Capítulo VII - LOS QUIERO FUERA DE MI CASA

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   No desperdicié ni un segundo y me dirigí a casa de Jovita. Esa sería la primera vez que iría a su colonia ya que nunca había sido necesario visitarla antes.

Tenía presente que su casa estaba lejos porque vivía a una hora de la ciudad. Pedí un taxi y tomé parte de mis últimos ahorros que estaban en una bolsa escondida en el armario. Me tomó una hora y $500 llegar a casa de mi nana. Nunca me había tenido que angustiar por el dinero, pero ahora tenía que ser cuidadosa con cada centavo.

Una vez que llegué, reconocí que la casa de Jovita estaba construida con tabiques, ni siquiera había pintura en las paredes y el número de la casa estaba pintado a mano. No vi una cochera, sino un pequeño árbol afuera de su puerta en la banqueta que no daba mucha sombra. La mayoría de las casas vecinas eran parecidas con techos de lámina y construcciones incompletas.

Toqué la puerta porque no había timbre y esperé con impaciencia. Lo peor que me podía pasar era que Jovita no me recibiera, pero al poco tiempo abrió la puerta y me recibió con un fuerte abrazo.

Al abrazarla le pude ver las canas que salían de su cabellera debido a que era más pequeña que yo y mis ojos apuntaban a su cabeza. Empecé a sentir humedad en mi cuello y supe que estaba derramando lágrimas por mí. Me dio paz tenerla ahí. No había terminado de procesar la muerte de mi abuela, pero fue reconfortante que alguien comprendiera mi dolor. Al menos ella entendía lo que estaba atravesando.

   —¡Mijita! Me da mucha paz verte —la escuché aliviada, pero luego se preocupó—. ¿Ya comiste?

   —No —vi que había preparado la mesa para mi visita. Amaba su mole y lo pude oler apenas entré a su hogar porque la cocina y la sala estaban en el mismo lugar. Incluso reconocí varios muebles porque mi abuela se los había regalado—. Nunca había visitado tu casa, Jovita.

   —Siempre eres bienvenida aquí.

   —¿Por qué no me trajiste aquí después del entierro?

   —Había un montón de policías. Me empezaron a preguntar muchas cosas y me asusté. Además, esto es todo lo que tengo, mijita —agregó triste—. Yo quisiera darte lo que te mereces, pero no tengo mucho.

   —Hubiera preferido esto... —rectifiqué mis palabras—. Siempre estaría mejor contigo que con ellos.

Jovita se acercó y puso su palma sobre mi mejilla para mostrar su afecto.

   —Siéntate, mijita. Come, yo sé que te gusta mi mole.

   —¿Por qué no fuiste a verme a la Casa Hogar o con Roberto? —apenas me senté, empecé a comer.

   —Porque no supe a dónde te llevaron y después de que lo hicieron, me amenazaron. Esos hombres son malos. El policía Gómez ya no está de nuestro lado.

Mientras la escuchaba no podía dejar de comer porque su mole no solo era delicioso, sino que sentía que estaba curando mis heridas de los últimos días. Era como sentirse en casa, pero recordé que nada volvería a ser como antes y que debía aprovechar mi tiempo con ella.

   —Jovita, me tienes que ayudar. Roberto se tiene que ir de la casa de mi abuela. Necesito un abogado o alguien.

   —El abogado que conocía, el abogado Escueta, falleció con Doña Cata —dijo triste.

   —¿Pero no hay alguien más? —pensé que debía existir alguien que se apiadara de mí—. Mi abuela tenía amigos.

   —Ahora estás conociendo a las personas sin máscaras, mijita. Los que pensabas que eran cercanos, solo estaban ahí por interés. Por eso tu abuela no confiaba en ninguno.

Isa y Eva. Hermanas y rivales.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora