La cita

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El despertador vibró suavemente sobre la mesita de noche de Kiara, marcando las 7:00 a

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El despertador vibró suavemente sobre la mesita de noche de Kiara, marcando las 7:00 a.m. El tenue resplandor del amanecer se filtraba a través de las cortinas, iluminando con suavidad las paredes decoradas con posters y fotos que reflejaban su personalidad. Kiara se sentó lentamente en la cama, frotándose los ojos, aún arrastrando el peso de la incertidumbre que la había acompañado desde el día anterior.

Miró el calendario en la pared donde tenía marcado el día con un círculo rojo. "Hoy es el día..." pensó. Un suspiro profundo escapó de sus labios.

Se levantó y caminó hacia el espejo de cuerpo entero. Su reflejo la observaba, casi interrogándola. Su piel  brillaba bajo la luz natural, y su cabello castaño oscuro, ligeramente alborotado, caía suavemente alrededor de su rostro. Decidió que hoy no era un día para destacar, sino para sentirse cómoda.

Rastreó entre las prendas de su armario, optando por un suéter de color beige claro que le daba una sensación de seguridad, acompañado de unos jeans azul oscuro. Al ponerse frente al espejo, estudió su apariencia una vez más. ¿Qué impresión quería dar hoy? Quería mostrar firmeza, pero por dentro se sentía frágil.

El desayuno fue un acto mecánico, un par de tostadas con mermelada y un té caliente que apenas probó. El silencio del apartamento, salvo por el murmullo lejano del tráfico, parecía amplificar sus pensamientos. "¿Qué dirá el doctor? ¿Y si Mateo cambia de opinión sobre mí después de hoy?"

Un mensaje en su teléfono interrumpió sus cavilaciones. Era Mateo: "Estoy afuera. Tómate tu tiempo, no hay prisa 😊". Kiara sonrió. Mateo siempre encontraba la forma de tranquilizarla.

Al salir del edificio, lo vio apoyado contra una pared, con su chaqueta de mezclilla y las manos en los bolsillos. Cuando levantó la mirada y la vio, Mateo sonrió con calidez.
—Buenos días, Kiara. ¿Dormiste bien?

Kiara asintió, aunque sabía que sus ojeras traicionaban la verdad

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Kiara asintió, aunque sabía que sus ojeras traicionaban la verdad.
—Lo intenté —dijo con una risa nerviosa.

Mateo no insistió. En cambio, abrió una pequeña caja de cartón que tenía junto a él.
—Te traje esto. Pensé que un panecillo de canela podría alegrarte un poco.

Kiara sintió un calor inesperado en su pecho. Tomó el panecillo y lo sostuvo entre sus manos, agradecida por su gesto.
—Gracias, Mateo. Siempre sabes cómo animarme.

Comenzaron a caminar hacia la clínica. Mateo, como siempre, intentó llenar el silencio con anécdotas ligeras. Habló de cómo un perro pequeño lo había seguido durante varias cuadras esa mañana, insistiendo en acompañarlo. Kiara rió, agradecida por la distracción.

Cuando llegaron a la clínica, el ambiente cambió.

La entrada de la clínica era austera, con paredes blancas y carteles de información médica enmarcados con tonos azul claro. El olor a desinfectante llenaba el aire, y el murmullo bajo de las conversaciones entre pacientes y recepcionistas creaba una atmósfera sobria.

Kiara sintió su estómago encogerse mientras se acercaba al mostrador.
—Buenos días. Tengo una cita con el doctor Vargas, a las 9:00.

La recepcionista asintió y le indicó que esperara en la sala. Mateo y ella se sentaron en unas sillas de plástico. Él intentó romper el silencio con comentarios casuales, pero esta vez ella no pudo responder con entusiasmo. Sus pensamientos estaban muy lejos.

Finalmente, su nombre resonó en la sala.
—Kiara García.

Mateo le dio un apretón rápido en el hombro.
—Estoy aquí. Pase lo que pase, saldremos juntos de esto.

El consultorio del doctor Vargas era luminoso, con diplomas en las paredes y una mesa ordenada. El médico, un hombre de mediana edad con gafas y una expresión amable, la recibió con una sonrisa.

—Hola, Kiara. ¿Cómo te sientes hoy?

—Un poco nerviosa —admitió mientras se sentaba en la camilla.

El doctor tomó un par de notas antes de comenzar con las preguntas habituales. Después, revisó sus signos vitales, pidiéndole que respirara profundo mientras colocaba el estetoscopio en su espalda. Kiara trató de mantener la calma, pero el corazón le latía con fuerza.

Tras unos minutos de evaluación, el doctor se sentó frente a ella con una expresión reflexiva.
—Kiara, según lo que hemos discutido y los resultados de tus evaluaciones, no hay signos claros de desarrollo de características masculinas. Esto es algo positivo si estás considerando un tratamiento hormonal, ya que aún estamos en una etapa donde se puede prevenir cualquier cambio significativo.

Kiara sintió un alivio momentáneo, pero entonces el doctor continuó:
—Sin embargo, aquí es donde enfrentamos un desafío. Eres menor de edad, y la ley exige el consentimiento de al menos uno de tus padres para iniciar cualquier tratamiento de este tipo.

El alivio se desvaneció al instante. Kiara miró al suelo, sintiendo el peso de sus palabras.
—Pero... mi madre está lejos, y mi padre... no es alguien con quien pueda hablar fácilmente de esto.

 no es alguien con quien pueda hablar fácilmente de esto

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El doctor asintió con comprensión.
—Entiendo que puede ser complicado, pero este es un paso importante. Tal vez sea una oportunidad para abrir un diálogo con ellos, aunque entiendo que no será fácil.

Cuando salieron de la consulta, Kiara y Mateo caminaron en silencio por las calles cercanas. Se detuvieron en un pequeño parque, y Kiara se sentó en un banco de madera, mirando sus manos entrelazadas. Mateo se sentó a su lado, esperando pacientemente.

—No sé qué hacer, Mateo —confesó Kiara, rompiendo finalmente el silencio. Su voz estaba cargada de frustración y miedo.

—Lo resolveremos, Kiara. Juntos —dijo Mateo con firmeza.

Kiara lo miró, sus ojos llenos de emoción.
—¿Por qué haces esto? Podrías estar en otro lugar, con alguien más. No entiendo por qué te importa tanto... yo.

Mateo le sostuvo la mirada, serio pero con calidez.
—Porque me importas tú, Kiara. No importa cómo o por qué. Solo sé que quiero estar aquí para ti.

Kiara sintió que sus ojos se llenaban de lágrimas. Por primera vez en mucho tiempo, no se sintió sola frente a sus problemas.

—Gracias, Mateo.

Ambos se quedaron en silencio, observando el vaivén de las hojas en el viento, permitiendo que el momento hablara por ellos.

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⏰ Última actualización: 4 days ago ⏰

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