Cloud
El avión toca suelo en Nueva York, y es como si me hubieran dejado caer en un lugar extraño y desorientador. Las luces de la ciudad parpadean a través de la ventana mientras nos dirigimos hasta la terminal, y no puedo evitar sentirme completamente fuera de lugar. Aquí crecí, aquí están los recuerdos de mis primeros años, pero ahora todo me parece distante, casi ajeno.
Después de salir del aeropuerto, subo a un taxi y le doy la dirección de mi apartamento en Brooklyn. Es un edificio pequeño, de esos que pasan desapercibidos, y quizá es por eso que decidí mantener el alquiler incluso cuando fui asignado a Irak. Me gusta la discreción, me gusta la paz. Además, el apartamento está cerca de la base Fort Hamilton, y tenerlo asegurado me daba una especie de ancla, aunque rara vez estuviera aquí para usarlo.
El taxista intenta hacer conversación, pero no estoy de humor, así que respondo con monosílabos. Mientras veo la ciudad pasar por la ventana, siento una frustración creciente. Diez meses de permiso. Me suena como una maldita condena. En el fondo, sé que el mayor tiene razón, que perder a toda mi unidad es algo que destroza a cualquiera, pero yo... yo no quiero parar. Detenerme significa pensar, y pensar significa enfrentarme a algo que prefiero mantener bajo llave.
Finalmente, el taxi se detiene frente al edificio, y le pago al conductor antes de bajar. La fachada del edificio sigue igual que siempre: un ladrillo desgastado pero sólido, un poco descuidado, pero bien construido. Alcanzo la puerta principal y la empujo con un suspiro, sintiendo el familiar crujido bajo mi mano. El silencio es lo primero que noto al entrar; es denso, casi tangible, y agradezco que sea así. En estos días, el ruido de la ciudad me resulta agotador.
Subo las escaleras hasta el tercer piso, y cada paso se siente como una pequeña liberación. Solo hay dos departamentos en este piso, y el mío es el de la izquierda. El otro, al frente, parece estar ocupado desde hace años, pero nunca he visto al vecino. No es algo que me moleste. Me gusta que la gente mantenga su distancia, al igual que yo mantengo la mía.
Abro la puerta y, al instante, un aroma suave y fresco me golpea, algo cítrico pero sutil. Supongo que la señora Matthews, la casera, cumplió su palabra y limpió antes de mi llegada. El departamento está impecable: cada cosa en su lugar, sin una mota de polvo. No puedo evitar sentir un leve alivio al verlo así. Si hubiera entrado y encontrado el caos, probablemente ya estaría perdiendo la poca calma que me queda.
Entro y dejo el bolso en el suelo, cerrando la puerta detrás de mí. Echo un vistazo a la sala, reconociendo los mismos muebles, los mismos cuadros, todo en el mismo lugar que lo dejé. Siento una especie de desconexión con el espacio, como si no fuera mío del todo, pero al mismo tiempo encuentro algo de consuelo en su orden.
Hago una nota mental para agradecerle a la señora Matthews de alguna manera. Quizá le compre flores o chocolates; no tengo idea de qué le gusta, pero esto que hizo me ahorra un problema que no tenía cabeza para enfrentar ahora mismo.
Respiro hondo y voy al baño, donde dejo correr el agua caliente de la ducha. Mientras el vapor llena el pequeño espacio, me quito la ropa y me meto bajo el chorro. Siento el agua arder contra mi piel y, por un instante, me permito relajarme, dejar que el calor alivie algo de la tensión que llevo acumulada en el cuerpo. Cierro los ojos y dejo que el ruido constante de la ducha me arrastre a un espacio en blanco, lejos de todo lo que pasó allá afuera.
Cuando termino, apago el agua y salgo de la ducha, secándome con una toalla áspera que encuentro en el estante. Abro el armario y saco la primera ropa que veo: un par de jeans oscuros y una camiseta gris. Me quedo mirándolos un momento, indeciso, sintiendo una extraña incomodidad. Estoy acostumbrado a mi uniforme, a la estructura y el propósito que representa. Ponerme ropa civil se siente como si me estuviera quitando una capa de protección, algo que en este momento preferiría no hacer.
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Melodía de Acero
RomanceEn el vibrante telón de fondo de Nueva York, la vida de Cloud, un joven soldado de 35 años recién llegado de Irak, se entrelaza con la de Jaehyun, un talentoso chelista coreano que estudia en Juilliard. Mientras Cloud lucha por adaptarse a la vida c...