Capítulo 15|Alma

1K 31 0
                                        

El dolor era constante, pero diferente. Ya no era ese sufrimiento desgarrador que me hacía llorar de pura desesperación, sino un recordatorio silencioso de lo que había sobrevivido. Me curaban las heridas abiertas todos los días, y cada puntada, cada vendaje nuevo, era una especie de pequeño triunfo.

—Eres más fuerte de lo que pareces —dijo la enfermera mientras ajustaba el vendaje en mi brazo. Su tono era amable, pero profesional.

Asentí levemente, sin tener la energía para responder. Sentía el peso de todo lo que había pasado, pero también una chispa de esperanza, una que Dante se encargaba de mantener viva con su presencia constante.

Él estaba allí casi todo el tiempo, observándome desde la esquina de la habitación o sentándose junto a mí, sujetando mi mano como si fuera lo único que lo mantenía anclado a la realidad.

—Estás progresando bien, Alma —dijo el médico más tarde, con una sonrisa tranquilizadora—. Eres fuerte, y tu cuerpo está respondiendo al tratamiento.

Dante, que estaba de pie junto a mi cama, le dio un asentimiento breve pero orgulloso, como si mis logros fueran también los suyos.

—Te dije que saldrías de esto —murmuró cuando el médico salió.

—No lo habría hecho sin ti —respondí, mi voz todavía débil pero firme en la verdad de esas palabras.

Pasamos el resto del día juntos. Dante me leía en voz alta artículos de negocios o noticias, cosas que, según él, me mantendrían distraída. A veces, simplemente hablábamos, pequeñas conversaciones que nos devolvían un sentido de normalidad.

Hasta que la puerta se abrió y una figura familiar entró en la habitación. Mi corazón dio un vuelco cuando la vi.

—¿Isabela? —pregunté, mi voz apenas un susurro.

Allí estaba mi hermana mayor, Isabela DeLacroix, con su postura regia y una presencia que llenaba la habitación. Era la reina de Monteverde, una pequeña nación en Europa conocida por su economía floreciente y sus secretos bien guardados. Isabela siempre había sido la estrella de nuestra familia, la mujer perfecta que todo el mundo admiraba. Pero no la había visto en años.

—Hola, Alma —dijo, su voz suave pero firme, como si estuviera midiendo cada palabra antes de pronunciarla.

Dante se tensó de inmediato, sus ojos oscuros evaluándola con la misma intensidad que usaba para sus enemigos.

—¿Qué haces aquí? —pregunté, luchando por mantener la compostura.

Isabela se acercó con elegancia, sus tacones resonando suavemente en el suelo del hospital. Se sentó en la silla junto a mi cama, ignorando deliberadamente la mirada de Dante.

—Cuando me enteré de lo que te había pasado, no podía quedarme al margen —dijo, tomando mi mano con cuidado—. Sé que no hemos hablado en años, pero eres mi hermana. No podía dejarte así.

La calidez de su toque me desconcertó. Siempre había habido una barrera entre nosotras, una que no había sabido cómo romper.

—¿Cómo supiste dónde estaba? —pregunté, mirando de reojo a Dante.

—Tengo mis métodos —respondió Isabela con una sonrisa sutil—. Además, Monteverde tiene oídos en muchos lugares.

Dante dio un paso adelante, cruzándose de brazos.

—¿Y qué quieres ahora? —preguntó, su tono gélido.

Isabela lo miró con calma, como si estuviera enfrentándose a un rey rival en su propio tablero de ajedrez.

Susurros en LlamasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora