(-) Vemos las cosas, no como son, sino como somos nosotros (Kant)
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Hay secretos que es mejor mantener ocultos y otros que es mejor olvidar. Pero para Matteo y Ruelle, ya es demasiado tarde. Ahora, su única esperanza de sobrevivir radica en confia...
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Al regresar a casa, el calor que aún me consumía era insoportable. Me esforcé al máximo por ocultar mis emociones, temiendo que mi familia descubriera la verdad sobre mi encuentro prohibido con Matteo.
Si llegaran a sospechar, sé que mi padre no dudaría en entregarme como sacrificio a la organización, castigándome por desafiar sus reglas y desobedecer su autoridad implacable. Su fidelidad a nuestras normas es inquebrantable; incluso sacrificaría a su propia hija para rendir homenaje a nuestro líder supremo.
Al detenerse el auto frente a la casa, descendí con precaución. Mis piernas aún temblaban y podía sentir la humedad entre mis muslos, el recuerdo de las caricias de Matteo seguía vivo en mi piel. Luché por mantener los ojos abiertos, temiendo que al cerrarlos él reapareciera y mis oscuros deseos cobraran vida una vez más.
Al avanzar hacia la casa, noté la presencia de mi padre a mis espaldas. Un solo movimiento suyo bastó para hacerme estremecer de miedo, su mera presencia era suficiente para helar mi sangre. Sabía que él podía intuir mis secretos mejor que nadie, y su silencio era más amenazante que cualquier palabra pronunciada.
En cuanto entramos a la casa, mi familia se reúne en la sala como es costumbre después de una cena importante. Mi padre, sentado en su amplio sillón de cuero marrón oscuro, parecía sumido en una tranquilidad inquietante. Sus brazos robustos y curvados invitaban a recostarse, mientras que la suave textura del sillón denotaba años de uso y comodidad.
A su lado, una pequeña mesa de madera oscura sostenía una botella de vino tinto, su corcho ya retirado, lista para ser servida. El profundo color del vino contrastaba bellamente con la madera pulida, creando un ambiente de serenidad y sofisticación.
Intenté avanzar sigilosamente hacia las escaleras, ansiosa por escapar a la seguridad de mi habitación y el refugio de un baño caliente. Pero mi padre, con un solo gesto de su mano derecha, en la que brillaba su reloj de oro, me detuvo en seco.
—¿A dónde vas, cariño? —cuestionó, su voz plana pero cargada de una autoridad inquebrantable.
Su mirada me taladraba, como si pudiera ver a través de mí, descubrir todos los secretos que intentaba ocultar. En ese momento, supe que mi padre sospechaba algo, que podía intuir los estragos que mi encuentro con Matteo había dejado en mí. Su silencio era más intimidante que cualquier acusación, y me sentí acorralada, incapaz de escapar a su escrutinio.
—Me daré un baño —respondí serena, mirándolo directo a los ojos, esforzándome por transmitir la verdad a pesar de los nervios que me consumían por dentro.
Mi padre me observó en silencio por unos instantes, como si quisiera desarmarme con esa mirada penetrante. Luego, con una lentitud deliberada, sirvió un poco de vino en su copa, sus ojos clavados en los míos, buscando provocarme, esperando a que rompiera el silencio.