De repente, escuchó un crujido detrás de él. Se giró rápidamente y, para su sorpresa, allí estaba Draco Malfoy, observándolo con una expresión seria.

—Nott —dijo Draco en tono bajo—, sé lo que está pasando.

Theodore frunció el ceño, sin saber exactamente a qué se refería. Pero Draco continuó sin titubeos.

—Mi padre me contó —explicó, acercándose—. La reunión con el Señor Tenebroso... y las expectativas que tienen de ti. No eres el único, Nott. Todos estamos en la misma situación. Sabes que no hay opción. Si no lo haces, pondrás en peligro a toda tu familia... a todos los que amas.

La mención de su familia y de Celeste le dolió como una punzada. Draco tenía razón. No solo estaba su vida en juego; la seguridad de los suyos dependía de esa decisión. Sentía que una soga invisible se apretaba cada vez más alrededor de su cuello.

Draco le lanzó una última mirada, comprendiendo el dilema que enfrentaba. Sin más palabras, se dio la vuelta y se alejó en dirección al castillo, dejándolo solo con sus pensamientos.

Finalmente, Theodore volvió al castillo y decidió escribir una carta a su padre, pidiendo consejo, aunque sabía cuál sería la respuesta. La carta era breve, pero cada palabra pesaba como una piedra.

Al día siguiente, recibió la respuesta en forma de un pergamino lacrado. El mensaje era claro y directo:

"Theodore, somos Nott. Nuestra lealtad es una promesa inquebrantable. No hay de otra opción. No decepciones al Señor Tenebroso."

Con el corazón pesado, Theodore comprendió que estaba atrapado. Y no solo él, sino que Celeste también mientras se mantuviera a su lado.

𝐃𝐔𝐁𝐁𝐘 || 𝐓𝐇𝐄𝐎𝐃𝐎𝐑𝐄 𝐍𝐎𝐓𝐓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora