Capítulo 19| Alma

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Había pasado una semana desde la última vez que vi a Dante. Desde que le dije que no podía más, que no quería seguir con él. Mis días eran una mezcla de soledad y cansancio, como si el peso de nuestras heridas estuviera clavado en mi piel. Cada noche, mi mente repetía el momento en que lo dejé, sus ojos llenos de dolor y súplica. Pero mi corazón no soportaba más.

Hoy decidí que era suficiente de llorar. Me levanté temprano, me puse mi uniforme de camarera y salí hacia el café donde había comenzado a trabajar hacía unos días. No era nada glamoroso, pero me mantenía ocupada, lejos de mis pensamientos.

El aroma a café y bollería fresca me recibió al entrar. El lugar tenía un aire acogedor, con luces cálidas y mesas de madera rústica. Saludé a Sofía, mi compañera de turno, y comencé a preparar las mesas.

Todo parecía normal hasta que llegó él.

Era un chico de mi edad, con cabello castaño despeinado y una sonrisa amable que desarmaba. Vestía de manera sencilla, con una chaqueta de cuero y jeans gastados. Se sentó en una de las mesas junto a la ventana, sacando un libro mientras esperaba.

—¿Qué puedo traerte? —pregunté cuando me acerqué a tomar su orden.

—Un capuchino, por favor. —Alzó la vista hacia mí y me sonrió—. Y, si tienes tiempo, una recomendación para el libro.

Me tomó por sorpresa. Nadie había intentado hablar conmigo de esa manera en mucho tiempo.

—Bueno… —miré la portada del libro. Era una novela de misterio—. ¿Te gustan los giros inesperados o prefieres algo más predecible?

—Definitivamente los giros. —Rió suavemente, y algo en su risa hizo que mi pecho se sintiera un poco más ligero.

Asentí y anoté su pedido, volviendo a la barra para prepararlo. Cuando se lo llevé, me sorprendió que siguiera hablándome.

—¿Llevas mucho tiempo trabajando aquí?

—Un par de semanas. Es un trabajo temporal.

—Ah, entiendo. ¿Tienes planes más grandes? —preguntó con curiosidad genuina.

—No lo sé. Supongo que estoy viendo a dónde me lleva la vida.

—A veces, dejar que la vida te lleve puede ser lo mejor. —Me sonrió de nuevo, y por un momento, olvidé el peso que cargaba.

A lo largo del día, siguió regresando al mostrador, pidiendo pequeños detalles o haciendo comentarios. Al final, antes de irse, dejó un billete junto a la cuenta y una pequeña nota en una servilleta:

"Gracias por la conversación. Espero verte pronto."

Leí la nota varias veces mientras limpiaba su mesa. Había algo en su actitud, en su forma de tratarme, que me hizo sentir menos sola.

Cuando llegó el final del turno, me di cuenta de que había pensado en él más de lo que debería. Caminé de regreso a casa con una mezcla de emociones. Sentía que traicionaba a Dante al dejar que alguien más se acercara, pero al mismo tiempo, no podía negar que mi corazón roto había encontrado un pequeño respiro.

Esa noche, mientras me tumbaba en la cama, su sonrisa apareció en mi mente. Por primera vez en mucho tiempo, me sentí un poco menos vacía.

Esa noche, me envolví en mi chaqueta y salí del café después del turno. El aire frío me golpeó el rostro, y por primera vez en semanas, me sentí algo ligera. Había algo en aquel chico, en su forma de hablarme, que había iluminado un rincón oscuro en mi interior.

Sin embargo, mientras caminaba por las calles vacías, una sensación extraña me recorrió la espalda. No sabía exactamente qué era, pero algo no se sentía bien. Giré mi cabeza disimuladamente, pero no vi nada.

—Es tu imaginación. Estás cansada, nada más —murmuré para mí misma, tratando de calmarme.

Aceleré el paso, mis botas resonando contra el pavimento húmedo. La calle parecía más larga de lo normal, y los faroles proyectaban sombras alargadas que se movían con el viento.

Fue entonces cuando lo sentí. Una presencia. Alguien me seguía.

Intenté mantener la calma, pero mis manos empezaron a temblar. Giré bruscamente para mirar atrás, pero solo vi la calle desierta.

—¿Hola? —pregunté en voz alta, mi tono lleno de duda y temor.

Nada. Solo el silencio.

Seguí caminando, pero ahora con los sentidos agudos, cada sonido parecía amplificado. Fue cuando escuché un ligero crujido detrás de mí que mi corazón comenzó a martillar en mi pecho. Me giré una vez más, y esta vez, vi una figura oscura moviéndose entre las sombras.

No lo pensé dos veces. Eché a correr.

El sonido de pasos rápidos resonó detrás de mí, y mi respiración se volvió errática. Mi mente no dejaba de repetir que tenía que llegar a casa, que tenía que llegar a un lugar seguro.

Finalmente, doblé una esquina y encontré una pequeña tienda abierta. Entré de golpe, haciendo sonar la campanita de la puerta, y me apoyé contra la pared mientras intentaba recuperar el aliento.

El dependiente, un hombre mayor con gafas gruesas, me miró con curiosidad.

—¿Se encuentra bien, señorita?

—Sí… sí, solo… solo necesito quedarme aquí un momento.

Miré por la ventana, pero no vi a nadie afuera. Tal vez se habían dado cuenta de que había entrado a la tienda y se habían ido, o tal vez me habían perdido de vista.

Cuando finalmente me sentí lo suficientemente segura para salir, caminé rápido hasta mi apartamento, cerrando la puerta con llave tan pronto como entré. Me apoyé contra la madera y dejé escapar un largo suspiro.

No sabía si había sido mi imaginación o si realmente alguien me había estado siguiendo, pero algo dentro de mí me decía que no estaba equivocada.

A medida que la noche avanzaba, mi mente volvió al chico del café. Su sonrisa amable, sus ojos cálidos… Me pregunté si lo volvería a ver y si aquella sensación de paz que me había dado sería suficiente para borrar el miedo que ahora latía dentro de mí.

Y mientras me envolvía en mi manta, un pensamiento cruzó mi mente como un relámpago: ¿y si Dante tenía algo que ver con esto? ¿Y si aún, de alguna manera, estaba vigilándome?

Susurros en LlamasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora