Al día siguiente, la puerta de la habitación se abrió y Mitsuki y Masaru Bakugo entraron, con una mezcla de emoción y expectación en sus rostros. Mitsuki, con una sonrisa amplia y ojos llenos de orgullo, se adelantó rápidamente, apenas conteniendo la emoción al ver a su nieto en brazos de Hanami.
—¡Déjenme verlo! —dijo Mitsuki con entusiasmo, acercándose al borde de la cama y extendiendo las manos hacia el pequeño—. No puedo creerlo, ¡soy abuela!
Hanami, sonriente, se inclinó para acercarle al bebé, y Mitsuki lo tomó con cuidado, sosteniéndolo con ternura inesperada. Masaru se quedó al lado de su esposa, observando con una sonrisa cálida y orgullosa, mientras miraba a Bakugo con una expresión de orgullo paternal.
—Es… perfecto —murmuró Mitsuki, estudiando cada rasgo del bebé, notando el parecido evidente con su hijo—. Mira esos ojos… igual a los tuyos, Katsuki.
Bakugo, que observaba a sus padres con una sonrisa que no intentó ocultar, asintió, sintiéndose orgulloso de la familia que ahora había formado. Era una imagen que nunca había imaginado con tanta claridad, pero que ahora se sentía como lo más natural del mundo.
Masaru, más tranquilo pero igualmente emocionado, se acercó a acariciar suavemente la cabecita de su nieto.
—Han hecho un buen trabajo, chicos —dijo, dirigiendo una mirada de aprecio a ambos—. Felicitaciones.
Hanami le devolvió la sonrisa, y Bakugo, a su lado, cruzó los brazos con una sonrisa confiada, sintiéndose increíblemente orgulloso. Para él, ver a su hijo en brazos de su madre, y sentir la aprobación de sus padres, hacía que toda su vida pareciera haber tomado un nuevo y significativo rumbo.
Mitsuki finalmente devolvió el bebé a Hanami, aunque con cierta reluctancia, y luego se dirigió a Bakugo con una sonrisa divertida.
—Bueno, parece que hiciste un buen trabajo, hijo. Pero más te vale ser el mejor padre —le dijo en tono de broma, aunque con un dejo de sinceridad.
Bakugo, sonriendo con esa mezcla de determinación y orgullo que lo caracterizaba, asintió.
—Claro que lo seré —afirmó—. Voy a ser el mejor para él y para Hanami.
Mitsuki sonrió, satisfecha, y acarició el hombro de su hijo, orgullosa de ver en él a un hombre fuerte, un esposo y ahora un padre. La familia estaba completa, y sabían que estaban comenzando una nueva etapa, llena de desafíos, pero también de amor y unidad.
Hanami se acomodó suavemente en la cama del hospital, levantando con cuidado a su pequeño hasta su pecho. Katsuki, con sus ojos cerrados y su diminuto cuerpo envuelto en una manta, empezó a moverse ligeramente, en busca de alimento. Hanami lo guió, con una ternura que no había sentido antes; cuando él comenzó a succionar, una suave sonrisa se dibujó en su rostro.
Era un momento íntimo y tranquilo, lleno de una paz que la envolvía por completo. Acarició la pequeña cabeza de su hijo, notando el suave cabello rubio con un mechón rosado que contrastaba, una mezcla perfecta de ambos.
Bakugo, de pie junto a la cama, observaba la escena con una mezcla de orgullo y admiración. Jamás había imaginado lo poderoso que sería ver a Hanami en su rol de madre, y su corazón se llenaba de una calidez que lo dejaba sin palabras. Se sentía afortunado, más de lo que jamás se había sentido.
Hanami levantó la vista y le sonrió a Bakugo, captando la mirada suave en sus ojos.
—Es increíble, ¿verdad? —murmuró ella, manteniendo su voz baja para no perturbar al bebé.
Bakugo asintió, sin apartar la vista de su esposa y su hijo.
—Lo es —respondió, acercándose para acariciar la mejilla de Hanami—. Nunca pensé que vería algo tan… especial.
Hanami, conmovida por sus palabras, sintió cómo su corazón latía con fuerza. Katsuki, en sus brazos, estaba comenzando a quedarse dormido, satisfecho y tranquilo. Había una sensación de paz en la habitación, como si todo en el mundo estuviera en su lugar.
Hanami estaba recostada en su cama, envuelta en mantas y con su pequeño Katsuki durmiendo en la cuna a su lado. Había pasado solo un día desde que volvieron del hospital, y aunque estaba emocionada de estar en casa, el cansancio empezaba a pesarle. Las indicaciones de la doctora habían sido claras: debía descansar lo más posible para recuperarse después del parto.
Desde el pasillo, escuchó los pasos de Bakugo acercándose. Entró en la habitación cargando una bandeja con una sopa caliente, pan recién tostado y un vaso de agua. Al verla despierta, le dedicó una pequeña sonrisa mientras colocaba la bandeja sobre la mesita junto a la cama.
—Es hora de que comas algo —dijo suavemente, acomodando la almohada tras su espalda para que pudiera sentarse cómodamente.
Hanami le sonrió, agradecida. Bakugo había estado tan atento desde que llegaron a casa; desde encargarse de la limpieza hasta preparar la comida, se aseguraba de que ella no tuviera que preocuparse por nada.
—Gracias, Katsu —murmuró mientras tomaba la cuchara y comenzaba a probar la sopa—. Me siento tan rara estando aquí sin poder hacer nada.
—No te preocupes por eso —respondió él, cruzándose de brazos y mirándola con una mezcla de seriedad y ternura—. Lo que más importa ahora es que te recuperes bien. Yo me encargo de todo lo demás.
Hanami asintió, aunque todavía le costaba acostumbrarse a la idea de que Bakugo estuviera manejando la casa solo. Él, que siempre había sido tan independiente, ahora parecía tan centrado en cuidarla a ella y al bebé.
Después de terminar la sopa, Hanami se recostó de nuevo y miró hacia la cuna donde el pequeño Katsuki seguía durmiendo plácidamente. Bakugo, sentado al borde de la cama, observaba al bebé con una expresión de orgullo y serenidad.
—Nunca pensé que nos vería así, tan… tranquilos —admitió Hanami, tomando suavemente la mano de Bakugo.
—Yo tampoco —dijo él en voz baja, entrelazando sus dedos con los de ella—. Pero… me gusta. Me gusta esto.
Se quedaron en silencio, disfrutando de la paz del momento. Era un nuevo comienzo para ambos, y aunque el camino no sería fácil, sabían que estaban juntos en esto.