Capítulo 4 | El Niño de Atrás

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A veces, lo más difícil no es sentir algo por alguien, sino saber que ellos sienten algo por ti.

La primera vez que noté que Bo Ming me miraba diferente fue en una clase de historia. Estábamos haciendo una actividad grupal, y la profesora nos había sentado por filas para formar equipos. Él estaba justo detrás de mí, lo suficientemente cerca como para que pudiera escuchar cada uno de sus comentarios sarcásticos sobre las preguntas del libro.

"¿Por qué siempre ponen preguntas obvias? Es como si quisieran que todos sacáramos buenas notas," murmuró mientras yo intentaba concentrarme.

Le lancé una mirada rápida, con una mezcla de diversión y frustración.
"¿Te vas a quejar todo el día o piensas ayudar en algo?"

Para mi sorpresa, sonrió, como si estuviera esperando esa reacción. "Claro, pero solo porque me lo pides."

Desde ese día, noté que Ming encontraba cualquier excusa para hablarme. En el recreo, en los pasillos, incluso en las tareas grupales donde, de alguna forma, siempre terminábamos juntos. No era especialmente popular ni destacaba en deportes o estudios, pero tenía algo: un encanto casual, una manera de hablar que te hacía sentir que eras la persona más interesante del mundo.

"¿Te has dado cuenta de que siempre eliges los bolígrafos azules?" me dijo un día mientras revisábamos nuestras notas en la biblioteca.

"¿Qué?" pregunté, confundida.

"Siempre escribes con azul. Es curioso," dijo con una sonrisa pequeña, como si ese detalle le hubiera revelado un gran secreto sobre mí.

Era un observador, eso era claro. Y cada pequeño comentario suyo me hacía pensar que, tal vez, yo no era tan invisible como creía.

No tardé en darme cuenta de que le gustaba.

Lo supe por cómo me buscaba con la mirada en clase, por cómo siempre encontraba una excusa para caminar conmigo después de la escuela, y por los comentarios de mis amigas.
"Bo está hipnotizado por tí," dijo Meihua, siempre tan directa. "¿Es que no lo notas?"

Lo notaba. Claro que lo notaba. Pero no sabía qué hacer con ello.

No era que no me agradara; de hecho, me caía muy bien. Su compañía era cómoda, sin presiones ni expectativas. Pero no sentía nada más, nada que me hiciera querer cruzar esa línea invisible entre la amistad y algo más.

Una tarde, mientras volvíamos juntos del colegio, Bo Ming me ofreció su chaqueta. Había empezado a llover de repente, y yo no llevaba paraguas.
"No quiero que te resfríes," dijo, colocándola sobre mis hombros antes de que pudiera protestar.

Era un gesto sencillo, pero había algo en su tono que me hizo detenerme. Quería decir algo, agradecerle, explicarle... pero las palabras no salieron.

Seguimos caminando en silencio, y su chaqueta me pareció más pesada de lo que debía ser.

Con el tiempo, las cosas se volvieron más evidentes. Una de sus amigas me confesó que él había hablado de mí, que estaba esperando el momento adecuado para decirme algo. Me quedé helada, sin saber cómo reaccionar.

¿Y si no podía darle lo que esperaba?

Esa pregunta me atormentó durante días. Empecé a evitar sus miradas, a mantener nuestras conversaciones en la superficie, a tomar rutas diferentes para irme a casa. No era justo para él, lo sabía, pero tampoco sabía cómo enfrentar la situación.

Finalmente, Bo Ming pareció darse cuenta. Una mañana, me encontré con su mirada fija en la mía, llena de algo que no supe descifrar. Ya no me buscaba tanto, ya no hablábamos como antes.

No hubo una gran confrontación ni palabras dichas en voz alta. Solo un entendimiento silencioso de que algo había cambiado.

Mi cuarta oportunidad no se trató de lo que sentí, sino de lo que fui incapaz de dar.

La Lista de mis 17 Oportunidades ✔ | M. HERNÁNDEZWhere stories live. Discover now