𝐂𝐚𝐩í𝐭𝐮𝐥𝐨 12

83 19 2
                                    

"La unión de los dragones del gran fuego"

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.


"La unión de los dragones del gran fuego"

El día de la boda de Aegon y Daelyra llegó con la majestuosidad de un amanecer dorado. El aire era cálido, teñido con el aroma del incienso que ardía en los altares valyrios, y la brisa traía susurros antiguos, como si los mismos dioses de Valyria se inclinasen para escuchar el eco de los votos que estaban por pronunciarse. Todo estaba preparado: el Gran Salón del Dragón refulgía con la luz de miles de antorchas, y los estandartes negros y rojos ondeaban en lo alto de las torres. Era un día de solemnidad y celebración, y también de unión.

Aegon se sentía preparado, como si toda su vida lo hubiese conducido a este instante. Desde que tenía seis onomásticos y vio a su sobrina, la pequeña Daelyra, en brazos de una niñera, supo que algún día estaría a su lado. Había algo en su mirada, en la forma en que lo observaba con esos ojos violetas propios de los Targaryen, que le hacía sentir que pertenecían juntos. Aegon recordaba aquel momento con una claridad asombrosa: sus ojos se encontraron brevemente, y fue como si el destino mismo le susurrara al oído. Con los años, ese sentimiento creció, alimentado por la cercanía de sus familias y la fuerza de su propia convicción. Y ahora, en la cúspide de ese deseo cumplido, estaba a punto de sellar ese destino en los votos sagrados.

Por su parte, Daelyra sentía una mezcla de emociones que no le permitían hallar paz. Había una chispa de felicidad y amor por el hombre que estaba a punto de convertirse en su esposo, pero también una sombra de dolor que se aferraba a su corazón. Su madre, Rhaenyra, no estaría allí. Siempre había soñado con tenerla a su lado en un momento tan importante, pero las decisiones de su madre la habían llevado lejos, siguiendo a un hombre en lugar de quedarse a su lado. Daelyra no podía evitar sentirse abandonada, pero había aprendido a ser fuerte y a llevar ese peso con dignidad. Se esforzaba por concentrarse en el futuro que la aguardaba con Aegon, en construir una nueva vida juntos, aunque en lo profundo de su alma sentía esa herida abierta.

La ceremonia comenzó en el momento en que el sol alcanzó el zenit, llenando el lugar de una luz dorada que parecía una bendición. Los invitados, miembros de la nobleza de Poniente y algunos de los leales a la causa Targaryen, miraban la escena con ojos brillantes de expectación y respeto. La música de cuerdas resonaba suavemente mientras Aegon y Daelyra caminaban juntos hacia el altar valyrio, decorado con runas antiguas y rodeado de dragones esculpidos en piedra. Allí, sobre la piedra lisa y oscura, había un grabado que mostraba la historia ancestral de Valyria, sus conquistas y sus dragones. Era el lugar ideal para sellar una promesa tan sagrada.

Aegon se volvió hacia Daelyra, notando el ligero temblor en sus manos. Sabía que ella estaba nerviosa, y por un momento, sus ojos se encontraron, transmitiéndose silenciosamente fuerzas el uno al otro. Entonces, los sacerdotes comenzaron a recitar las palabras sagradas. La voz profunda del líder de la ceremonia resonó en el aire, invocando a los antiguos dioses de Valyria, a los protectores de la Casa Targaryen, al Padre, Herrero, Guerrero, Madre, Vieja, Doncella y Desconocido. Era un ritual solemne y antiguo, uno que muy pocos en el mundo entendían, pero que para ellos tenía un profundo significado. Eran palabras que unían sus almas más allá de la vida misma.

Los votos fueron pronunciados con voz firme por Aegon y con un susurro vacilante, pero lleno de convicción, por Daelyra:

"Padre, Herrero, Guerrero, Madre, Vieja, Doncella, Desconocido.

Soy tuyo, ella es mía.

Soy tuya, y él es mío.

Desde este día hasta el fin de mis días."

Aegon tomó las manos de Daelyra entre las suyas, cálidas y fuertes, y ella sintió una calma inesperada llenarla. Este era el hombre que la protegería y amaría por siempre, y en ese instante, Daelyra comprendió que, aunque su madre no estuviera allí, estaba rodeada de un amor que no conocía límites. Aegon inclinó su cabeza y, con un gesto seguro, la besó suavemente. Daelyra sintió un rubor en sus mejillas, consciente de las miradas sobre ellos, pero el tacto de Aegon la tranquilizó. Fue un beso sencillo, lleno de promesas y de ternura, y a pesar de sus nervios, se sintió segura.

En lo alto del cielo, Sunfyre y Skyfyre, los majestuosos dragones de Aegon y Daelyra, sobrevolaban la escena, sus siluetas proyectadas contra el cielo azul. Danza en armonía, un espectáculo impresionante de fuerza y belleza, como si supieran que sus jinetes acababan de sellar un juramento eterno. Las escamas doradas de Sunfyre brillaban con el reflejo del sol, mientras que Skyfyre, con su imponente envergadura y sus colores vibrantes, trazaba círculos a su alrededor en una danza de respeto y compañerismo.

Después de la ceremonia, los invitados fueron llevados a un gran banquete que había sido preparado con esmero. Las mesas estaban adornadas con frutas exóticas, carnes asadas, y dulces tan elaborados que parecían pequeñas obras de arte. Aegon y Daelyra presidían la mesa principal, rodeados de amigos y familiares. La risa llenaba el aire, los brindis se multiplicaban, y las canciones antiguas resonaban en los muros. Los músicos tocaron canciones valyrias, y algunos de los invitados se animaron a bailar las danzas ancestrales, moviéndose al ritmo de los tambores y flautas que marcaban el compás de aquella antigua cultura.

Aegon no podía apartar la mirada de Daelyra. En aquel momento, ella le parecía más hermosa que nunca, con su cabello plateado cayendo en suaves ondas sobre sus hombros y una ligera sonrisa adornando sus labios. Daelyra, por su parte, miraba a su alrededor, embriagada por la alegría de sus seres queridos y por el amor que Aegon le transmitía. En un instante de intimidad entre ellos, Aegon le susurró al oído: "Hoy somos uno, ñuha jorrāelagon (mi amor). Desde ahora y hasta el fin de nuestros días."

Daelyra sonrió, y por un momento olvidó sus temores y las ausencias. Estaba allí, viviendo su propio cuento de dragones y fuego, rodeada de las llamas de la tradición Targaryen, con un esposo que la amaba y una vida entera por delante. En ese instante, dejó de lado sus preocupaciones y permitió que la felicidad la llenara por completo.

Al final de la noche, mientras los fuegos artificiales iluminaban el cielo en honor a los recién casados, Aegon y Daelyra se retiraron juntos. El camino estaba bordeado de antorchas, y los invitados los despidieron entre aplausos y vítores. Los dragones volaron sobre sus cabezas una última vez, un símbolo de la promesa de un amor eterno, una promesa de que los Targaryen seguirían adelante, fuertes y unidos.

Aegon tomó a Daelyra de la mano, y juntos subieron a la montaña donde aguardaba Skyfyre. Aegon ayudó a Daelyra a montar, y juntos se elevaron hacia el cielo, sintiendo el viento y la libertad bajo el manto de la noche. Desde lo alto, mientras miraban las luces de la fortaleza de sus ancestros desvanecerse en la distancia, Aegon susurró una última promesa:

"Siempre estaré a tu lado, Daelyra, en este mundo y en el próximo."

Y ella, abrazada a él, se sintió finalmente completa, con el corazón lleno de esperanza y amor, lista para enfrentar cualquier destino que los dioses tuvieran preparado para ellos.

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Nov 03 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

•𝐅𝐔𝐄𝐆𝐎 & 𝐃𝐄𝐁𝐄𝐑• |𝐀𝐞𝐠𝐨𝐧 𝐈𝐈 𝐓𝐚𝐫𝐠𝐚𝐫𝐲𝐞𝐧 & 𝐇𝐎𝐓𝐃|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora