No siempre reconocemos nuestras lecciones hasta que ya hemos aprendido demasiado. Y a veces, lo que parece ser una oportunidad perdida, es en realidad una oportunidad para encontrar lo que realmente necesitamos.
Había pasado más de un mes desde la última vez que vi a Liyang, y aunque seguía con mi vida, algo en mí había cambiado. Era como si las piezas de un rompecabezas que nunca supe cómo juntar, de repente, encajaran. Había comenzado a comprender que el amor no siempre es algo que se busca, sino que es algo que se descubre, lentamente, dentro de uno mismo.
Mis interacciones con los chicos que me habían interesado parecían tan distantes, como si ya no pertenecieran a la misma versión de mí. Había aprendido a ver las señales, a leer las miradas, a identificar las sonrisas que ocultaban intenciones, pero no me dejaba atrapar por ellas. Ya no temía que alguien me hiciera daño con sus sentimientos, porque había aprendido que, al final, la persona que más debía cuidar era yo.
Sin embargo, esa sensación de que había algo más, algo que no podía controlar, seguía presente. No era una necesidad de estar con alguien, sino una curiosidad. ¿Podría existir alguien que, al igual que yo, hubiera aprendido a ser su propio refugio, pero que también tuviera algo más para ofrecer?
Fue entonces que conocí a Jianyu.
Era el tipo de persona que te hacía olvidar el tiempo. Lo conocí en una reunión casual con algunos amigos de la escuela, pero lo que me llamó la atención no fue su apariencia —aunque no podía negar que su mirada intensa y su postura confiada tenían algo que me intrigaba— sino su manera de ver el mundo.
Jianyu hablaba de todo con una pasión que rara vez encontraba en otros. Discutíamos desde libros hasta películas, pasando por las absurdas teorías sobre el futuro. Pero lo que me dejó pensando fue su visión sobre las relaciones.
"Las personas no están destinadas a estar solas," dijo un día, mientras tomábamos café en el parque. "Creo que el amor verdadero empieza cuando eres capaz de estar solo con lo que eres, sin miedo de compartirlo con otro. Pero, claro, eso lleva tiempo."
Sus palabras resonaron en mí. Estaba acostumbrada a escuchar sobre el amor como algo que solo podía existir entre dos personas. Pero Jianyu parecía decir algo diferente. Parecía entender que, al igual que yo, él había tenido que aprender a estar solo para poder estar con alguien más.
A medida que nuestras conversaciones continuaban, comencé a darme cuenta de que Jianyu no estaba interesado en una historia de amor apresurada. No me miraba como si estuviera buscando algo en mí, sino como si estuviera dispuesto a esperar a ver qué surgía de nuestras pláticas y risas compartidas. Y eso, de alguna manera, me tranquilizó.
En los días que siguieron, nos hicimos más cercanos. Nos encontrábamos en el parque, en cafeterías pequeñas, o simplemente caminando por las calles, hablando de todo y de nada. Pero lo que más me sorprendió fue cómo no había presiones. No había expectativas de que, al final, de alguna forma, necesitáramos ser algo más que lo que ya éramos: dos personas compartiendo un momento.
Poco a poco, comencé a darme cuenta de algo importante. Mi relación con Jianyu no era como las anteriores. No era una búsqueda de "algo más". Era una construcción mutua de respeto, de confianza y de entendimiento. Estaba aprendiendo que el amor no siempre tiene que ver con una pasión arrolladora o con la expectativa de lo que podría llegar a ser. A veces, el amor es simplemente aceptar la posibilidad de que alguien, en el momento adecuado, puede ser una parte importante de tu vida, sin presionar para que encaje en una idea preestablecida.
Mei ya no era la misma chica que temía los rechazos, que vivía atormentada por el miedo a no ser suficiente. Había aprendido que el amor no estaba fuera de su alcance, pero también entendió que, antes de darlo, debía aprender a darle a ella misma la paz que tanto necesitaba,aunque nunca fueramos algo.
El capítulo 12 de mi vida fue el primero donde aprendí a dejar que el amor llegara cuando estuviera listo. Sin forzar nada, sin presionar ningún "debería". Y al final, entendí que el amor, en su forma más pura, es como el aire: algo que no se ve, pero que se siente cuando se está en el lugar correcto.
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La Lista de mis 17 Oportunidades ✔ | M. HERNÁNDEZ
RomanceA sus 17 años, Li Mei decide enfrentar los recuerdos de sus amores no correspondidos y los "casi algo" que marcaron su adolescencia. En una lista de 17 nombres, repasa historias llenas de encuentros fortuitos, silencios incómodos y decisiones no tom...