Capítulo 13 | El Chico Que Pude Salvar

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A veces, las personas más difíciles de entender son las que más necesitamos aprender a escuchar. Y a veces, la respuesta no está en lo que decimos, sino en lo que somos capaces de callar.

Desde que llegué a la secundaria, había algo que siempre me molestaba. No era la competitividad, ni las expectativas de los demás. Lo que más me incomodaba era la forma en que la gente trataba a Zhang, el chico autista de mi clase.

La gente lo veía como alguien extraño, como si su forma de interactuar con el mundo fuera un espectáculo. Cuando se levantaba de repente, caminaba de un lado a otro o comenzaba a hablar consigo mismo, las miradas se volvían inquietas. Algunos se reían, otros simplemente lo miraban con incomodidad.

Al principio, también sentí esa extraña sensación de no saber qué hacer. Había momentos en que su energía parecía estallar en la clase, y todos se quedaban en silencio, incómodos. Pero algo dentro de mí me decía que su comportamiento no era una burla, ni una forma de llamar la atención. Solo necesitaba ser entendido de una manera distinta.

Yo solía ser la única que no me apartaba de él, ni lo trataba como si fuera diferente. Cuando tocaba el escritorio sin cesar, o movía las manos de una forma que no comprendía nadie, yo lo observaba, tratando de encontrar un patrón. No hacía caras ni gestos, no me sentía avergonzada por él ni por mí. Lo veía como una persona más, no como un espectáculo.

A menudo me encontraba trabajando con él en proyectos de clase, y aunque al principio no sabía bien cómo interactuar, algo comenzaba a fluir. Cuando me tocaba ser su compañera, no hacía preguntas ni me apresuraba a cambiar de tema cuando él se perdía en sus pensamientos o ideas, aunque a veces se desviaba completamente del tema. Yo solo lo escuchaba, como si todo tuviera sentido.

Una vez, durante un proyecto de ciencias, nos tocó trabajar juntos. Zhang se emocionó tanto con un experimento que empezó a hablar sobre teorías que solo él entendía. Nadie más en el grupo parecía tener interés en lo que decía, y los otros chicos se reían, bajando la mirada como si no pudieran soportarlo. Yo no me reí. No quise mirarlo con desaprobación.

"¿Y si mezclamos esto con eso?" preguntó, señalando con entusiasmo el líquido en su vaso de ensayo.

"Eso suena genial," le respondí, asintiendo con una sonrisa. "Vamos a probarlo."

Esa respuesta fue suficiente para él. No necesitaba ser validado por los demás, solo necesitaba alguien que lo escuchara sin juzgarlo. Me sentí orgullosa de ser esa persona para él, aunque nadie más lo entendiera. Sin embargo, con el tiempo, me di cuenta de algo: Zhang empezó a alejarse.

Lo noté un día cuando la clase se preparaba para hacer una presentación en grupo. Por alguna razón, ese día había algo en su actitud que me resultaba diferente. Mientras todos se agrupaban, él se quedó sentado solo, mirando al frente con los ojos vidriosos. Yo intenté acercarme, pero él no me miraba.

"¿Zhang?" pregunté con voz suave. "¿Quieres que trabajemos juntos hoy?"

Él levantó la vista lentamente, pero no sonrió. Su expresión era distante, como si estuviera en otro lugar.

"No..." murmuró, apenas audible. "No quiero. Es mejor si lo hago solo."

Pese a su respuesta, decidí no insistir más, pero algo en mí me dolió. Sabía que no era su intención rechazarme, pero sentí que, de alguna manera, se había cerrado. Su miedo de ser incomprendido lo estaba aislando aún más, y yo, que había estado allí para él, no podía hacer nada para evitarlo.

El tiempo pasó, y aunque nunca me aparté de él, lo vi volverse cada vez más distante. Quizás era mi presencia lo que le incomodaba. Quizás no sabía cómo manejar mis intentos por hacerle sentir que no era diferente. Tal vez, para él, mi empatía era más un recordatorio de lo que no podía comprender.

Una tarde, después de clases, decidí acercarme a su escritorio. No lo miraba, pero lo conocía lo suficiente como para saber que no estaba realmente perdido en sus pensamientos. Miraba el escritorio, pero sus ojos parecían fijos en algo que no entendía.

"Zhang," dije suavemente, casi en un susurro. "No tienes que ser como los demás. Está bien ser diferente."

Me miró, sus ojos claros reflejando una mezcla de emociones. Pero no dijo nada. Solo asintió levemente y, sin darme cuenta, se levantó y salió del aula sin una palabra más.

Esa fue la última vez que lo vi de cerca. Zhang se alejó aún más, y aunque seguí buscándolo en los pasillos, él nunca más volvió a mirarme de la misma manera. Sabía que su distancia no era por falta de afecto, sino por miedo.

Mei había aprendido, una vez más, que no siempre se puede salvar a las personas. No siempre puedes ayudar a alguien a superar sus miedos o barreras emocionales, no importa cuánto lo intentes. A veces, lo que se necesita no es solo comprensión, sino tiempo y paciencia, y tal vez, algo que Zhang nunca tuvo: la capacidad de aceptar lo que él mismo era.

Ese capítulo me enseñó que la empatía no siempre es suficiente. Y que, a veces, lo más importante no es salvar a las personas, sino simplemente estar ahí cuando lo necesiten.

La Lista de mis 17 Oportunidades ✔ | M. HERNÁNDEZWhere stories live. Discover now