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― ¡Mira lo que les compré! ― Mon casi se cae de espaldas al escuchar a Sam.
No se había asustado por el grito o por el sonido fuerte que hizo eco al abrir la puerta con fuerza. No. Mon se asustó porque Sam había comprado cosas que las pequeñas ni siquiera usarían hasta dentro de cuatro años.
Suspiró y forzó una sonrisa. Su esposa se había esforzado en ello, así que no podía dejarla de lado. ― ¿Qué es eso, Sammy?
― A ver, bomboncito ciego de bajo presupuesto, por si no los conocías, estos se llaman libros, esto se llama póker, esto se llama computadora y esto se llama radio. Se compran con billetes verdes que se consiguen con- ― Antes de poder continuar su maravillosa explicación, Mon le arrojó una almohada.
― ¡Vete a preguntar cuando me darán de alta, idiota!
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Sam pateó a la nada sin mucha fuerza, siendo consciente de que el hospital no estaba hecho para tantos dramas como los que su esposa hacia.
Se giró hacia la puerta ya cerrada de la habitación donde estaba su esposa, y le sacó la lengua infantilmente. Luego, ya satisfecha consigo misma por haber realizado su gran arrebato, fue a buscar a algún doctor que llegara mínimo a la mitad de lo que Sam estaba buscando.
― ¡Sam! ― Sus tacones dejaron de resonar en el pasillo, haciendo saber que esperaría a Tee.
No voltearía, pero algo era algo.
Tee se puso delante de ella rápidamente. Su expresión brillante la hacía sentir desconfíanza de lo que fuera a salir de sus labios. ― En unos días es el cumpleaños de Charoen, ¿Sí irán? ― Chasqueó la lengua y asintió.
Obviamente iría. Su sobrina tendría el mejor regalo que alguien podría tener.
― Fantástico, porque A-Nueng me comentó que algunos colegas suyos están dando cursos de estimulación temprana para bebés y también para los padres, para que sepan cómo deben enseñarle a sus hijos y eso.
― ¿Eso que tiene que ver con el cumpleaños de Charoen?
― ¡Que A-Nueng dice que ya que todos tienen la misma edad pueden convivir juntos para superar ese reto! ― Sam alzó una ceja en confusión.
