im Feuer

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Dante sonreía para sí mismo, sabiendo que ya tenía asegurada una parte del botín. Su informante le había confirmado que Astrid había llegado con el maletín en la carroza, justo como habían planeado. Ahora, solo quedaba recoger su primera parte del dinero. Y pronto, el segundo pago llegaría, gracias a la habilidad de Astrid... o mejor dicho, Selena.

Pero al llegar al lugar, Dante se encontró con una escena que hizo que su corazón se detuviera: la carroza abierta, vacía, sin rastros del maletín. Un escalofrío recorrió su espalda. Astrid lo había traicionado. La furia y la ira se entrelazaron en su mente.

Sin perder un segundo, regresó al casino, decidido a confrontarla. La encontró en la sala de juegos de azar, sumida en un silencio absoluto, con la mirada fija en la ruleta. Su rostro parecía una máscara, impasible y fría.

Dante se acercó, listo para enfrentarla, pero justo antes de llegar a su lado, se topó con René, cuya presencia inesperada lo hizo titubear.

—¿Qué busca? ¿Su dinero? —preguntó René con una sonrisa sarcástica—. Creo que uno de los hombres de Klaus se lo llevó cuando se llevó a la señorita Selena.

Dante apretó los puños, su frustración a punto de estallar.

—¿Es eso o la infeliz de tu jefa me traicionó? —gritó, su voz resonando en la sala.

René se encogió de hombros, su expresión indiferente.

—¿La defiendes? —escupió Dante, su mirada furiosa.

René negó con la cabeza y continuó, su voz firme. —Los hombres de Klaus debieron haberse llevado el dinero. Puede verificar las cámaras de seguridad. Usted sabe que Astrid es una mujer de palabra.

Dante dudó, su mente racional luchando contra su instinto de desconfianza. Empujó a René a un lado y se dirigió hacia donde estaba Astrid, su corazón latiendo con anticipación.

Al acercarse, se detuvo, impresionado por la habilidad de Astrid en la mesa de juego. Jugaba con una precisión y calma que hacía que los demás jugadores parecieran amateur. Y, como siempre, no perdía.

—¿Astrid, dónde está...? —preguntó Dante, su voz baja y urgente.

Pero antes de que pudiera terminar la pregunta, Astrid le entregó un fajo de billetes, su mirada nunca abandonando la mesa de juego.

Dante apretó los dientes, su mandíbula tensa, y detuvo a uno de los hombres que pasaba por el lugar, agarrándolo del brazo con firmeza.

—Vamos, acompáñame a revisar las cámaras de seguridad —ordenó Dante, su voz baja y autoritaria, sin apartar la mirada de Astrid, cuya sonrisa seguía fija en su rostro.

El hombre asintió nerviosamente y siguió a Dante, que ya se dirigía hacia la sala de seguridad, su mirada aún clavada en quien creía que era Astrid.

Dante observó con detenimiento las imágenes de las cámaras de seguridad, su rostro cada vez más oscuro. De repente, su puño se estrelló contra la mesa, haciendo que los monitores temblaran.

—¡Maldita sea! —gritó, su voz resonando en la sala.

Definitivamente, los hombres de Klaus le habían robado su dinero. La traición era evidente.

—Vas a pagar por lo que hicieron tus hombres —dijo Dante, colocándose de pie con furia, su mirada ardiente y amenazante.

René y Selena levantaron la mirada simultáneamente cuando Dante cruzó la sala del casino como una tormenta, su furia palpable.

—Y ahí va —dijo René con una ceja arqueada, su voz baja y llena de significado.

—Pensé que Astrid sabría dónde vivían los clientes del casino —comentó Selena, su mirada aún fija en la figura de Dante que desaparecía en la distancia.

DAS CASINODonde viven las historias. Descúbrelo ahora