𝐂𝐚𝐩í𝐭𝐮𝐥𝐨 𝐂𝐮𝐚𝐫𝐞𝐧𝐭𝐚 & 𝐔𝐧𝐨

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ALGO SE APAGA

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ALGO SE APAGA

𝙾𝚖𝚗𝚒𝚜𝚌𝚒𝚎𝚗𝚝𝚎

Arisha no quería sentir culpa, no quería pensar que, si tan solo hubiese escuchado a Drystan y hubiera bajado con él, ese hombre aún estaría con vida, aunque era muy probable que muriese, pero no a manos de ella.

Era fácil evadir el sentimiento tortuoso si pensaba constantemente en que él quiso lastimarla y solo se defendió. Una verdad innegable, puesto que, de haber tenido las fuerzas suficientes, ese individuo no lo hubiese dudado para lanzarla a ella al vacío.

Apenas alcanzaba a percibir el murmullo lejano de Drystan, Nadyr e Iván. Drystan ni siquiera la miraba, lo cual producía una mezcla de incomodidad, alivio y preocupación. Él no hizo más que cerciorarse de que ella estuviese bien, sin ninguna herida; solo ahí mostró algo de interés y preocupación. No solía ser indulgente con los errores, mucho menos con la desobediencia.

Su vista perdida fue obstruida por la alta silueta de Zet, quien se acercaba con una botella de agua para ella. Se la ofreció en cuanto llegó a su lado. Arisha lo miró y luego a la botella; terminó por aceptarla, la destapó y le dio un largo trago. No se había dado cuenta de lo sedienta que estaba.

Все в порядке? (¿Está bien?)

Ari desvió la mirada hacia los ojos grises y compasivos de Zet. No le hizo falta llevar esos auriculares para comprenderlo; reconoció la pregunta.

Ella asintió en respuesta. Con un leve suspiro, se recostó del espaldar con la intención de conseguir algo de relajación; sentía su cabeza inmensa. Odiaba todo el asunto, no tanto por las vidas perdidas, sino porque el recuerdo traía de vuelta esa noche con Edgar, era como si su mente insistiera en recordarle toda esa violencia.

Sus manos estaban manchadas con más sangre, aunque no había sido a propósito. No podía considerarse una asesina, pero eso no aliviaba del todo el peso que sentía; era una situación incómoda, casi surreal. La idea de que dos personas ya no existan por su culpa, aunque fuera sin intención, dejaba una marca que no lograba entender del todo. No era remordimiento puro, sino una inquietud constante, como si algo en su interior se estuviera desmoronando lentamente.

Su mente hacía el mayor esfuerzo por convencerla de que no podía haber hecho nada distinto. Solo se defendió. Solo reaccionó. Pero esa justificación intentaba aislarla emocionalmente, dejando un espacio vacío allí donde solía estar la empatía; un vacío que crecía con cada escena violenta que se explayaba ante sus ojos y cada trauma nuevo que se sembraba en su cabeza.

Zet ya no estaba a su lado. Arisha cerró los ojos, tratando de acallar las imágenes que desfilaban por su mente; sentía que todo se volvía más denso, como si cada ruido llegara amortiguado por la neblina en su cabeza.

 Arisha cerró los ojos, tratando de acallar las imágenes que desfilaban por su mente; sentía que todo se volvía más denso, como si cada ruido llegara amortiguado por la neblina en su cabeza

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