capítulo 2

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La tragedia había golpeado a la familia de forma tan rápida y brutal que nadie pudo comprender por completo lo que había sucedido. Cuando el accidente ocurrió, Lisa había quedado gravemente herida, pero el daño físico, aunque serio, no era lo que más le dolía. En la confusión de ese momento, en medio de la lluvia y el caos, los primeros auxilios y los paramédicos hicieron su trabajo con rapidez, pero algo se rompió irremediablemente.

En el hospital, los médicos, incapaces de identificar a los niños en medio del caos, cometieron un error fatal: creyeron que la niña muerta era Lisa, la hija de Sunan, y no Leo. En el estado de shock en el que se encontraba la familia, no hubo tiempo de hacer verificaciones más allá de la identificación visual apresurada y del caos alrededor de las camas de los hospitales.

Así fue como la tragedia se desvió aún más. Sunan y su esposa, al recibir la noticia de la muerte de "Lisa", se desplomaron. Sunan, devastado por la pérdida de su hija, no podía comprender lo que estaba sucediendo. La confusión se apoderó de él, pero lo que él no sabía era que la vida de su familia aún estaba en peligro. La herencia, esa carga de riqueza y poder que siempre había representado el futuro de su hijo, estaba en juego.

El dolor de la pérdida de Leo fue profundo y desgarrador para Lisa, mucho más de lo que las palabras podrían describir. Durante días, se sumió en un silencio absoluto, incapaz de procesar lo que había sucedido. La casa ya no era la misma sin su risueño hermano, sin la chispa de su risa. El vacío en su pecho era como un hueco negro, sin fondo, donde antes había existido la inocencia de la infancia.

Pero las consecuencias de su muerte no solo afectaron a Lisa emocionalmente. También hubo otras repercusiones que rápidamente comenzaron a moldear la realidad de su vida. Los abogados de la familia llegaron al hogar con documentos y palabras que Lisa apenas podía entender, pero que cambiaron todo de manera irreversible.

La familia de Leo, su familia biológica, era rica, poderosa, con un apellido de tradición y peso en la sociedad. La herencia que Leo habría recibido como único hijo de la familia estaba en juego, y debido a la inesperada tragedia, todo se complicó. Había condiciones legales, acuerdos que nadie había anticipado, y entre todas las suposiciones de los adultos, se encontraba una verdad dolorosa: si Leo no podía reclamar la herencia, alguien debía tomar su lugar.

Fue su madre quien, entre sollozos, le explicó a Lisa la situación. El futuro de su familia, de su vida, dependía de lo que estaba por venir.

-Lisa, por favor, tienes que hacerlo -le suplicó su madre, tomándola de las manos, con los ojos llenos de lágrimas-. No podemos perder lo que tu hermano dejó. No podemos. La familia lo necesita, y tú... tú eres la única que puede hacerlo.

Lisa, con el corazón roto, no entendía por qué el destino de su hermano debía recaer sobre ella. ¿Cómo podría ella, tan pequeña, llenar el lugar de Leo? ¿Cómo podría fingir ser él? Pero el peso de la desesperación en los ojos de su madre la hizo callar. Sabía que no podía darle la espalda, que no podía dejar que su madre pasara por lo que le estaba pidiendo sin hacer nada.

Con un suspiro, Lisa aceptó. Sin una palabra de protesto, asintió, sintiendo como si una capa invisible de responsabilidad la envolviera, una capa que la haría cargar con el peso de algo mucho más grande que ella.

Por unos momentos, Sunan creyó que todo estaba perdido. La muerte de Lisa había desintegrado la alegría de la familia, pero también significaba que la línea de herencia no se había quedado truncada. Sin embargo, cuando la familia regresó a casa, a la casa vacía y silenciosa sin la presencia de su hija, los abogados comenzaron a hablar sobre la herencia. Y ahí fue cuando Sunan entendió, con horror, que la vida de su familia todavía dependía de quién estuviera vivo.

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