capitulo siete

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Sin previo aviso, me dio la vuelta. Tuve que ponerme de rodillas para aliviar la creciente
presión de la corbata retorcida alrededor de mis muñecas. Esperaba que se pusiera de rodillas
detrás de mí, pero en lugar de eso, se tumbó de espaldas y su cabeza pasó entre mis muslos.

Grité alarmado.

-No. No puedes. Es demasiado sensible ahora. -

Nunca había intentado correrme dos Veces seguidas porque mi polla esta demasiado sensible después del primer Orgasmo. Sinceramente, no creía que fuera posible.

Su cálido aliento me hizo cosquillas en el interior del muslo mientras se reía.

-Hai finito quando dico che hai finito. Ne voglio ancora di queste caramelle culo(terminaras cuando digo que terminaste. Quiero más de este culo dulce.)

No sabía qué estaba diciendo, pero estaba seguro que era algo sucio. Antes que pudiera Preguntar, su boca estaba de nuevo sobre mí y tuve que morder la almohada para no gritar.
No quería darle la satisfacción de saber que tenía razón. Mientras me recuperaba de mi segundo
orgasmo alucinante, su cálida piel rozó la parte posterior de mis muslos. Me tensé.
Su mano izquierda me acariciaba la espalda mientras la derecha me frotaba mi entrada
Introdujo dos dedos en el interior, y luego un tercero.

-¡Ah! ¡Espera!

-Shhh. Esto está sucediendo, . Deja que te prepare.

Sus dedos entraron y salieron de mi cuerpo, abriéndome mientras su otra mano seguía
frotando mi espalda. Sin embargo, no pude detener el pánico creciente. Era demasiado grande.
Tiré de mis ataduras.

-Desátame.

-No.

El inconfundible sonido de un envoltorio de papel de aluminio siendo abierto sonó como
una alarma.

-Por favor, no quiero seguir atado

-No. -

Fue su misma respuesta implacable.

Mi voz se volvió aguda y tensa.

-No puedes decir que no cuando yo estoy diciendo que no.

-Sí que puedo.

Con un grito de frustración, tiré de la corbata de seda, eso solo lo apretó más alrededor de
mis muñecas, provocando furiosas marcas rojas. Antes que pudiera volver a discutir, mi cuerpo
se sacudió hacia delante mientras una fuerte punzada de dolor irradiaba de la nalga derecha
de mi trasero.

¡Me había azotado!

El bastardo me había pegado de verdad.

Lanzando una mirada de indignación por encima del hombro, me enfurecí:

-¿Cómo te atreves?

Volvió a azotarme.

-¡Deja eso!

Levantó el brazo. Mis ojos se abrieron de par en par.

-No te atre...

Ni siquiera pude terminar mi amenaza. Me azotó por tercera vez. A estas alturas, mi piel
estaba en llamas. Los calientes pinchazos de las agujas recorrían mi trasero y bajaban por mis
muslos. Lo peor era que parecía aumentar el placentero dolor que ya sentía entre las piernas.

-¿Vas a ser un buen chico y obedecerme, o sigo azotándote?

En circunstancias normales, la amenaza sexual de esa frase daría miedo, pero cuando la
pronunciaba con un fuerte acento italiano un enorme criminal italiano que en ese momento me tenía Atado a una cama, era aterrador.

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