Capítulo 16| Dante

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El día comenzó tranquilo, algo raro en mi vida. Despertar con Alma a mi lado, aún débil pero con una luz en los ojos que no veía desde hacía tiempo, me hacía sentir algo que no lograba describir. Amor, sí, pero también una especie de calma peligrosa. Como si el universo me estuviera dando un respiro antes de arrebatarlo todo de nuevo.

Alma estaba sentada en el sofá de la sala, con una manta sobre sus piernas, mirando por la ventana. Me acerqué con una taza de café en la mano y me senté a su lado.

—¿Cómo te sientes hoy? —pregunté, rompiendo el silencio.

Ella giró la cabeza hacia mí, una sonrisa leve asomándose en sus labios.

—Mejor. Aunque aún siento que mi cuerpo no es mío.

—Es normal. Estás sanando. No tienes que apresurarte.

Tomó un sorbo de su té y dejó la taza en la mesa, mirándome con esos ojos que siempre parecían ver más allá de lo que quería mostrar.

—Dante…

—¿Qué?

—Gracias. Por todo.

Negué con la cabeza, como si sus palabras no tuvieran peso, aunque lo tenían.

—No tienes que agradecerme. Es lo que debería haber hecho desde el principio. Protegerte.

Ella suspiró, y su mano buscó la mía. Cuando nuestros dedos se entrelazaron, sentí ese calor familiar que solo Alma podía darme.

—A veces siento que todo esto es demasiado. Pero… contigo, parece menos pesado.

Mi pecho se apretó. Quería decirle que haría todo para que nunca más tuviera que cargar con nada. Pero antes de que pudiera responder, mi teléfono sonó.

Lo saqué del bolsillo y vi el nombre de uno de mis hombres de confianza, Marco, en la pantalla.

—Espera un momento —le dije a Alma mientras me levantaba para contestar.

—¿Qué pasa? —pregunté al contestar.

—Jefe, hay algo que necesita ver. Estamos en el club, y… bueno, llegaron unas personas que dicen que tienen una propuesta para usted. Pero no son de aquí.

Fruncí el ceño.

—¿Quiénes son?

—Una mujer que se hace llamar Camille Vasseur y un tipo llamado Viktor Ivanov. Francesa y ruso. Dicen que es un asunto de negocios, pero algo en ellos no me cuadra.

Suspiré, sintiendo cómo la calma del día comenzaba a desmoronarse.

—Estoy en camino. Que esperen.

Colgué y volví a mirar a Alma. Ella me observaba con preocupación, ya sabiendo que algo se avecinaba.

—¿Qué pasó?

—Algo en el club. Nada que no pueda manejar —respondí, inclinándome para besarla en la frente—. Quédate aquí, ¿de acuerdo?

—Dante… ten cuidado.

—Siempre.

Cuando llegué al club, Marco me recibió en la entrada, su expresión tensa.

—Están en la sala privada —me informó.

Asentí y caminé hacia allí, sintiendo que algo no encajaba desde el momento en que crucé la puerta.

La primera en hablar fue la mujer, Camille, una rubia elegante con un vestido que parecía sacado de una revista de alta costura.

Susurros en LlamasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora