A los catorce, creía que el amor era algo que llegaba con un gran anuncio, como una canción que no podías dejar de escuchar.
Ese verano mi madre decidió inscribirme en clases de piano. No porque tuviera talento (ni siquiera sabía tocar "Estrellita"), sino porque decía que era algo que "toda persona debería saber". Así que, dos veces por semana, caminaba hasta una pequeña academia escondida entre las callejuelas del barrio, cargando mi cuaderno de partituras y un entusiasmo que era más fingido que real.
En mi primera clase, conocí a Yijun.
Era un chico alto, con manos delgadas que parecían hechas para tocar el piano. Su cabello siempre estaba perfectamente peinado, y su uniforme escolar tenía un brillo impecable, como si lo planchara cada mañana. Era el alumno estrella de la academia, el que todos los demás observaban con una mezcla de admiración y envidia.
"¿Eres nueva?" me preguntó mientras afinaba el metrónomo en una sala de práctica compartida.
"Sí, pero solo estoy aquí por el verano," respondí con una sonrisa nerviosa.
"¿Tocas algo?"
"Ni siquiera sé cómo leer partituras," admití.
Soltó una risa breve y sincera. "Entonces empezaremos desde cero."
A partir de ese día, Yijun se convirtió en una especie de tutor no oficial. Después de nuestras respectivas clases, se quedaba conmigo unos minutos más para ayudarme a entender las notas y el ritmo. Sus explicaciones eran claras, y su paciencia parecía infinita, aunque a veces yo pensaba que debía aburrirse enseñándome lo más básico.
Los demás alumnos solían murmurar sobre él. Decían que había ganado concursos nacionales y que su familia era increíblemente estricta con sus estudios. Yo no sabía si todo eso era cierto, pero sí notaba la forma en que sus dedos parecían bailar sobre las teclas, creando música que te hacía olvidar que estabas en una pequeña sala con paredes blancas y un ventilador ruidoso.
Un día, después de una práctica, lo encontré sentado en la escalera que daba a la entrada. Miraba al horizonte, como si estuviera esperando algo.
"¿Todo bien?" me atreví a preguntar.
"Sí, solo pienso que, a veces, el piano es más una obligación que un placer," respondió sin mirarme.
Me quedé en silencio. Era difícil imaginar que alguien tan talentoso pudiera sentir eso.
"Pero hay momentos en los que toco para mí mismo, no para nadie más," continuó. "Y en esos momentos, todo tiene sentido."
Quise decirle que lo entendía, pero no sabía cómo ponerlo en palabras. Así que simplemente me senté junto a él, dejando que el silencio llenara el espacio entre nosotros.
En el recital de fin de verano, Yijun interpretó una pieza tan compleja que incluso los profesores parecían maravillados. Mientras tocaba, me di cuenta de que lo admiraba más de lo que estaba dispuesta a admitir. Había algo en su forma de ser que me hacía querer acercarme, entenderlo, ser parte de su mundo.
Cuando terminó, lo felicité con entusiasmo. Él sonrió, pero su mirada parecía distante, como si estuviera pensando en algo más.
"Gracias," dijo. Luego, añadió: "Espero que sigas tocando, aunque sea para ti misma."
Después del recital, Yijun dejó de asistir a la academia. Una de las profesoras mencionó que había sido aceptado en un conservatorio de música en otra ciudad. No me sorprendió; era obvio que tenía un talento que necesitaba ser pulido en un lugar mejor.
Me quedé con las partituras que me había prestado, los garabatos en los márgenes donde escribía consejos: "Relájate", "Escucha el ritmo antes de tocar".
Ese verano me dejó con una extraña sensación de pérdida, como si algo hermoso se hubiera escapado entre mis dedos antes de que pudiera comprenderlo por completo.
Fue ahí cuando entendí: mi segunda oportunidad había sonado como una melodía, pero yo no supe cómo seguirla.
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La Lista de mis 17 Oportunidades ✔ | M. HERNÁNDEZ
RomanceA sus 17 años, Li Mei decide enfrentar los recuerdos de sus amores no correspondidos y los "casi algo" que marcaron su adolescencia. En una lista de 17 nombres, repasa historias llenas de encuentros fortuitos, silencios incómodos y decisiones no tom...