Seis semanas. Seis interminables semanas habían pasado desde que Hanami y Katsuki desaparecieron, y Bakugo sentía como si cada segundo fuera una agonía sin fin. Desde el primer día había perdido la paciencia y, ahora, solo quedaba una desesperación rabiosa que ardía en su interior, desgarrándolo cada vez que pensaba en ellos.
Había buscado en cada rincón, interrogado a cada criminal y rastreado cada pista que pudiera conducir a algún indicio de su paradero, pero siempre terminaba en callejones sin salida. La agencia de héroes había estado trabajando en el caso, pero Bakugo no podía evitar sentir que no estaban haciendo lo suficiente. Cada día que pasaba sin noticias era una puñalada al corazón, una más que lo hundía en una mezcla de impotencia y furia.
Había pasado las últimas noches en vela, revisando mapas, informes y cualquier pedazo de información que pudiera llevarlo a ellos. Apenas había comido o dormido, y sus compañeros de trabajo ya lo miraban con preocupación. Pero no le importaba. Lo único que le importaba era traerlos de vuelta.
Ese día, después de horas de búsqueda, finalmente decidió regresar a la agencia para hablar con el jefe. Entró en la oficina sin siquiera tocar, con el rostro sombrío y la mandíbula tensa.
—Necesito saber qué está haciendo la agencia para encontrarlos —dijo, su voz baja pero cargada de ira contenida.
El jefe lo miró con cansancio y preocupación, pero también con seriedad. Sabía cuán importante era esto para Bakugo y cuánto había estado sufriendo.
—Bakugo, estamos haciendo todo lo que podemos. Pero no podemos acelerar el proceso, estos criminales están bien escondidos, y necesitamos más tiempo para dar con el lugar exacto —explicó, tratando de sonar comprensivo.
Bakugo apretó los puños, sus ojos brillando con una intensidad que solo aumentaba con cada segundo. Había tenido suficiente de esas respuestas.
—¿Tiempo? —repitió con voz cortante, acercándose al jefe, su postura amenazante—. Llevo seis semanas esperando. Seis semanas en las que mi esposa y mi hijo han estado en manos de esos desgraciados, y tú solo me dices que necesito esperar más. No estoy pidiendo más tiempo, quiero resultados.
El jefe suspiró, tratando de mantener la calma ante el héroe furioso.
—Entiendo tu frustración, Bakugo. Pero si actuamos apresuradamente, podríamos poner en peligro sus vidas.
Pero Bakugo ya no escuchaba. Su paciencia se había agotado, y cada fibra de su ser exigía tomar acción.
—Escúchame bien —dijo, sus ojos ardientes de determinación y rabia—. Si no los encuentran pronto, no me importa qué protocolos tengan que romper o cuántas reglas tenga que saltarme. Quemaré esta agencia, esta ciudad, y todo Japón si es necesario, pero los voy a recuperar.
El jefe lo miró, visiblemente preocupado y sin saber qué responder ante semejante amenaza. Sabía que Bakugo hablaba en serio; la desesperación en sus ojos era algo que pocos héroes mostraban. Y eso era algo que no podía ignorar.