Capítulo 9

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Capítulo 9: Un Nuevo Comienzo

La conversación de Iván con su ex había traído algo de paz, tanto para él como para Mía. Durante las semanas que siguieron, ambos se dedicaron a construir una relación más cercana y auténtica, libres de los temores y fantasmas que los habían perseguido al principio. Mía sentía que cada día conocía más a Iván, en sus detalles más pequeños, y descubría un lado suyo que le hacía quererlo aún más.

Una mañana, mientras preparaban el desayuno en el departamento de Julián, él les lanzó una noticia inesperada.

—Oigan, no sé si se los había dicho, pero me ascendieron en el trabajo. Voy a estar viajando mucho en los próximos meses y apenas voy a estar por aquí —dijo, entre bocado y bocado de tostada.

—¡¿En serio, Julián?! —exclamó Mía, emocionada—. ¡Eso es increíble! Te lo mereces.

Julián sonrió con humildad, pero luego miró a Iván y a Mía con una sonrisa traviesa.

—Gracias, Mía. Pero esto también significa que el departamento quedará libre... y no sé, estaba pensando que quizá ustedes podrían mudarse aquí juntos. Ya están siempre aquí de todos modos.

La propuesta tomó a Mía y a Iván completamente por sorpresa. Mía sintió un cosquilleo de emoción y nervios al escuchar la idea de vivir juntos. Miró a Iván, quien parecía igual de sorprendido, pero no tardó mucho en sonreír.

—¿Tú qué piensas, Mía? —preguntó Iván, dándole la opción de decidir.

—Yo... —titubeó ella, sintiendo un torbellino de emociones—. Me encantaría, si tú también estás de acuerdo.

Iván tomó su mano y la miró con una expresión sincera.

—Claro que sí. Quiero estar contigo, Mía. Y si esta es nuestra oportunidad de dar el siguiente paso, estoy listo para eso.

Ambos sonrieron, y Julián, satisfecho, los dejó discutir los detalles entre risas y miradas llenas de complicidad. Mía nunca se imaginó que mudarse a un nuevo país la llevaría a comenzar una vida junto a alguien que había conocido apenas hacía unos meses.

La mudanza fue rápida; en cuestión de días, Iván y Mía ya estaban instalados oficialmente en el departamento, adaptando el espacio para convertirlo en su propio hogar. La emoción de compartir una vida juntos se mezclaba con la curiosidad de descubrir las particularidades y hábitos del otro. A medida que pasaban los días, Mía se daba cuenta de que Iván tenía un lado divertido y relajado que no siempre mostraba en público. Descubrió que él era un gran cocinero, que amaba la música clásica en las mañanas, y que le gustaba pasar tiempo cuidando las plantas del balcón, un detalle que Mía encontró entrañable.

Una noche, mientras cenaban, Iván la miró con una expresión reflexiva.

—Mía, estuve pensando... nunca te pregunté por tus sueños. Has pasado tanto tiempo adaptándote a mi mundo que no quiero que dejes de lado lo que tú deseas. ¿Hay algo que quieras hacer aquí? Algún proyecto, algo que quieras lograr.

Mía se quedó en silencio, reflexionando sobre la pregunta. La realidad era que desde que había llegado, no había pensado mucho en sus propios planes. Estaba tan concentrada en adaptarse, en aprender, en cuidar de su hermano y explorar su relación con Iván, que había postergado sus propios deseos.

—La verdad es que... siempre me ha interesado mucho el diseño de interiores —admitió finalmente, con una leve sonrisa—. Desde pequeña me encantaba decorar mi habitación, jugar con colores, muebles... Pero nunca lo vi como una carrera posible, pensé que sería difícil encontrar trabajo en eso.

Iván la miró con entusiasmo.

—Entonces, ¿por qué no intentarlo aquí? Podrías tomar algunos cursos, hacer contactos... Mía, eres increíblemente creativa, y si eso es lo que te apasiona, estoy seguro de que puedes lograrlo.

Sus palabras llenaron a Mía de emoción. Era la primera vez que alguien la alentaba a seguir sus sueños de esa manera. Decidió investigar más sobre cursos de diseño en la ciudad, y en poco tiempo, encontró un programa corto que le permitiría comenzar con una introducción al mundo del diseño de interiores.

Unos días después, Mía asistió a su primera clase. Estaba nerviosa, rodeada de personas que ya parecían saber mucho del tema, pero también emocionada. La clase la envolvió de inmediato: los conceptos de color, espacio y estilo resonaban en su mente como una música que siempre había estado esperando escuchar. Al salir de clase, sintió que finalmente estaba encontrando una parte de sí misma que había mantenido dormida durante mucho tiempo.

Esa noche, cuando regresó al departamento, Iván la recibió con una sonrisa, ansioso por escuchar sobre su primer día.

—¡Fue increíble, Iván! —exclamó Mía, sin poder contener su entusiasmo—. Estuvimos hablando sobre cómo los colores afectan los estados de ánimo, sobre el impacto de la luz en un espacio... ¡Estoy fascinada!

Él la miraba con orgullo, disfrutando de cada palabra que ella decía.

—Me alegra tanto verte así, Mía. Sabía que esto era para ti —dijo, abrazándola—. Prométeme que seguirás persiguiendo lo que te apasiona.

Ella asintió, sintiendo una mezcla de alegría y gratitud. Estaba descubriendo una nueva parte de sí misma, y también se daba cuenta de que había encontrado a alguien que la apoyaba incondicionalmente.

A medida que los días pasaban, Mía comenzó a equilibrar su tiempo entre sus clases, su relación con Iván y sus amistades, que también iban creciendo. Una tarde, mientras Iván y ella paseaban por la ciudad, se encontraron con unos compañeros de clase de Mía, quienes los invitaron a una exposición de diseño local. Mía aceptó encantada, y esa noche ambos asistieron al evento, rodeados de proyectos innovadores y creativos.

Iván, observando cómo Mía hablaba apasionadamente con los expositores y hacía preguntas sobre técnicas y tendencias, sintió una profunda admiración por ella. La Mía que estaba viendo ahora era alguien llena de energía, motivación y alegría, y eso le hacía querer apoyarla aún más.

Cuando terminaron la exposición, ambos regresaron al departamento, aún envueltos en el ambiente inspirador de la noche. Sentados en el sofá, Mía le tomó la mano, agradecida.

—Iván, gracias por empujarme a hacer esto. Me hacía falta algo así, algo que me conectara con quien soy. No sé si hubiera tenido la confianza para hacerlo sin tu apoyo.

Él sonrió, mirándola con afecto.

—Mía, no tienes que agradecerme. Tú eres la única responsable de tu propio éxito. Yo solo quiero verte feliz, siendo tú misma.

Esa noche, Mía sintió que había encontrado algo más que una relación o una meta profesional: estaba creando un espacio propio en el mundo, uno en el que podía ser ella misma, con sus sueños y ambiciones, al lado de alguien que la respetaba y la alentaba a crecer. A medida que caían las luces de la noche sobre la ciudad, ambos se quedaron en silencio, disfrutando de ese momento compartido que, sin necesidad de palabras, sellaba una promesa de apoyo y amor incondicional.

Viviendo con mi hermanoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora