13. Aquel día de Duelo

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Hunter miró a Tom, que estaba junto a la chimenea tratando de encender el fuego mientras Jake se burlaba de él en tono jocoso. Ally y James compartieron una mirada detrás de Hunter y, sin decir nada, James le puso una mano firme en el hombro para apoyarlo.

Hunter se aclaró la garganta para llamar la atención de los chicos. -Ya puedes subir, Tom - fue todo lo que dijo.

Tom se volvió, con una expresión de curiosidad y ligera preocupación. Dejó la chimenea y, acompañado de Jake, se dirigió hacia las escaleras, preguntándose qué le esperaba arriba. La mirada de Hunter seguía fija en él, llena de una mezcla de determinación y tristeza, mientras Ally y James permanecían a su lado, dispuestos a ofrecer su apoyo.

Tom asintió en silencio, se dispuso a dar unos pasos, pero se detuvo y se dirigió a todos. -¿Me acompañan?-

Aiden, que escuchó mientras salía de la biblioteca, levantó una ceja. -¿Estás seguro, Tom? Parece algo personal.-

Tom le sonrió, su expresión llena de determinación y vulnerabilidad. -Sí, pero no quiero enfrentarlo solo. Ustedes son mi manada ahora.-

El grupo, sintiendo la gravedad del momento y la sinceridad en las palabras de Tom, asintió en silencio y se preparó para acompañarlo. Juntos, subieron las escaleras, preparados para enfrentar el pasado y apoyar a Tom en este difícil paso.

Las habitaciones reales parecían menos ostentosas de lo que Tom imaginaba. Mientras Hunter los guiaba, Tom pensó que su familia debía ser más austera que cualquier otra familia real, o quizás simplemente no eran ostentosos. Hunter se apartó de la puerta decorada frente a él, aún se veían los daños en ella. Tom tragó saliva, acercó su mano al picaporte y se detuvo. No fue hasta que Jake entrelazó sus dedos con los suyos que Tom se armó de valor para abrir la puerta.

La habitación era cálida y acogedora, con paredes adornadas con suaves tonos pastel y delicados murales que representaban escenas de naturaleza y cielo. Grandes ventanales dejaban entrar la luz del sol, iluminando el espacio con un brillo dorado y llenando el aire con una sensación de paz y serenidad. Los muebles de madera clara estaban finamente tallados, y cada rincón de la habitación reflejaba el amor y cuidado con el que había sido diseñada.

En el centro de la habitación, sobre una mullida alfombra, se encontraba una cuna elegante, adornada con detalles en oro y plata. Cerca de la cuna, una mesita de noche sostenía una lámpara que proyectaba una luz suave y tranquilizadora. Unos juguetes de madera, cuidadosamente dispuestos, sugerían momentos de alegría y juego.

En este espacio idílico, una mujer hermosa estaba de pie. Su cabello negro caía en suaves ondas hasta sus hombros, y sus ojos acuamarina brillaban con calidez y amor. Llevaba un vestido de seda que se movía graciosamente con cada paso, y una delicada corona adornaba su cabeza, reflejando la luz con destellos suaves.

Sostenía en sus brazos a un niño pequeño, de apenas dos años, que miraba a su alrededor con curiosidad. La mujer tarareaba una melodía suave, meciéndolo con ternura. Cuando levantó la vista, sus ojos se encontraron con los de Tom y le sonrió, una sonrisa llena de amor y aceptación, como si lo hubiera estado esperando toda su vida.

Tom sintió una calidez profunda en su pecho, como si una parte perdida de su alma hubiera encontrado su lugar. La mujer, con su presencia serena y amorosa, parecía decirle que, a pesar de todo, él siempre sería parte de esta historia, de esta familia.

Tom se acercó a la visión de su madre, casi chocando con la cuna. Si no fuera por las manos de Jake y Hunter sosteniéndolo, habría perdido el equilibrio. Su piel de lobo cayó sobre la cuna, y la levantó antes de volver a mirar a su alrededor.

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