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La tarde se alargaba y Juliette seguía allí, sentada en la playa, observando el horizonte mientras las olas rompían suavemente en la orilla. Había pasado mucho tiempo desde su conversación que tuvo con su abuelo minutos atrás, pero aún no lograba concentrarse en nada. Decidió que el mar le ayudaría a despejarse.

Pensamientos dispersos la rondaban: el futuro incierto, su relación con su padre, y, por supuesto, el grupo de Pogues con el que recién se había reencontrado. Había mandado un mensaje a Kiara para preguntarle sobre sus padres, ya que se habían intercambiado los números antes de despedirse. Pero no obtuvo respuesta. Ni de ella, ni de Pope, ni mucho menos JJ.

El lugar estaba igual que siempre: la espuma del mar rozando suavemente la arena, el olor salado en el aire, y la calma que siempre le provocaba en todo el cuerpo. Con el sol ya en su descenso, el cielo está teñido de tonos anaranjados y violetas.

Juliette se encontraba sentada en la arena y podía ver a una pareja jugando a la orilla del mar, lanzándose agua y correteando con su perro. Y no supo por qué, pero por un segundo el extraño muchacho con el que tuvo un peculiar encuentro se le vino a la cabeza.

De repente, escuchó pasos detrás de ella. Su corazón dio un salto, y se giró con rapidez, la ilusión casi golpeándose en su pecho. Pero al mirar, no vio a nadie. La playa estaba casi vacía, salvo por un par de turistas a lo lejos.

Qué tonta. Pensó, y estaba a punto de levantarse para irse de allí, cuando un silbido, bajo y agudo, la hizo girar la cabeza hacia el otro lado. Y lo vio.

Él caminaba tranquilamente hacia ella, como si nada hubiera ocurrido, sin nada en manos, vestido igual de elegante que la vez anterior, y una sonrisa triunfante en su rostro. Juliette, sorprendida pero curiosa, se quedó observando en silencio mientras él se acercaba más. Un cosquilleo la invadió por completo.

Estaba nerviosa, odiaba lo tonta que debía verse de lejos simplemente sentada ahí esperándolo.

—Pensé que no te vería otra vez —dijo Juliette, disimulando su incomodidad.

Él se detuvo a unos pasos de ella, una pequeña sonrisa apareció en su rostro —Debo admitir que te estuve buscando todos estos días —se sentó junto a ella con total confianza, y Ju se quedó congelada al oler su colonia. No olvidaría más ese suave y elegante aroma.

—¿Ah, sí? —preguntó ella, sorprendida, pero divertida por la calma con que él se comportaba.

—Tú... tú me debes una disculpa, ¿sabías? Porque si no lo recuerdas, mojaste mis cosas el otro día —dijo, con una sonrisa burlona jugando en sus labios.

—Si, claro. No te pagaré ni un centavo —respondió ella rápidamente, con un toque de humor en la voz.

Él la miró por un instante, sonriendo de manera leve, casi burlona, pero no dijo nada más al respecto. Claramente le importaba poco y nada recuperar el dinero, solo era excusa para hablarle.

—¿No te parece raro que nos encontremos aquí las dos veces que nos vimos? —preguntó, con un aire casual.

—¿Eso crees? —repitió, como si la idea le pareciera ridícula. Se encogió de hombros y, con una ligera risa, agregó—. Pues mi casa está justo allí, al frente.

Juliette parpadeó, sorprendida. No esperaba que él viviera tan cerca, y aún menos que estuviera tan cómodo compartiendo ese dato. Pero más que nada, se sintió una tonta... ¿acaso creía que era el destino uniéndolos nuevamente? ¡Ja!

—Vaya —respondió rápidamente, carraspeando la garganta para sonar normal—. Nunca lo hubiera imaginado. Un lugar como este parece perfecto para relajarse.

Tesoros escondidos - Rafe CameronDonde viven las historias. Descúbrelo ahora