capitulo 11

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 El lobby del hotel estaba casi vacío esa noche. Las luces tenues daban al lugar una atmósfera tranquila, con el murmullo lejano del mar entrando por las ventanas abiertas. Un piano de cola negro, elegantemente ubicado en una esquina, parecía estar esperando que alguien rompiera el silencio.

Lisa caminaba hacia el bar después de una cena con las chicas. Aunque había sido encantadora, manteniendo su papel de "Leo" a la perfección, la verdad era que necesitaba un momento para sí misma. Esa noche no quería enfrentarse al incesante coqueteo de Jennie, las bromas ingeniosas de Jisoo, ni los ojos esperanzados de Rosé.

Pasó junto al piano y, por un instante, sus dedos rozaron las teclas. La idea de tocar algo la tentó, pero dudó. Esto no es parte del papel de "Leo", pensó. Sin embargo, algo en la quietud del lugar la convenció.

Se sentó en el banco, estiró las manos y comenzó a tocar una melodía suave. La música llenó el lobby con una mezcla de nostalgia y melancolía, una ventana a la verdadera Lisa. No era un concierto, solo un diálogo íntimo entre ella y el piano, pero en cada nota había una sinceridad que no mostraba a menudo.

Pulsó la primera nota, suave y titubeante, como probando el terreno. Luego otra, y otra. Una melodía comenzó a formarse, fluida y melancólica, como si sus pensamientos se transformaran en sonido. Cerró los ojos y dejó que la música la guiara, sus manos moviéndose con una gracia casi instintiva.

Cada nota que tocaba parecía arrancar un recuerdo de su interior. La risa infantil de Rosé al correr entre los jardines, los regaños severos de su padre, las noches en que su madre la arrullaba con canciones para calmarla después de alguna pesadilla. Todo estaba ahí, en cada acorde, en cada pausa.

La melodía se volvió más intensa, como si sus emociones se desbordaran. Había un dolor latente en las notas graves, pero también un atisbo de esperanza en los agudos. Era una conversación entre su yo actual y la niña que solía ser, entre "Leo" y Lisa.

Pero cuando sus manos recorrían el piano, algo de esa vieja Lisa regresaba. Aquí no había máscaras, no había miradas inquisitivas ni expectativas familiares. Solo estaba ella, creando algo que no necesitaba explicaciones ni aprobación.

...

Desde el segundo piso, Rosé caminaba por el pasillo en dirección a las escaleras, con una botella de agua en la mano. Había bajado pensando en disfrutar de la brisa nocturna en el lobby, pero se detuvo en seco al escuchar las primeras notas que llenaban el espacio.

La música era hipnotizante, melancólica y poderosa. Rosé frunció el ceño, intrigada. ¿Quién podría tocar así a estas horas? Se asomó por el borde de la barandilla y, para su sorpresa, vio a Lisa, sentada al piano.

Pero algo era diferente en ella. La Lisa que siempre parecía tan segura y altanera, tan "Leo", no estaba ahí. En su lugar, había alguien más vulnerable, alguien que parecía perdida en un mundo que había creado con sus propias manos. Rosé bajó los escalones con cuidado, sus movimientos suaves para no interrumpir.

Cuando llegó al lobby, se quedó a unos metros, observando en silencio. Las manos de Lisa se movían con gracia, tocando el piano como si fuera una extensión de ella misma. El ceño ligeramente fruncido y la mirada perdida mostraban una concentración que Rosé no había visto antes.

Un leve susurro del viento movió las cortinas cercanas, y Lisa sintió un extraño alivio. La música estaba terminando, y con ella, la carga en su pecho se había aligerado. Pulsó una última nota larga, dejando que el sonido se desvaneciera en el aire. Fue entonces cuando Lisa se dio cuenta de que no estaba sola.

—No sabía que tocabas el piano —dijo Rosé en voz baja, con una sonrisa suave.

Lisa levantó la cabeza rápidamente, sus ojos oscurecidos por la sorpresa. Pero, como siempre, recuperó la compostura en cuestión de segundos.
—¿Y quién dijo que lo hago? Solo estaba pasando el rato. —Su tono era casual, pero Rosé no se dejó engañar.

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