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Una semana después de comenzar las clases, Juliette se armó de valor para buscar trabajo. No porque lo necesitara realmente, no por el dinero, sino porque anhelaba algo que hacer. Algo que la mantuviera ocupada, que le permitiera sentirse útil, y lo más importante: algo que la hiciera sentir que no dependía de su padre. Quería, por encima de todo, distanciarse de él. Alejarse de la sombra de su indiferencia.

Visitó varias tiendas del pueblo, ofreciéndose para trabajar, pero solo recibió rechazos y malas miradas. Se sentía muy poco bienvenida en lo que llamó siempre hogar.

—¿Bajarás a cenar? —tocaron la puerta de su habitación, y no se le dificultó reconocer inmediatamente a su padre. Oh, ya había vuelto de su viaje y al menos intercambió un poco de palabras con la joven. Frío y distante, como toda su vida.

—No, gracias —respondió ella. Y no hubo más palabras, solo los pasos en el pasillo alejándose de su habitación. Juliette se quedó mirando la puerta por un largo rato, intentando que su pecho dejara de dolerle. El vacío era pesado, como si la habitación se estuviera cerrando sobre ella, ahogándola poco a poco. Y es que le dolía, partía su corazón no tener a nadie con quién compartir momentos y hablar más que a su abuelo, Wes. Dejó la laptop a un lado y se tiró sobre la cama boca arriba, aguantando las ganas de gritar.

No tenía madre.

Ni hermanos.

Ni amigos.

No tenía ni trabajo.

 O eso pensaba, hasta que el sonido agudo de su celular la sacó de su letargo. El sonido la hizo saltar de la cama, el corazón latiendo más rápido, una chispa de esperanza surcando su pecho. Corrió hacia la mesa con rapidez, y tomó el teléfono, sin saber si sería una llamada de rechazo más o algo que al fin podría cambiar las cosas.

El aparato siguió sonando, implacable.

—¿Hola? —su voz tembló, pero intentó mantener la calma, como si no importara tanto. Como si no tuviera miedo de lo que podía venir.

—¿Este es el número de Julie Groff Genrette? —La voz al otro lado era clara, directa, y por un momento, Juliette sintió como si el tiempo se detuviera. ¿Era posible? ¿Era alguna tienda finalmente? ¿Un trabajo?

—Así es —respondió.

—Hola, niña. Me comentó un colega de la calle que estás buscando trabajo, y mi hijo no es de suficiente ayuda en esta tienda... ¡ya que suele ausentarse seguido! —claramente lo decía con intenciones de ser escuchado por alguien más de su lado de la llamada— ¿te gustaría venir mañana a eso de las nueve y lo hablamos?

—Si, por supuesto, allí estaré. ¿Quién habla?

—Heyward. De la tienda Heyward's Seafood —oh, el padre de Pope.

No salió de su habitación en toda la tarde. Al anochecer, su abuelo pasó para saludarla, y se fue a dormir. Pero ella estaba tan nerviosa por la entrevista que no pudo pegar un ojo. Pasó toda la noche recordando su vieja vida en Michigan, sus viejos amigos allí (los pocos que hizo) y su infancia en OB, la cual recordaba a duras penas.

Siempre supo que era una bebé buscada, que sus padres se amaban, incluso festejaron cuando supieron que eran mellizos. Que la mansión oscura y desprolija en la que vivía actualmente, fue una casa de lujos en un pasado.

Con un jardín desbordado en flores y vida que su madre se encargó de cuidar para que sus hijos pudieran crecer y jugar allí. Su abuelo amaba a Larissa con todo su corazón, y más amó a sus dos nietos, que nacieron una mañana de abril del 2003.

Jackson y Juliette, con el cabello dorado de su madre, y los ojos azules como el mar que rodeaba la isla. Nacieron sanos y con pocos minutos de diferencia.

Tesoros escondidos - Rafe CameronDonde viven las historias. Descúbrelo ahora