A veces, no importa cuánto intentes, no puedes cambiar lo que está destinado a ocurrir. El amor, como la vida, siempre encuentra su camino, aunque nos asuste.
Era una tarde nublada, el tipo de día en el que el cielo se siente tan bajo que parece que puedes alcanzarlo si solo estiras la mano. Caminaba sin rumbo, perdida en mis pensamientos, intentando procesar todo lo que había pasado hasta ahora. No podía dejar de pensar en todos los chicos, todas las oportunidades que había tenido para amar y ser amada.
Sin embargo, algo dentro de mí se sentía diferente. Algo había cambiado, como si las piezas de un rompecabezas que no entendía empezaran a encajar. Lo había dicho en voz alta tantas veces: el amor es fugaz, y las cosas que me hicieron sentir algo hoy, en unos meses se irían. Nada perduraría, nada se quedaría. Esa fue la conclusión a la que llegué, pero algo, en algún lugar muy adentro, me decía que estaba equivocada.
Siempre había pensado que el amor se iba rápido, como una llamarada que brillaba intensamente antes de apagarse. No entendía por qué las cosas no eran más simples. El amor debía durar, debía ser eterno, ¿cierto? Pero no, siempre se desvanecía. Y yo... siempre terminaba aceptándolo.
En medio de mis pensamientos, me di cuenta de que no había prestado atención al lugar en el que estaba. Había caminado hasta un parque cerca de mi casa, un parque que conocía bien, pero que ahora parecía tan diferente. Algo en el aire me hizo detenerme, y fue cuando lo vi.
Un chico. No era alguien con quien había hablado mucho, solo lo había visto en la escuela, en los pasillos. Pero esa tarde, de alguna manera, algo me hizo acercarme. No sé por qué. Tal vez era su postura, su manera de mirar al vacío, o tal vez era esa sensación de que nos entendíamos, aunque nunca habíamos hablado realmente. Su presencia me resultó intrigante, como si de alguna manera ya lo conociera, aunque no era así.
Nos miramos. Su mirada era tranquila, sin expectativas, pero con algo en sus ojos que no podía identificar. Su sonrisa no era forzada, simplemente era una sonrisa natural, como si el solo hecho de vernos ahí, en ese momento, fuera suficiente.
"¿Qué haces por aquí?" le pregunté, rompiendo el silencio. Mi voz sonó más curiosa de lo que pretendía, pero algo dentro de mí sentía que tenía que saber algo más sobre él.
"Pensando," me respondió, mirando los escaparates de la librería frente a nosotros. "A veces, los libros dicen más de lo que uno quiere escuchar."
Sus palabras fueron simples, pero me hicieron pensar. ¿Qué pensaba él? ¿Acerca de qué estaba pensando? ¿Qué hacía que su mirada fuera tan profunda? No era un chico con el que esperara hablar, pero ahí estábamos, parados frente a una librería, compartiendo un silencio cómodo.
"¿Y qué estás buscando en los libros?" me atreví a preguntar, aunque en realidad la pregunta no era tanto por curiosidad sobre los libros, sino sobre él, sobre lo que escondía.
"Respuestas," respondió, con una mirada distante. "O al menos algo que me haga sentir que sé lo que estoy haciendo."
Esas palabras resonaron en mí de una manera extraña. Me las repetí varias veces en mi cabeza. Sabía que no solo hablaba de los libros. Había algo más en su tono. Quizás, esa misma sensación de no tener todo bajo control, de buscar algo que te haga sentir que las piezas encajan, era algo que él también sentía.
"¿Y qué pasa si no encuentras lo que buscas?" le pregunté, de alguna manera inquieta. Quería saber si él también pensaba que la vida era solo una búsqueda sin fin de algo que, quizás, nunca llegara.
"Entonces tienes que seguir buscando," me dijo, mirándome de nuevo con una leve sonrisa. "No puedes quedarte esperando."
De repente, me di cuenta de que, en ese momento, sentía algo. Algo diferente. Algo que no había sentido en mucho tiempo. Y, por primera vez en mucho tiempo, no me sentí incómoda. No había barreras entre nosotros, no había el miedo a que las cosas terminaran. Algo en sus palabras me hizo entender algo que ya sabía, pero no quería aceptar: el amor no siempre es eterno, y las conexiones que creamos no siempre se quedan. A veces, solo están allí, brevemente, para recordarnos que estamos vivos, que lo estamos intentando.
La conversación siguió, de manera ligera, pero algo había cambiado en mí. Dejé de lado la idea de que las cosas se desvanecen por completo, que todo se va con el viento. No todo. Algunas cosas pueden quedarse, aunque no de la manera en que esperamos.
"¿No tienes miedo de lo que podría pasar?" le pregunté, sin pensar. Algo en el aire, en su voz, me hizo abrirme más de lo habitual.
"Sí, claro," dijo, sin dudarlo. "Pero si tienes miedo, nunca vas a avanzar. La vida no espera a que te sientas listo."
Nos quedamos un momento en silencio, compartiendo una mirada que decía mucho más que las palabras. No teníamos que decir nada más. Sabíamos lo que pensábamos.
Finalmente, me despedí con una sonrisa, aunque no sé si él la vio. A veces, las despedidas no son tan evidentes. Quizás nunca nos volveríamos a ver. Quizás sí. Pero lo importante era que, en ese instante, entendí algo: el amor no siempre dura. A veces, es solo un destello, algo fugaz, pero que te deja algo.
Y, tal vez, eso es suficiente.
Comprendí,ese día, que el amor no se trata de controlar el tiempo, ni de forzar las cosas. Se trata de vivir el momento, aceptando lo que venga, sin miedo a lo inevitable.
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La Lista de mis 17 Oportunidades ✔ | M. HERNÁNDEZ
DragosteA sus 17 años, Li Mei decide enfrentar los recuerdos de sus amores no correspondidos y los "casi algo" que marcaron su adolescencia. En una lista de 17 nombres, repasa historias llenas de encuentros fortuitos, silencios incómodos y decisiones no tom...