Capitulo 85

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El silencio sepulcral que envolvía el vacío tras la caída de Daishinkan fue roto por la voz profunda y gélida de Lorn.

Con un movimiento firme, avanzó hacia el centro del palacio. Cada paso resonaba en el suelo como un martillo en una fragua, haciendo eco en los corazones de los presentes. Su aura era opresiva, una combinación de poder inquebrantable y un frío abismo que parecía devorar cualquier esperanza.

—Así que el origen de nuestros problemas está acabado... —murmuró Dorian, cruzándose de brazos, su tono impregnado de sarcasmo—. Vaya que dio problemas hasta el final, vaya escoria.

A unos pasos de distancia, Yamoshi permanecía inmóvil, observando con aparente indiferencia cómo las partículas del Gran Sacerdote se desvanecían en el aire, como si fueran cenizas arrastradas por el viento. No dijo nada. En su lugar, inclinó ligeramente la cabeza y se tronó el cuello, un gesto que demostraba tanto despreocupación como un cálculo frío.

Kurayami, por su parte, no pudo ocultar su emoción. Una sonrisa retorcida cruzó su rostro mientras su lengua alargada se deslizaba sobre sus labios.

—Bueno... Como hemos acabado aquí, creo que me iré a divertir con los mortales —declaró, su tono cargado de una malicia evidente—. Hace tiempo que no juego con mis juguetes preferidos.

Sin embargo, antes de que pudiera moverse, una sombra imponente bloqueó su camino. Kotaro, el más voluminoso y robusto del grupo, se interpuso, su mirada severa clavándose en Kurayami como una advertencia.

—Creo haber sido claro —dijo Kotaro, su voz como un trueno contenido—. La vida de los mortales está fuera de discusión.

Kurayami se detuvo en seco, el brillo de su sonrisa desapareciendo lentamente. Los dos se miraron durante lo que pareció una eternidad, la tensión entre ellos palpable. La atmósfera del lugar se tornó aún más opresiva, como si el mismo aire se negara a fluir. Finalmente, Kurayami cedió, suspirando con frustración.

—Bien, bien... —masculló entre dientes, apartando la mirada.

Kotaro, sin embargo, no terminó ahí. Dio un paso adelante, acortando aún más la distancia entre ambos, y dejó que su aura intimidante lo envolviera por completo.

—De hacerlo, te mataré —sentenció con frialdad—. Y lo mismo haré con cualquiera de los presentes.

El grupo guardó silencio ante sus palabras. Incluso Dorian, quien normalmente habría soltado alguna broma sarcástica, decidió no intervenir. Fue entonces cuando Lorn, cansado de la creciente tensión, habló con autoridad.

—Pueden hacer lo que les plazca. Sin embargo, la vida de Zeno-sama y de los ángeles restantes... me pertenecen.

La declaración de Lorn no admitía réplica. Su voz, aunque calmada, llevaba consigo un peso que no dejaba espacio para la disidencia.

Towa, siempre atenta a las órdenes de su maestro, dio un paso al frente, su mirada penetrante recorriendo a los presentes.

—Eso. Si gustan, pueden ir a entretenerse con los guerreros a los que se refería Daishinkan.

Dorian arqueó una ceja, su interés aparentemente despertado.

—¿Se refiere a sus Dioses de la Destrucción? —preguntó, aunque su tono denotaba más burla que curiosidad—. ¡Ja, ja, ja! ¡Que no me haga reír!

Towa negó con la cabeza, tranquila como siempre.

—No. Ni siquiera son dioses.

—¿Ah? —Dorian inclinó la cabeza hacia un lado, su sonrisa burlona ensanchándose—. ¿Es que el Gran Sacerdote perdió la cabeza con tantos golpes que le dimos? ¿Simples mortales que puedan hacernos frente?

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⏰ Última actualización: Nov 15 ⏰

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