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    Qué manera de empezar el año. Grandes cambios se acercaban, y Juliette los podía sentir en el aire. El latido acelerado en su pecho, la tensión en sus dedos, la sensación de no estar lista. El coche se detuvo con suavidad, y, aunque lo sabía, el sonido de las ruedas al parar en seco aún la hizo sobresaltarse. Habían llegado.

—Te irá de maravilla, querida —dijo su abuelo, con una sonrisa tranquila en el rostro y una mano cálida sobre su hombro. El chofer abrió la puerta trasera con un gesto impecable. Juliette se giró para mirarlo, buscando consuelo en esos ojos azules que, a pesar de ser tan serenos, no podían calmar el torbellino que sentía en su interior.

—Seguro —respondió, aunque ni ella misma se creyó sus propias palabras. Su voz sonó más vacía de lo que le hubiera gustado. Asintió con la cabeza y, sin dar más explicaciones, se giró para salir del coche.

El aire fresco de la mañana la recibió, cortante, como si intentara devolverle la claridad que no encontraba en su mente. Respiró hondo, como si de alguna manera pudiera prepararse para lo que venía. Tomó su mochila con ambas manos, apretando las correas con fuerza, como si de esa forma pudiera aferrarse a algo sólido, algo que la anclara en ese momento.

Miró el gran cartel que decía "Secundaria Kildare" rápidamente, y una leve sensación de nostalgia la invadió. De niña amaba ese lugar.

Bajó la cabeza tragando saliva, aferrándose a ambas tiras de la mochila en sus hombros e intento ignorar la cantidad de murmullos alrededor. Se había arrepentido, no quería estar ahí.

Aunque en realidad sí. Toda su vida la pasó viajando, viviendo con una vieja amiga de su padre, a quien consideraba su tía, en una ciudad a más de mil kilometros de distancia de su hogar nativo: Outer Banks. Y regresando allí pocas veces para ver a su persona favorita, su abuelo. El único familiar materno que le quedaba.

Siempre se sintió fuera de lugar en la ciudad, como que no encajaba. Siempre quiso regresar a casa y saber el por qué de alejarla de allí con tanta maldad. Su padre nunca la oyó, nunca le preguntó, nunca se interesó por ella.

Ingresó por la puerta rápidamente y con pasos apresurados se dirigió al baño, donde se quedaría hasta que el timbre suene. Verificó que no haya nadie primero y luego se encerró en uno de los cubículos. Una vez allí, simplemente respiró más tranquila mirando al techo.

—Es un día de locos —oyó a unas chicas ingresar al baño, y su cuerpo se tensó por completo. Trabó la puerta y no emitió ruido alguno—, no sé que es peor: que haya muerto la oficial Peterkin, que haya muerto Sara Cameron, o que haya regresado la rubiecita huérfana.

—No me sorprende que ese Pogue le haya disparado. Pero definitivamente lo de Juliet es lo peor, pensé que su padre la había dado en adopción luego de que su madre muriera.

Ambas rieron —No la dio en adopción, idiota, simplemente la quería lejos.

—No lo culpo, mi padre dice que ella luce igual a su madre de joven. ¿Te imaginas tener que verle el rostro todos los días? —una lágrima se deslizó por su mejilla, pero se mantuvo totalmente quieta, no quería que la oyera.

Y en parte era verdad, la razón por la cual ella no vivía en Outer Banks, era porque su padre la había mandado a un internado a sus 13 años, alejándose de la poca familia que le quedaba, sus amigos, su hogar, todo. Desde entonces lo ha visto pocas veces en seis años, y solo regresaba de vez en cuando en el verano, para visitar a su abuelo, y estar encerrada en esa horrible y oscura mansión.

No tuvo una mala vida, su tía Lily, como ella la llamaba, hizo un excelente trabajo al cuidarla como su propia sangre, la amó y educó de la mejor forma posible. Vivía cerca del internado, por lo que visitaba a la niña seguido y pasaba las épocas festivas con ella. Hasta que se casó con un alemán y se mudaría de país, por lo cual ya no podría hacerse cargo como antes si no se la llevaba con ella, por lo que su abuelo decidió traer de vuelta a Julie, y que viva con él en el pueblo costero.

Tesoros escondidos - Rafe CameronDonde viven las historias. Descúbrelo ahora