𝄞⨾𓍢ִ໋. 𝕮𝖆𝖕í𝖙𝖚𝖑𝖔 11.𓍢ִ໋𝄞⨾

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El ruido de los cubiertos golpeando la fina porcelana es lo único que rompe el silencio en el amplio comedor de la casa de los Venezio, quienes nos han invitado a cenar. La luna llena brilla con tal intensidad que no hace falta farola alguna que guíe nuestros pasos en la oscuridad.

Las ventanas permanecen abiertas, permitiendo que el viento entre y menee las cortinas de seda, como si las sombras danzaran al compás de una melodía olvidada. Comemos en silencio, conscientes de que el señor Venezio pronto dará un mensaje importante. Si es lo que temo, mi padre me obligará a seguir frecuentando a Elio.

No me desagrada, simplemente es que él no habla mucho y su timidez me resulta desconcertante.

—Terminando de cenar, podemos ir a mi habitación; te mostraré el piano que mi padre me ha comprado —dice Elio, su voz suave rompiendo la quietud.

Me giro de repente, el crujido de mi cuello resuena en el aire. Lo miro a los ojos y él sonríe de una manera que me resulta intrigante, elevando ambas cejas y encogiéndose de hombros con un aire despreocupado.

—¿Piano?

—Solo si quieres ver una obra de arte.

No, no estoy imaginándome cosas. En verdad, Elio me está dando referencias de Matteo. ¿Acaso es...? No puede ser hijo de Venezio; hemos investigado por completo, y solo tienen un hijo, y ese es Elio.

Si Matteo le ha dicho que me lo mencionara, puedo asegurar que Matteo es su cazador, su protector. Aquel a quien llaman si alguien se interpone en su camino. Aferro mi mano libre a mi vestido, una mezcla de emoción y temor palpita en mi pecho.

—Encantada de conocerlo, Elio —digo, sonriendo ampliamente. Él solo asiente y vuelve a centrar su atención en el plato.

—Tiene una linda casa, señor Venezio —halaga mi madre, admirando el entorno.

Ella tiene razón; esta casa es deslumbrante. Los pisos de mármol blanco, salpicados de destellos dorados, se extienden como un lienzo de opulencia. Las paredes de piedra, pulidas hasta un brillo casi sobrenatural, reflejan la luz de los candelabros que parecen flotar en el aire, creando un ambiente cargado de misterio. Las velas encendidas proyectan sombras danzantes que susurran secretos de épocas pasadas. La decoración, aunque minimalista, evoca una elegancia atemporal, mientras la mesa de oro blanco, adornada con líneas rojas que simulan sangre escurriendo, se erige como el centro de atención.

—Lo agradezco, Georgina —responde Venezio, sonriendo mientras hace una pequeña reverencia.

Mamá solo hace un ademán y bebe de la copa que contiene sangre. No es cualquier sangre; es una mezcla cuidadosamente seleccionada, un elixir que refleja siglos de tradición. La sangre de los vivos tiene un sabor único, pero la nuestra, la que nos nutre, es diferente. Es como un buen vino, con matices que varían según su origen.

En nuestra cultura, se dice que la sangre de los donadores es un regalo de la tierra. La sangre de quienes han vivido en armonía con la naturaleza, aquellos que se alimentan de lo que la tierra ofrece, tiene un sabor más profundo y rico. La sangre de un campesino, que ha trabajado la tierra con dedicación, es como un tinto añejo: robusta, con notas de vida y esfuerzo. En cambio, la sangre de aquellos que han vivido en el caos de la ciudad, envueltos en la prisa y el estrés, se siente más ligera, un rosado que no satisface del todo.

Cuando nos alimentamos de carne cruda, encontramos una conexión ancestral. Se dice que el consumo de carne fresca no solo sacia nuestro hambre, sino que también nos permite absorber la esencia de nuestras víctimas. Cada bocado es un recordatorio de nuestra dualidad: somos criaturas de la noche, pero también estamos ligadas a la tierra y sus ciclos. La carne cruda es un vínculo con nuestra naturaleza más primitiva, un eco de los antiguos rituales que nuestros ancestros practicaban.

Así, mientras mamá saborea la sangre de su copa, siento que cada gota cuenta una historia, un legado que trasciende el tiempo. La sangre es nuestra conexión con el mundo, un recordatorio de que, aunque somos vampiros, seguimos siendo parte de algo mucho más grande.

Corto una pequeña porción de carne, la analizo y, sin más, la llevo a mis labios para saborearla cuidadosamente. La sangre aún se resbala, así que la limpio con una servilleta de terciopelo blanco.

—¿Qué tendrán los Venezio con el color blanco? —me pregunto, sintiendo un ligero estremecimiento.

—¿Y cuál es la gran noticia, Venezio? —cuestiona mi padre, reposando los cubiertos sobre la porcelana fina de forma vertical, indicando que ha terminado.

—Directo al grano, ¿eh? —ríe, meneando la cabeza. Baja la mirada a sus manos y toma unos segundos antes de retomar la plática—. Sobre la noticia, debo decir que visité a nuestras hermanas del purgatorio. Ellas reservaron mi ceremonia de sangre y, bueno, solo es cuestión de que me llamen para formar parte de la organización. Me dijeron que necesitaba quien guiara a mi hijo y a mí, por lo que los propuse a ustedes, quienes me han ayudado desde mi fascinación con ella.

Nos mira a cada uno de nosotros, y noto algo curioso y extraño en su mirada, una chispa de emociones, como si tuviera a su presa donde quiere. ¿Eso somos? ¿Una presa?

Parece que se da cuenta de mi mirada, por lo que solo me sonríe y bebe de su copa.

Esto me hace cuestionar por qué quiere ser parte de nuestra organización, pero antes de siquiera deducir algo, mi padre se levanta y rodea la mesa para estar al lado del señor Venezio, quien le da la mano con felicidad.

—Por supuesto, estamos encantados de ayudarte y brindarte todo nuestro apoyo en tu integración a nuestra organización. Estamos juntos en esto, estoy dispuesto a poner mi mejilla por los ve...

—¡Papá! —interrumpo, caminando hacia ellos con una sonrisa amplia—. Deberíamos organizar nosotros la próxima cena, así nos ponemos de acuerdo para la ceremonia y dar los detalles del juramento. —Me inclino hacia papá y, con solo una mirada, le hago saber mis dudas.

Él asiente, tomando su copa e indicándonos que tomemos la nuestra. Lo hacemos, nos sonreímos y levantamos nuestras copas.

—Hoy brindaré por nuestros nuevos amigos, los Venezio, quienes enfrentarán la ceremonia y se unirán a nuestra organización. Serán parte de nuestra familia; seremos uno mismo.

—¡Salud! —concluye mamá, y todos bebemos en su honor.

La suave sangre se desliza por mi garganta; a pesar de su dulzura, hay otro sabor. Un retrogusto amargo y picante se enreda con la suavidad, como si cada gota llevara consigo la esencia de un verano ardiente. Recuerdos de cítricos frescos, de toronjas maduras y limones, emergen en un torbellino de sensaciones. Es una mezcla intrigante, casi hipnótica, que despierta mis sentidos.

Al terminar de beber, un brillo peculiar se asienta en mis labios, fragmentos dorados que titilan como estrellas caídas. Miro el fondo de la copa, donde el resto de la sangre se agita, y una inquietud se asoma en mi mente. ¿Qué es lo que realmente he consumido? La dulzura persiste, pero en el aire flotan ecos de algo más, un secreto oculto que me deja con una duda inquietante.

—Ruelle, ven, te lo mostraré —indica Elio, jalándome del brazo suavemente.

—Ve, cariño, es nuestro deber —dice papá, y aunque sus palabras son de aliento, su tono tiene un matiz de advertencia.

Papá está al lado del señor Venezio, levanta su copa vacía y me hace un gesto sutil con la cabeza, indicándome que está bien ir con el chico. Sin embargo, su mirada me dice más de lo que las palabras podrían expresar. Hay una chispa de complicidad en sus ojos, como si compartiéramos un secreto no dicho. Un escalofrío me recorre la espalda al darme cuenta de que, al igual que yo, ha notado las sombras que se deslizan en el aire, las intenciones ocultas que flotan entre nosotros. Su aprobación parece una fachada, y en el fondo, ambos sabemos que algo más acecha en la penumbra.

Algo no está bien, lo presiento.

Notas Oscuras + 21 <SAGA ODSYC #4>Donde viven las historias. Descúbrelo ahora