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—¡Si, bien hecho JJ! —saltó Ju, abrazando a Kie a su lado. Ambas observaban al rubio colgado de una alta palmera.

La bandera fue atada y comenzó a flamear en los aires:—¡Poguelandia! —gritaron, mientras el nombre en la bandera se dejaba leer.

El sol había desaparecido hacía rato, dejando el cielo pintado de tonos rosas y anaranjados que pronto se desvanecieron en un profundo azul oscuro. En algún momento, habían perdido la cuenta de los días. La isla, aunque pequeña, parecía infinita. Rodeados de vegetación salvaje y aguas cristalinas, la vida había adoptado un ritmo que era a la vez un sueño y una trampa: un estado entre la paz y el abandono.

Los Pogues no lo admitían, excepto JJ, pero haber llegado a esa isla desconocida fue lo mejor que les pasó en días, y por fin tenían un descanso.

Apenas llegaron, se pusieron a trabajar e intentaron adaptarse al lugar lo mejor posible. John B había improvisado un refugio con partes de las palmeras, con hojas grandes que servían como techo y ramas que los protegían del viento nocturno. Pope había tomado el rol de "ingeniero" del grupo, utilizando sus conocimientos para crear herramientas simples, mientras JJ se dedicaba a buscar cocos, pescar, y, cuando nadie miraba, a tallar pequeños dibujos en la madera flotante. Kiara y Cleo se ocupaban de recolectar frutas y asegurarse de que todos estuvieran bien alimentados, aunque fuera con las mismas bayas día tras día.

Kiara odiaba el hecho de pescar, pero al cabo de unos días se rindió y aprendió a hacerlo, sabía que debían alimentarse bien o sufrirían las consecuencias.

Julie se encontraba en un estado de calma extraña. El rugido de las olas, el canto de las aves y la risa constante de sus amigos día y noche la hacían olvidar, al menos por momentos, el caos que habían dejado atrás. Pero esa noche, mientras las estrellas brillaban sobre la isla como pequeñas luciérnagas estáticas, algo en el aire se sentía diferente.

La fogata estaba encendida, lanzando sombras danzantes sobre sus rostros. Julie se encontraba sentada en la arena, con las rodillas recogidas y mirando las llamas, mientras Sara se acomodaba a su lado en silencio. El resto se había ido a dormir ya.

—Es como si el tiempo se hubiera detenido aquí —dijo Julie, rompiendo el silencio.

—Sí, pero también es como si estuviéramos en una burbuja, ¿no? Todo parece tan... irreal— Sara jugaba con un palito, dibujando formas efímeras en la arena húmeda.

—¿Quieres volver? —preguntó su amiga en voz baja, apenas audible sobre el crepitar de las llamas.

Sara levantó la mirada, suspirando profundamente antes de responder:—No lo sé. ¿Y tú?

Julie tragó saliva, mirando las chispas que ascendían hacia las estrellas.

—Solo quiero que mi abuelo sepa que estoy bien... —admitió, su voz teñida de nostalgia.

Hubo un largo silencio, roto finalmente por la risa nerviosa de Sara.

—Tengo que decirte algo, pero prométeme que no te vas a asustar.

Julie giró la cabeza hacia ella, arqueando una ceja con curiosidad.

—¿Qué cosa?

Sara hizo una pausa, evitando la mirada de Julie y enfocándose en el fuego.

—En el barco... te vi durmiendo con Rafe.

El corazón de Julie pareció detenerse por un segundo. Su rostro enrojeció al instante, y se enderezó como si Sara hubiera gritado en lugar de susurrar.

—¿Qué? ¿Qué- qué dices?

Sara levantó las manos, calmándola antes de que pudiera entrar en pánico.

Tesoros escondidos - Rafe CameronDonde viven las historias. Descúbrelo ahora