Bakugo miró al bebé en sus brazos, su pecho lleno de una sensación que nunca había experimentado antes. El pequeño se acurrucaba en la manta, sus ojos, tan parecidos a los de Hanami, miraban al mundo con curiosidad, pero con una calma que le robó el aliento. El cabello rubio de Bakugo se mezclaba perfectamente con los delicados rasgos de Hanami, formando una mezcla de ambos.
La enfermera sonrió al ver la expresión de asombro en el rostro de Bakugo.
— Su hijo está perfectamente, señor Bakugo. Pesa casi 4000 gramos, un bebé fuerte.
Bakugo apenas escuchó, enfocado en el pequeño ser en sus brazos. Aunque su mente todavía trataba de procesar todo lo que había pasado, el momento era tan intenso que no pudo evitar sentirse abrumado por el amor que sentía por este bebé. Era su hijo, su carne y su sangre. Lo miró detenidamente, como si quisiera recordar cada detalle, cada centímetro de su rostro.
El niño movió sus pequeños deditos, atrapando uno de los de Bakugo con su mano diminuta, como si supiera que estaba seguro con su padre. Bakugo sonrió suavemente, pero su corazón se aceleró con la ternura que sentía.
— ¿Aún no tiene nombre? — preguntó la enfermera amablemente.
Bakugo miró al pequeño, un sentimiento profundo y familiar llenándolo. No pudo evitar pensar en lo que su hijo representaría en su vida. Quería algo que reflejara tanto a Hanami como a él, algo que los uniera.
Con una sonrisa suave pero segura, Bakugo susurró:
— Kane… Su nombre será Kane.
La enfermera asintió, comprendiendo el momento. Sin decir más, Bakugo sostuvo al bebé con más ternura, sus ojos brillando de emoción.
— Bienvenido al mundo, Kane… — dijo, su voz cargada de amor y promesas. Sabía que su vida había cambiado para siempre, que a partir de ese momento, nada importaría más que proteger y cuidar a su hijo, a su familia.
Bakugo caminó rápidamente hacia la habitación donde Hanami estaba recuperándose, Kane en sus brazos. El pequeño dormía tranquilamente, acurrucado en la manta, mientras Bakugo sentía que su corazón latía con fuerza, casi como si fuera a salirse de su pecho. Cada paso que daba lo acercaba más a la mujer que amaba, a la madre de su hijo, a la persona por la que había estado luchando todo este tiempo.
Al llegar a la puerta de la habitación, Bakugo se detuvo un momento. Miró a su hijo una vez más, sonrió con suavidad, y luego empujó la puerta con cuidado. Hanami estaba acostada en la cama, mirando al techo, pero su rostro se iluminó cuando lo vio entrar.
— Bakugo… — susurró Hanami, todavía un poco agotada, pero con una sonrisa cálida en sus labios.
Bakugo no dijo nada al principio. Solo se acercó con pasos firmes, pero lentos, con Kane en sus brazos, y lo colocó cuidadosamente en la cama junto a su esposa. El bebé abrió los ojos lentamente, observando el entorno con curiosidad, y Hanami no pudo evitar sonreír, los ojos brillando con emoción al ver a su hijo.