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Te habías levantado a las seis de la mañana para alistarte e ir rumbo a al trabajo. La bicicleta era tu fiel aliada en este nuevo pueblo al que habías llegado en busca de una vida más tranquila.

Pujato, con su ritmo pausado, representaba algo así como un remanso de silencio entre tanto quilombo. Te habían ofrecido un puesto como maestra en una escuelita, y no habías dudado en tomar tus cosas, dejar la bulliciosa ciudad porteña y volar hacia Santa Fe.

Por las tardes, la bicicleta también te llevaba a tu otro trabajo, más relajado, más hobbie. Esa tarde, como muchas otras, llegaste un poco apurada.

—¡Llegué, llegué! Perdón la demora, pise mierda— gritaste al entrar por la puerta principal, tratando de ajustar el ritmo de tus pasos mientras corrías a ponerte el delantal.

—No pasa nada, nena. Espero que te hayas limpiado— te respondió Corina con una sonrisa tranquila mientras cebaba un mate
—Recién abro, me atrasé porque está mi hermano, que vino, ¿viste? Se queda un tiempo. Tomá, tomate uno y empezamos— exclamó mientras te extendía el mate.

Nunca habías visto al famoso hermano de Corina, pero claro que sabías quién era Lionel Scaloni. ¿Quién en Argentina no lo conoce? El hombre que llevó a la selección a la gloria, el estratega tras las copas que tanto habías festejado. Sin embargo, nunca habías tenido la oportunidad de verlo en persona. Cada vez que él visitaba el pueblo y pasaba tiempo con su hermana, vos no lo veías.

Sin embargo, el tema nunca había surgido entre Corina y vos. Preferías fingir demencia, como si no supieras que compartías espacio con alguien tan significativo. Te daba vergüenza, incluso un poco de terror, la idea de conocerlo.

***

Tu jefa se había ido a buscar unos papeles, dejandote a cargo del lugar. Mientras escuchabas música y esperabas algunos clientes, te atragantaste justo en el peor momento.
Escuchaste la campanita de entrada. Tosías intentando recuperar el aliento mientras te llevabas la mano al pecho y tratabas de mantener la compostura. La situación era tan absurda como incómoda.

—¿Estás bien? —una voz masculina, grave pero con un tono de preocupación, resonó en el pequeño espacio. La voz te resultó familiar, pero no querías levantar la mirada mientras tu cara enrojecía por la falta de aire y la vergüenza.

Alcanzaste un vaso de agua y logras calmarte. Al levantar los ojos, la imagen frente a vos casi hizo que el respiro que acababas de recuperar se perdiera de nuevo.

Ahí estaba él, Lionel Scaloni, en persona, parado con las manos en los bolsillos y una leve sonrisa en el rostro, como si no estuviera seguro de si reirse o preocuparse.

—Perdón —murmuraste al fin, con un hilo de voz  —Hola...

Lionel soltó una breve carcajada, esa risa espontánea que no podías evitar encontrar contagiosa.

—No pasa nada. —rió por tu cara totalmente roja mientras daba un paso más hacia el mostrador —¿Corina no está?

—No, no... Se fue —contestaste rápidamente, intentando no sonar demasiado nerviosa.

El hombre que tenías frente a vos asintió con tranquilidad, dando un paso más hacia el mostrador. Se acomodó en uno de los bancos con esa esencia despreocupada y segura que parecía tan característica de él, como si estuviera perfectamente cómodo incluso en la situación más incómoda. No te quedó otra que ofrecerle algo para tomar o comer.

—Un mate estaría genial —repitió

Tus manos temblaban un poco mientras preparabas, intentando disimular los nervios que te provocaba su presencia. Te concentrabas en el sonido del agua cayendo en el mate, en la yerba que lentamente absorbía el calor.

Lionel Scaloni [One Shots]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora