Capítulo 3: El Misterio de Iván
Los días se convirtieron en semanas, y Mía comenzó a adaptarse a su nueva vida en la ciudad y a la rutina en el departamento. Por las mañanas, solía desayunar con Julián, quien le contaba sobre su trabajo y le daba consejos sobre la ciudad. A veces, Mateo se les unía, haciendo bromas o contando historias de sus clases en la universidad. Pero lo que Mía más esperaba cada día era la oportunidad de ver a Iván.
A pesar de ser tan extrovertido, Iván no siempre estaba en casa. A veces pasaba días enteros fuera, sin decir a dónde iba o cuándo regresaría, y eso solo hacía que Mía se sintiera más intrigada por él. Cuando estaban juntos, la hacía reír con su humor o se sumía en conversaciones profundas sobre el arte, los sueños y el futuro. Sin embargo, cada vez que ella intentaba preguntarle algo más personal, él evadía el tema con una sonrisa misteriosa.
Una tarde, mientras Mía se encontraba en la sala, observando distraída la ciudad desde la ventana, Iván apareció en la puerta, con una gran bolsa de papel en la mano.
—Hey, ¿quieres acompañarme al estudio? —preguntó, alzando la bolsa—. Me estoy quedando sin tiempo para acabar un trabajo y necesito ayuda con unos bocetos.
—Claro, suena divertido —respondió Mía, sintiendo una emoción repentina.
Iván la llevó a un pequeño estudio de arte que estaba a unas cuadras del departamento. Era un lugar desordenado, con lienzos apoyados en todas partes, pinceles, latas de pintura y dibujos pegados a las paredes. Mía se quedó mirando las obras que Iván tenía esparcidas por el lugar. La mayoría eran retratos y paisajes urbanos, pero uno en especial llamó su atención: un retrato de una chica de cabello oscuro, mirando hacia abajo, con una expresión triste en el rostro.
—¿Quién es ella? —preguntó, sin poder evitar la curiosidad.
Iván la miró por un segundo antes de responder.
—Es... una amiga de hace tiempo —respondió él, evitando su mirada—. No es nada importante.
Sin embargo, Mía podía notar que había más de lo que Iván decía. Al parecer, aquella chica significaba algo para él, y aunque intentó seguir conversando, la imagen de ese retrato se quedó en su mente.
Mientras trabajaban en los bocetos, Iván le enseñaba cómo trazar líneas y jugar con las sombras. La cercanía entre ambos hacía que Mía sintiera mariposas en el estómago, y se dio cuenta de que no solo estaba intrigada por él; cada vez que estaba a su lado, sentía una mezcla de nervios y emoción que le era completamente nueva.
—¿Te gusta esto? —preguntó él de repente, mirándola de reojo—. ¿Pintar, dibujar?
Mía asintió, sin apartar la vista de los trazos en el papel.
—No sé si soy buena, pero me gusta. Es como una manera de desconectar del mundo —respondió.
—Eso es todo lo que importa —dijo Iván con una sonrisa suave—. A veces no se trata de ser bueno o malo, sino de lo que te hace sentir. Eso es lo que cuenta, ¿no crees?
Mía se sorprendió ante la profundidad de sus palabras. Había algo en Iván que la hacía sentir que él llevaba una carga emocional oculta, algo que él no compartía con nadie, y que despertaba en ella una necesidad de conocerlo mejor, de entenderlo.
Cuando terminaron de trabajar, Iván insistió en acompañarla de regreso al departamento. Caminaban uno al lado del otro, charlando sobre cualquier tema que surgiera. Mía se daba cuenta de que, aunque la ciudad estaba llena de ruido y movimiento, con él a su lado todo se sentía más tranquilo, más llevadero.
Justo cuando llegaron a la entrada del edificio, Iván se detuvo de repente, como si quisiera decir algo importante.
—Mía... —empezó, mirándola con una expresión seria que pocas veces veía en él—, gracias por venir conmigo hoy. No suelo invitar a nadie al estudio, pero contigo... se siente diferente.
Mía sintió que sus mejillas se ruborizaban.
—Gracias a ti por invitarme. La verdad, me ha encantado ver tu mundo —respondió en voz baja.
Hubo un momento de silencio. Parecía que ambos estaban buscando algo en los ojos del otro. De repente, Iván dio un paso hacia adelante, acercándose, como si fuera a decir algo más o quizás incluso a hacer algo más... pero justo en ese instante la puerta del edificio se abrió y Julián salió, interrumpiendo el momento.
—¡Ah, aquí están! —exclamó Julián, sonriendo, sin notar la tensión entre ambos—. Justo iba a buscarte, Mía. Mateo y yo estábamos planeando pedir pizza y ver una película.
Iván se apartó rápidamente, recuperando su sonrisa despreocupada.
—Perfecto, los dejo con su plan. Yo tengo algunas cosas que terminar en el estudio, así que los veo mañana —dijo Iván, saludando con la mano antes de desaparecer en la noche.
Mía se quedó ahí, mirando cómo Iván se alejaba, sintiendo una mezcla de emociones que no podía explicar. Algo en su corazón le decía que había algo profundo entre ellos, algo que quizás él no estaba listo para admitir... o que quizás ella aún no podía comprender del todo.
Esa noche, mientras se acomodaba en el sofá con Julián y Mateo para ver la película, no podía dejar de pensar en Iván y en el momento que habían compartido en el estudio. Sabía que él tenía secretos, que su vida no era tan ligera como él intentaba aparentar. Y mientras observaba la película sin prestar demasiada atención, se prometió que llegaría a conocer esos secretos.
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Viviendo con mi hermano
RomanceMía se muda otro país con su hermano Julián. Donde tendrá amistad, amor, desamor y muchas cosas más.