Bakugo llegó a casa con el traje desgarrado y algunos rasguños en el rostro. Apenas cruzó la puerta, Hanami lo miró con preocupación, soltando lo que estaba haciendo para correr hacia él.
—¡Katsuki! ¿Qué te pasó? —preguntó, inspeccionando rápidamente los cortes y moretones en su brazo y abdomen.
—Solo un pequeño contratiempo en la misión. Estoy bien —respondió él, intentando restarle importancia.
Hanami lo guió hasta la sala y trajo el botiquín de primeros auxilios. Con un paño húmedo, comenzó a limpiar cuidadosamente los rasguños y a aplicar un poco de antiséptico en las heridas.
Sin embargo, mientras trabajaba, su mirada se detuvo un momento en el torso de Bakugo. Su abdomen, claramente trabajado y definido por años de entrenamiento y misiones, parecía esculpido. Hanami no pudo evitar que sus pensamientos se desviaran un poco. Los años, en vez de pasarle factura, lo habían vuelto más atractivo, con una fuerza y seguridad que solo hacían que su presencia fuera aún más imponente.
Al darse cuenta de que lo estaba mirando un poco más de la cuenta, parpadeó y volvió a concentrarse en sus heridas, tratando de disimular la leve sonrisa que se asomaba en sus labios.
—¿Qué pasa? —preguntó Bakugo con una media sonrisa, notando su distracción.
—Nada… solo… es que… —titubeó ella, intentando buscar una excusa, pero acabó suspirando con una sonrisa divertida—. Tengo que admitir que… los años te han sentado bastante bien, Katsuki.
Bakugo arqueó una ceja, claramente satisfecho por el cumplido, y acercó su rostro al de Hanami.
—¿Ah, sí? ¿Te gusta lo que ves? —murmuró, su voz cargada de diversión y un toque de picardía.
Ella se sonrojó un poco, pero no apartó la vista. En cambio, continuó limpiando las heridas, aunque ahora con una pequeña sonrisa en el rostro.
—No te emociones demasiado. Aún no he terminado de limpiarte —respondió, fingiendo seriedad.
Bakugo dejó escapar una leve risa, tomando la mano de Hanami por un momento y mirándola con ternura.
—Gracias, Hanami. Por cuidarme siempre —dijo, dejando ver una expresión de gratitud que pocas veces mostraba.
Ella le devolvió la sonrisa, acariciando su mano suavemente.
—Siempre lo haré, Katsuki.
Bakugo la miró fijamente y, sin decir nada más, acercó sus labios a los de Hanami, besándola con intensidad. Sus manos rodearon su cintura, atrayéndola más hacia él mientras el beso se volvía cada vez más apasionado, ambos perdiéndose en el momento. Hanami sintió su corazón latir aceleradamente mientras sus manos se aferraban a los hombros de su esposo, disfrutando de cada segundo de aquella cercanía.
De repente, una vocecita inocente rompió el silencio de la casa.
—¿Mamá? —llamó su hijo desde las escaleras, frotándose los ojos y sosteniendo su peluche favorito—. ¿Me cuentas un cuento para dormir?