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Estabas esperando a tu novio, que además de ser el técnico de la selección argentina, también era el hombre que en ese momento necesitaba más que nunca tu apoyo. El partido había terminado con una derrota, y el marcador de 2-1 en favor de Colombia. Sentías que era una injusticia; por cómo se había jugado, Argentina merecía más, pero sabías que el fútbol no siempre premiaba al equipo que más lo merecía.

El calor en Barranquilla era abrumador, el sol parecía aplastarte, y la humedad te hacía sentir pegajosa y cansada. Estabas sentada con el resto de la delegación Argentina, observando el partido sin poder hacer mucho más que esperar el final. Aunque formabas parte del equipo como nutricionista y miembro del cuerpo médico, tu trabajo no era necesario en esos momentos dentro del campo.

Desde tu lugar en las gradas, observabas a Lionel. A lo lejos, podías ver su sonrisa irónica apenas disfrazaba la rabia que hervía en su interior. El árbitro, Muñoz, había señalado un penal a favor de Colombia, y en ese instante, algo en tu novio cambió. Sus gestos se volvieron más bruscos, sus manos se movían con desesperación, como si intentaran expresar lo que las palabras no alcanzaban. Veías cómo apretaba la mandíbula, con los dedos tensos, y cómo sus manos buscaban refugio en su cintura.

Cada uno de sus movimientos estaba cargado de frustración contenida. Los gritos dirigidos a los jugadores, al árbitro de mierda que les había tocado, al partido mismo, que parecía haberse inclinado injustamente hacia el otro lado.

Y a vos te calentaba demasiado. 

Te resultaba increíble lo mucho que te afectaba su distancia. Hacía un mes que no se tocaban, ni siquiera un roce casual de cuerpos, lo cual, considerando que trabajaban juntos, te parecía una verga. Si bien la relación había empezado en la oficina de la AFA. Fue allí, donde cogieron por primera vez.

Pero ahora las cosas habían cambiado. Lionel, se había vuelto sorprendentemente pudoroso cuando se trataba de coger en la concentración, especialmente en los hoteles donde solían hospedarse con el equipo. El recuerdo más claro que tenías de ese cambio era aquel día en que Walter los vio manoseándose, en una de las oficinas durante una concentración. Desde ese momento, él había cambiado su actitud, más consciente de los ojos que podían estar sobre ustedes.

La ironía de todo esto es que el técnico, a puertas cerradas, no tenía reparo alguno en ser completamente tuyo. Podía dominarte en la cama con una intensidad, capaz de darte vuelta como una media. Te volvía loca, pero cuando se trataba de mostrarse afectuoso o mantener contacto físico delante de los demás, se volvía casi tímido y vergonzoso.

El partido finalizó y los jugadores, y el cuerpo técnico, más serio de lo habitual, se dirigieron al vestuario. Te quedaste con el resto de tus compañeros del cuerpo médico, esperando la señal para dirigirse al micro que los llevaría de vuelta al hotel.

Pero tu mente estaba en otro lado. Querías decirle que no se enoje, que no valía la pena enojarse con el arbitraje, especialmente sabiendo los problemas recurrentes que ese tipo de decisiones generaban. Él lo sabía, claro. Sabía cómo manejar esas situaciones ante los medios y con el equipo pero vos sabías que por dentro estaba furioso, que el enojo y la ansiedad lo estaba carcomiendo, y esa mezcla siempre era peligrosa para él. Lionel Scaloni no llevaba bien ese tipo de frustración; la guardaba, la reprimía, y eso lo desgastaba más de lo que dejaba entrever.

Sabías que él intentaría esconderlo, disfrazar su malestar detrás de una fachada de serenidad, pero podías ver más allá de eso.

Eras aquel alguien que sabía cómo mimarlo, cómo recordarle que él no era solo el técnico, el hombre que había guiado a Argentina a ser bicampeón de América. Para vos, él seguía siendo aquel hombre al que amabas, y sabías que en momentos como este, más que nunca, necesitaba ese cariño que sólo vos podías darle.

Lionel Scaloni [One Shots]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora