Cloud
La noche se siente como una especie de tormento interminable. Llevo horas dando vueltas en la cama, con la vista fija en el techo, intentando forzarme a dormir, como si fuera posible empujarme a un estado de descanso a voluntad. Es absurdo. Mi mente se mueve en círculos, atada a un hilo invisible de recuerdos y pensamientos que no puedo detener, imágenes y sonidos que no tienen sentido aquí, en este cuarto oscuro, en esta ciudad ruidosa que se siente tan ajena.
Un golpe fuerte, como una puerta cerrándose en algún lugar, me hace dar un respingo. Los músculos de mi espalda se tensan al instante, y siento esa punzada en la boca del estómago, ese tirón de adrenalina que solía ser útil, necesario. Ahora es una molestia, un recordatorio de que, por más que intente, hay cosas que no puedo dejar atrás. Es solo una puerta, pero en la penumbra de mi habitación, el eco se convierte en algo más. Se convierte en el sonido de una detonación, de algo que estalla cerca, y siento cómo mi cuerpo se prepara para algo que no va a suceder. Es casi cómico. Aquí estoy, en un pequeño apartamento, sin riesgo alguno, y mi cuerpo reacciona como si estuviera en medio de una zona de conflicto.
Exhalo lentamente y me obligo a relajar los hombros, a convencerme de que el peligro no es real. Es una mentira, claro, una que he aprendido a decirme a mí mismo para intentar aplacar el caos en mi cabeza. Pero es agotador. Cada noche es igual, y cada vez me convenzo menos de que esta sensación vaya a desaparecer con el tiempo.
La idea de quedarme aquí atrapado, a oscuras, con mi mente haciendo estragos, se vuelve insoportable. Me levanto de la cama y me estiro un poco, tratando de soltar esa tensión acumulada que ya se siente como una segunda piel. Me pongo lo primero que encuentro y salgo de mi departamento, sin un plan, sin una dirección clara. Solo quiero aire, movimiento, cualquier cosa que me haga sentir que tengo el control.
La calle está desierta. Es más tarde de lo que pensaba, y las pocas luces que quedan encendidas proyectan sombras alargadas sobre el pavimento. Camino sin rumbo fijo, dejando que mis pasos sigan un ritmo mecánico. Las manos en los bolsillos, la cabeza baja, y me concentro en el sonido de mis propios pasos, tratando de ignorar cualquier otro ruido. Pero no es fácil. Un coche pasa por la avenida y el estruendo del motor al acelerar se siente como una explosión. De inmediato, mis pensamientos se disparan, y un recuerdo atraviesa mi mente, nítido y doloroso.
Esos recuerdos siempre vienen sin aviso, como una emboscada en mitad de la noche. La escena se despliega en mi mente con una claridad que me deja sin aliento: el polvo levantándose por una detonación, las voces gritando órdenes, el sonido de botas sobre el suelo firme. Parpadeo, tratando de apartar esas imágenes, pero son persistentes, como una película que alguien ha decidido poner en repetición sin mi consentimiento.
Me detengo en una esquina y me apoyo contra una pared, cerrando los ojos con fuerza. Necesito calmarme, bajar la respiración. Este es el tipo de situación que solía controlar con facilidad, pero ahora, lejos de ese ambiente, sin la estructura de la vida que llevaba antes, me siento vulnerable de una forma que odio admitir. La ironía no pasa desapercibida: he sido entrenado para soportar situaciones extremas, y aquí estoy, derrotado por la simple memoria de algo que ya pasó.
Pasan unos minutos, o quizás más, antes de que logre retomar el control de mi respiración. El aire frío me ayuda a centrarme, a volver al presente, aunque el malestar persiste, en una forma menos visible, más sutil, como una sombra que no desaparece del todo. Empiezo a caminar de nuevo, con la esperanza de que el movimiento me distraiga, de que el cansancio físico sea suficiente para contrarrestar el caos en mi mente.
Sin darme cuenta, termino en un parque. Las luces tenues iluminan los bancos vacíos y los árboles cuyas hojas caen en pequeños montones en el suelo. Es un lugar tranquilo, y por un momento, siento que puedo respirar sin la presión en el pecho, sin la tensión constante en los hombros. Me dejo caer en uno de los bancos, mirando hacia el cielo, buscando algún tipo de paz en el silencio de la noche. Pero incluso aquí, donde debería sentirme seguro, el silencio se convierte en un arma de doble filo.
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Melodía de Acero
RomanceEn el vibrante telón de fondo de Nueva York, la vida de Cloud, un joven soldado de 35 años recién llegado de Irak, se entrelaza con la de Jaehyun, un talentoso chelista coreano que estudia en Juilliard. Mientras Cloud lucha por adaptarse a la vida c...