Capítulo 4

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Capítulo 4: Encuentros Fortuitos

El día después de su salida al estudio con Iván, Mía se despertó con una extraña mezcla de emoción y nerviosismo. Los recuerdos de la tarde anterior le daban vueltas en la cabeza, especialmente el momento en que casi se acercaron más de lo que había imaginado. El corazón le latía con fuerza al recordar la seriedad en la mirada de Iván, la manera en que parecía haber algo más bajo su fachada despreocupada.

Se pasó la mañana explorando el barrio por su cuenta, encontrando pequeñas cafeterías y librerías escondidas entre las calles angostas. En una de ellas se detuvo para hojear libros de segunda mano, fascinada por los tesoros que podía encontrar en sus páginas gastadas. Fue justo cuando estaba pagando en la caja cuando oyó una voz familiar.

—¿No me digas que también te gustan los libros antiguos? —Iván estaba detrás de ella, con una expresión de sorpresa divertida—. Si hubiera sabido que este era uno de tus lugares favoritos, habría venido aquí más seguido.

—No es mi lugar favorito... todavía —dijo Mía, sonriendo—. Pero lo encontré esta mañana. Y, bueno, me gustan los libros con historia.

Iván asintió, mirando la portada del libro que acababa de comprar, un volumen de poesía antigua.

—Poesía... eso es intenso, ¿no? —comentó con una sonrisa—. Aunque, de alguna manera, me pega contigo.

Salieron juntos de la librería, y antes de que Mía pudiera decir nada, Iván le propuso ir a un parque cercano. Mientras caminaban, le contaba sobre su infancia en la ciudad, sobre cómo su familia se había mudado cuando él era muy joven y que, desde entonces, había aprendido a adaptarse a los cambios.

Llegaron al parque y se sentaron en un banco, mirando la fuente en el centro y observando a los niños que jugaban alrededor. Por primera vez, Mía sintió que Iván se abría un poco más, como si la cercanía con ella lo empujara a ser más sincero. Se lo veía pensativo, casi vulnerable, y ella se dio cuenta de que estaba a punto de descubrir algo importante.

—A veces me preguntaba si alguna vez encontraría algo que realmente quisiera hacer —dijo Iván de repente, rompiendo el silencio—. Pintar me ayudó a encontrar algo de estabilidad, pero... siempre siento que estoy buscando algo más, ¿sabes? Algo que ni siquiera sé definir.

Mía lo miró, sintiendo que lo entendía más de lo que él imaginaba. Ella misma había sentido esa incertidumbre, esa necesidad de encontrar algo que la hiciera sentir completa, algo que fuera más allá de una simple ocupación.

—Creo que todos sentimos eso alguna vez —respondió en voz baja—. Es como si viviéramos buscando algo que nos dé sentido. Y a veces me pregunto si alguna vez lo encontraremos, o si esa búsqueda es lo que realmente importa.

Iván la miró con una expresión seria, como si sus palabras hubieran tocado una fibra en él.

—Quizás tengas razón —dijo—. A lo mejor el sentido de todo esto está en la búsqueda misma, en las personas que encontramos en el camino.

La manera en que la miró mientras decía esto hizo que Mía sintiera un escalofrío recorrerle la espalda. Era una mirada intensa, una que decía mucho más de lo que las palabras podían expresar. En ese momento, se dio cuenta de que, sin saberlo, había comenzado a ver a Iván de una manera especial, como alguien a quien quería conocer de verdad, con quien quería descubrir la vida y sus misterios.

—Oye, ¿quieres venir al estudio otra vez esta tarde? —preguntó Iván de repente, como si no quisiera que el momento terminara.

Mía asintió sin dudar, sintiendo una felicidad inesperada ante la idea de pasar más tiempo con él. Volvieron al estudio de arte esa tarde, y mientras Iván trabajaba en uno de sus cuadros, Mía lo observaba, maravillada por la concentración en su rostro y el modo en que sus manos parecían dar vida a los colores y formas. En un momento, sin darse cuenta, empezó a dibujar en su cuaderno de bocetos, inspirada por la atmósfera y la presencia de Iván.

Mientras trabajaban en silencio, la puerta del estudio se abrió de repente, y una mujer de cabello oscuro y ojos profundos entró, mirando a Iván con una expresión que Mía no pudo interpretar. Había algo en su porte que la hacía parecer segura, casi imponente.

—Iván, ¿podemos hablar un momento? —preguntó la mujer, sin ni siquiera saludar a Mía.

Iván se tensó al verla y se levantó del asiento, haciéndole una señal a Mía para que esperara. Salió del estudio con la mujer, y desde el interior Mía pudo verlos hablar en voz baja, gesticulando y mirándose intensamente. Aunque no podía escuchar lo que decían, la situación la inquietaba. No quería ser la persona que se metiera en asuntos personales, pero la curiosidad le pesaba.

Al cabo de unos minutos, Iván regresó al estudio con el rostro sombrío, como si aquella conversación lo hubiera dejado exhausto.

—Perdón por eso —dijo, intentando sonreír—. Fue una... visita inesperada.

Mía no quiso presionarlo, aunque sentía una punzada de celos que intentaba ignorar.

—¿Es alguien importante para ti? —preguntó con cuidado, intentando que su tono sonara despreocupado.

Iván se quedó en silencio por un momento, mirando hacia la puerta por la que había salido la mujer.

—Lo fue... en algún momento —respondió finalmente, eligiendo sus palabras con cuidado—. Es una persona que fue importante en mi vida, pero ya es cosa del pasado.

Aunque no dijo más, Mía notó que la mirada de Iván seguía fija en la puerta, como si algo en su interior aún no hubiera cerrado esa historia. Sintió una mezcla de curiosidad y tristeza, y se dio cuenta de que, aunque comenzaba a conocer algunos secretos de Iván, aún había muchas cosas que él no estaba listo para compartir.

Intentando cambiar el ambiente, Iván tomó su cuaderno de bocetos y le mostró algunas de las páginas, haciendo comentarios divertidos sobre sus propios dibujos y bromeando con ella para que se riera. Lentamente, la tensión desapareció, y la tarde pasó en una mezcla de risas, dibujos y silencios compartidos.

Cuando el sol comenzó a ponerse y las luces del estudio se volvieron más tenues, Iván miró a Mía con una expresión más suave.

—Gracias por hoy, Mía —dijo—. En serio, no sabes cuánto te agradezco que estés aquí.

Ella sonrió, sintiendo que esas palabras significaban mucho más de lo que él decía.

—Gracias a ti, Iván. Por compartir esto conmigo —respondió.

Mientras caminaban de regreso al departamento en silencio, Mía sintió que su relación con Iván había cambiado. Él era un misterio, lleno de capas que ella aún no lograba desentrañar. Pero, aun así, algo en ella quería quedarse y descubrir cada detalle, cada historia oculta en sus ojos. Sabía que el camino que habían empezado a recorrer juntos no sería sencillo, pero en el fondo sentía que valdría la pena.

Viviendo con mi hermanoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora