El grupo terminó por quedarse en Vida esa noche, repartiendo las pocas habitaciones disponibles. Entre risas incómodas y algunos chistes, se organizaron los lugares para dormir. Cuando Rick les informó que Carl compartiría cama con Isabel, la incomodidad se apoderó de ambos.
—¿En serio no hay más espacio? —preguntó Carl, cruzando los brazos.
—No hay, chico —respondió Daryl con indiferencia, mientras ajustaba su ballesta al lado de una mesa. Luego miró a Isabel—. Además, es tu casa. No debería ser tan raro.
Isabel rodó los ojos y soltó un suspiro.
—Claro, porque esto no es incómodo en absoluto.Con las protestas ignoradas, ambos terminaron en la pequeña habitación que Isabel solía usar. Era un espacio modesto, con una cama individual y algunas decoraciones desgastadas que alguna vez habían hecho el lugar más acogedor. Ahora, con la tensión acumulada entre ellos, la atmósfera era asfixiante.
Carl se sentó en el borde de la cama, quitándose las botas con brusquedad.
—Si te molesta tanto, puedo dormir en el suelo.—No seas ridículo. Es mi cama, pero tú eres el invitado, así que adelante —respondió Isabel con frialdad mientras se quitaba las botas también.
—¿Siempre tienes que ser tan testaruda?
—¿Siempre tienes que ser tan insoportable? —disparó ella, cruzando los brazos mientras lo miraba.
Carl bufó, pero se tumbó en el lado más alejado de la cama, girándose de espaldas a ella. Isabel, sin decir una palabra más, apagó la lámpara y se acomodó en el otro extremo. El espacio era reducido, y aunque ambos intentaron mantenerse lo más alejados posible, era inevitable que sus cuerpos se rozaran ligeramente.
—¿Sabes? Podrías intentar no patearme mientras duermes —dijo Carl después de unos minutos de silencio.
—Eso no pasará si te quedas de tu lado, Grimes.
Carl se giró ligeramente, mirando la oscuridad en dirección a Isabel. Su voz sonaba más suave esta vez.
—¿Por qué haces esto? ¿Por qué sigues peleando con todos?—Porque alguien tiene que hacerlo. No podemos darnos el lujo de ser débiles, y mucho menos ahora. —Su tono era firme, pero había un dejo de cansancio en él.
Carl suspiró.
—No eres débil. Nunca lo has sido.La respuesta de Isabel tardó en llegar, y cuando lo hizo, su voz sonaba más vulnerable de lo que esperaba.
—No puedo permitirme serlo, Carl. Si lo hago, todo esto se viene abajo.El silencio volvió a llenar la habitación, pero esta vez era menos incómodo. Carl se acercó ligeramente, lo suficiente para que sus manos casi se tocaran.
—No tienes que cargar todo sola, Isabel.Ella no respondió, pero la tensión entre ellos era palpable en la oscuridad. Por un momento, parecía que había algo más que palabras en el aire. Finalmente, Carl suspiró de nuevo y cerró los ojos, murmurando en voz baja.
—Buenas noches, Isabel.—Buenas noches, Carl —respondió ella, aunque su voz temblaba ligeramente.
Ambos se quedaron despiertos por más tiempo del que admitirían, cada uno perdido en sus propios pensamientos, preguntándose en qué momento sus vidas se habían vuelto tan complicadas... y por qué, a pesar de todo, la cercanía del otro era lo único que les daba algo de calma.
El escondite era pequeño y oscuro, una bodega improvisada debajo de un edificio en ruinas. El grupo de Alexandria permanecía en silencio absoluto, escondido mientras los pasos y las risas de los Salvadores resonaban arriba. Carl estaba sentado contra la pared, con los brazos cruzados, observando a Isabel caminar de un lado a otro cerca de la entrada.